Para Antonio Lazcano, por su sistemática y discreta misión: invadir a México de ciencia
Que si la productividad creciera a tanto, que si el mercado interno se recuperara, que si el ingreso per cápita se incrementara... México sería la X potencia económica. Rindo homenaje a las cifras, a la prospectiva que debe prevalecer en el estudio y construcción racional del futuro. Pero hay momentos, como dijera Unamuno, que se debe pensar con una parte del cuerpo que no es la cabeza. Muchos “futurólogos” utilizan una expresión tan intrigante como sugerente. Hablan de “eventos portadores de futuro”.
Qué dicen los rostros, qué dice el lenguaje corporal, qué las vestimentas, de qué hablan los ojos. Domingo por la mañana. Sitio: Antiguo Colegio de San Ildefonso, a saber Justo Sierra número 16. La famosa Preparatoria Nacional, con Orozco y su “Trinchera”, con el imponente salón de “El Generalito”, con Rivera observando, con el elegante Anfiteatro “Simón Bolívar”, con Jean Charlot y su “Masacre en el Templo Mayor”, con sus tres niveles que apabullan con un pasado que nos lleva a la Nueva España. Pero estamos en el siglo XXI y en el momento en que se abren las puertas miles de personas ya aguardan en las calles desde horas antes para iniciar el recorrido. El convocante no fue una estrella de Hollywood o un cantante “Pop”. Se trata de Charles Darwin el científico que cambió las coordenadas de lectura de nuestros orígenes, de nuestro ser y devenir.
El pasado del inmueble es incapaz de contener el presente moderno, las ansias de futuro de un México sediento de conocimientos. Ultimo día de la exposición, las filas ocupan varias cuadras de nuestro centro histórico. Estarán entrando por la tarde, si bien les va. La señora dice que salió de Xochimilco a las seis de la mañana, que no le alcanzó para el boleto de ella y sus dos hijos (45 pesos por adulto, descuentos para estudiantes y adultos mayores). Por eso ella se quedó afuera, para que los críos entraran a “Darwin, apto para todas las especies”. El promocional presenta al científico de forma amable y atractiva. La luenga barba de Darwin es el hogar de orangutanes, escarabajos, aves, reptiles. Darwin ha logrado provocar esa energía.
Trece semanas, alrededor de 200 personas visitan la exposición. Los jóvenes toman fotos de todo, desde el libro del abuelo de Darwin, también abocado a la zoología, o de la boa constrictor que, inmutable, nos hace saber de su paciencia. También se toman fotos, “selfies”, frente a una reproducción de las famosas tortugas de las Islas Galápagos o de la pequeña “Jenny”, el primer simio registrado por Darwin. Los jóvenes caminan con papel en mano para tomar notas y así responder a las preguntas que sus maestros les han formulado. Se quedan largos minutos frente a los mapas, los esqueletos, leen las cédulas de la provocadora exhibición. Sabemos que “Los Mayas” atrajo a cientos de miles, sobre todo en el exterior o que “Faraones” fue un éxito que también provocó largas filas en Paseo de la Reforma. La fascinación por el pasado, por el nuestro en particular, no es novedad.
Pero Darwin convocando a cientos de miles nos lanza un llamado muy claro: hay una gran necesidad de conocimiento científico que quizá no estamos solventando con la urgencia que tiene. Nos hemos mirado al ombligo por décadas, nos hemos regocijado con nuestro pasado con frecuencia mitificado. Basta con comparar el espléndido Museo de Antropología de hace medio siglo con el pobre Museo Tecnológico o el avejentado de Historia Natural. Las diferencias retratan el abismo entre nuestra nostalgia de glorias y nuestro descuido de la ciencia, de las tecnologías que construyen futuro.
Pero los jóvenes mexicanos están ya en otra discusión, en cómo diseñar artefactos a partir de las lecciones que nos da la naturaleza, en cómo impulsar un conocimiento que nos ayude a generar mayor salud y bienestar. No parece preocuparles su identidad o la confirmación de sus orígenes, tampoco la fuerza de su nacionalismo. Muchos miran a la ciencia, al futuro sin temor a perder esa “mexicanidad” que necesita un invernadero para sobrevivir.
Darwin en México fue una bocanada de aire fresco frente a esa obsesión de pasado y negación de futuro que nos ahoga. Allí está la estimulante lección. Si ese México alrededor de Darwin es un “evento portador de futuro”, vamos por buen camino.
PD. Cuál es el puesto que ocupa usted ahora en el Gobierno, me pregunta con toda frescura. Aclaro al lector que a lo largo de mi vida he recibido varias ofertas, he rechazado todas. Para mi es incompatible ser servidor y analista simultáneamente. Mis cartas son abiertas. Apuesto a lectores y a nadie más. Ser miembro de Comité Técnico de un Fideicomiso administrado por el Banco de México no afecta mi independencia. La ley correspondiente establece, con toda claridad, que no somos servidores públicos. Somos ciudadanos encargados de una misión: fomentar el ahorro producto de los hidrocarburos. Llevo años hablando del tema, hay que ser consecuente. Eso me pasa por bocón.
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