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Nikolái Gógol 1809 - 1852 |
Nochebuena
I
Era el día de Nochebuena; atardecía, y al fin llegó la noche: una noche de esas de invierno, clara, espléndida. Comenzaron a salir las estrellas, y la luna se mostró majestuosa, como si quisiese iluminar aun más que de ordinario a la Tierra, dando así más brillantez a las coliadki (1) que glorifican a Jesucristo. Helaba más intensamente que durante el día, y reinaba tal silencio, que el crujido de la nieve bajo las pisadas podía oírse a distancia. Todavía no se había presentado ningún grupo de muchachos delante de las cabañas, bajo las ventanitas. Sólo la luna miraba a través de éstas como para invitar a las jóvenes, que aun estaban engaianándose, a lanzarse sobre la nieve crujiente.
De pronto, de la chimenea de una de las cabañas salió una humareda, que se extendió a modo de nubarrón en el firmamento, y por ella se vió subir a una bruja cabalgando en su escoba. Si en aquel momento hubiese acertado a pasar, montado en su troik (2), el juez de Sorochin, con su gorro ribeteado de piel de astracán como el de los ulanos, vistiendo el capote azul forrado de piel negra y blandiendo diabólicamente el látigo trenzado con que acostumbraba arrear a su cochero, con seguridad que la hubiese visto, porque ninguna bruja escapaba a la mirada de dicho juez, quien estaba enterado de todo. Sabía el número de lechones que paría la cerda de cada campesina; cuánta tela guardaba ésta en sus cofres, y también lo que el marido dejara empeñado de sus vestidos y hacienda en la taberna los domingos. Pero el juez de Sorochin no pasó, y, por otro lado, ¿qué le podrían a él interesar los asuntos ajenos? Tenía bastante con ocuparse en lo que pasaba en su distrito.