Cuando cometas un error sólo hay tres cosas que hacer: admitirlo, aprender de él y nunca repetirlo”.
Paul (el Oso) Bryant
Walmart y Soriana tuvieron listas una tienda cada una en Los Cabos este domingo 21 de septiembre. La de Walmart comenzó a vender a las ocho de la mañana. Al mediodía, sin embargo, la autoridad le notificó que debía suspender su actividad. No hubo explicación. Las fuerzas de seguridad empezaron a bloquear el acceso.
Los directivos pidieron una reconsideración ya que la falta de abasto podía generar violencia. Las autoridades accedieron finalmente y la tienda, junto con la de Soriana, permaneció abierta hasta las siete de la tarde. Tras la decisión el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, presentó los detalles de un plan para reactivar el comercio y la actividad económica en la región.
Nadie ha podido explicarme por qué se suspendió la operación de la tienda. La secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu, coordinadora del apoyo federal, me aseguró ayer en entrevista radiofónica que no tenía conocimiento de tal instrucción. Quizá algún funcionario tuvo temor por la seguridad, aunque los ejecutivos me dicen que no había problemas. Otra posibilidad es que no se quería una reactivación hasta que el gobierno anunciara su plan de reactivación. Esto sería terrible.
Las órdenes y contraórdenes muestran la falta de consistencia en la reacción oficial al huracán Odile. Hubo aciertos, pero también errores. El Servicio Meteorológico Nacional detectó oportunamente el temporal y advirtió que se movía hacia la península. Emitió una alerta, pero pocos hicieron caso. El 14 de septiembre por la mañana seguían llegando aviones con turistas a Los Cabos. Había 23 mil visitantes cuando el huracán impactó esa noche con categoría 4, vientos sostenidos de 185 kilómetros por hora y rachas de 220. Los grandes ventanales frente al mar no fueron cubiertos y se hicieron añicos. Mucha gente no tomó precauciones básicas como adquirir latas de comida, agua y lámparas de pilas. Las mismas autoridades estaban poco preparadas.
No hay excusa. Los huracanes no son inusitados en Baja California Sur. Cada año llegan varios. El Liza, categoría 4, dejó más de 600 muertos en La Paz en 1976. Juliette, también categoría 4, causó fuertes daños en 2001. Norbert, categoría 3, dejó miles de damnificados en San Carlos, Comondú, apenas a principios de este mes de septiembre.
El impacto de un huracán es a veces cuestión de suerte. En agosto de este 2014 Marie alcanzó categoría 5, pero se desvió al oeste y pasó lejos de la península. Linda, de septiembre de 1997, ha sido el huracán más fuerte registrado en el Pacífico nororiental. Alcanzó categoría 5 con vientos sostenidos de 295 kilómetros por hora y ráfagas de 355 kilómetros por hora (¡más que un bólido de Fórmula 1!), pero también se desvió al oeste. De haber llegado a Baja California Sur, habría devastado la entidad y dejado miles de muertos.
Son tan frecuentes las alertas de huracanes que no llegan a tierra que mucha gente baja la guardia. ¿Cuántos sudcalifornianos de hoy vivieron la tragedia de Liza de 1976? Muy pocos. La memoria histórica se pierde con rapidez. Por eso es importante que la autoridad la preserve.
Hay medidas de precaución indispensables ante un huracán. Con frecuencia hay que evacuar a los habitantes. El gobierno debe desplegar fuerzas de seguridad para impedir saqueos. La gente debe almacenar comida no perecedera, agua, lámparas y radios de pilas. Deben preservarse o restablecerse de inmediato la electricidad, las comunicaciones y el abasto de productos básicos.
Ninguna ayuda externa será tan eficaz como la red de distribución comercial existente. Por eso resulta extraño que alguien haya tratado de impedir la apertura de tiendas este 21 de septiembre. Cualquiera que haya sido la razón, fue un error entre muchos.
Mantos acuíferos
En zonas desérticas como Baja California Sur, los huracanes son trágicos por su fuerza y rareza. Pero siempre renuevan los mantos acuíferos. Cada tragedia trae su propia bendición.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=265939
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