El escenario, el antiguo Colegio de Minería, en cuyo frontispicio pende reluciente el águila imperial, emblema que hizo suyo el proclamado
presidente legítimo.
A la convocatoria llegaron puntuales tres ex candidatos presidenciales:
Diego Fernández de Cevallos,
Cuauhtémoc Cárdenas y
Francisco Labastida, del PAN, del PRD y del PRI, respectivamente. Muchos años de historia de una clase política que recordó sus diferencias, exaltó las virtudes ajenas y hasta se dio el lujo de reconocer y reconciliar los equívocos del pasado.
Pero ayer, en Minería, no estaban los abanderados del PAN, del PRD y del PRI que fueron en el pasado
Diego,
Cárdenas y
Labastida; no, estaban los políticos maduros, sensatos, lúcidos y capaces de anteponer sus diferencias ideológicas y, hasta sus rencillas, por una causa que, según el sentido común, debe ser “causa común”: la eficacia del Estado mexicano.
Allí estaba el primer candidato presidencial del PRI que fue derrotado en las urnas; el primer candidato surgido de ese partido que, ya fuera del tricolor, compitió como abanderado por la izquierda. Y estaba el candidato presidencial del PAN, vencido por el último presidente del PRI que llegó al poder. Así de compleja era la composición.
Pero, si no era suficiente, a los ex candidatos los convocó un precandidato presidencial priista que —debido a uno de los inentendibles alebrijes de la política mexicana— se puede quedar en la orilla de la carrera presidencial:
Manlio Fabio Beltrones, el número dos en las preferencias del tricolor, pero el número uno en las propuestas de lo que algunos ya motejan como el “Estado mexicano moderno”.
Y es que las preocupaciones políticas del senador
Beltrones van más allá de un partido, trascienden ideologías y, por eso, parece que calan hondo en los políticos que, por su experiencia, talento y talante, se niegan a ser del montón.
Beltrones presentó el ensayo El Futuro es Hoy. “¿Para qué queremos gobernar?”, que no es sino una variación del tema que lo ha ocupado durante meses y que poco a poco se abre camino entre los diferentes, antagónicos, y entre los irreconciliables. Nos referimos, claro, a la construcción de los llamados gobiernos de coalición que, sin ser la panacea, se han convertido en condición indispensable para —por un lado— volver eficiente al Estado mexicano y —por el otro— productiva la pluralidad que vivimos.
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