La democracia y la deliberación van de la mano. La deliberación es un atributo de la democracia y hay quien sostiene que no es uno más sino "el atributo". Si la deliberación no existe o resulta lánguida, pobre, susurrante, entonces la democracia no es tal o se encuentra debilitada, convaleciente. Si se parte de la idea de que las sociedades están cruzadas y modeladas por intereses, ideologías, percepciones, diferentes y que todas buscan y desean expresarse, entonces el intercambio de opiniones resulta inherente a la forma de gobierno democrática. No existe un diagnóstico sino diagnósticos en plural, no puede haber una propuesta sino diversidad de propuestas, es imposible la unanimidad y por ello la regla de mayoría y por ello la necesidad de acuerdos, transacciones, pactos.
Desde la dimensión de los derechos no se diga. La libertad de expresión es uno de los pilares de todo el edificio democrático, y si se vulnera, las cuarteaduras empiezan a debilitarlo. Todo mundo, entonces, tiene el derecho a expresarse, a decir lo que piensa, a rebatir al de enfrente, a confrontar puntos de vista. Se trata de la libertad que quizá hace posibles al resto de las libertades, y sin ella lo que aparece es un mundo mudo y sordo. Todas las dictaduras han abolido o restringido la libertad de expresión, no son compatibles con el ruido que generan las voces distintas y desafinadas de la sociedad. Pretenden que la sociedad sea el eco del Estado y que solo una opinión -la oficial- se pasee con soltura por el escenario público.