Lorenzo Meyer |
CONTINUACIÓN
La columna anterior examinó la política insignia del sexenio que se apaga: la lucha armada del gobierno contra las organizaciones del narcotráfico. La conclusión fue que esa política no resultó un éxito sino en algo distinto: en cárteles tan o más fuertes que antes, en un debate inconcluso sobre la naturaleza misma de esa política, en un monumento a 324 militares que han fallecido en la empresa y en la propuesta de un memorial a las víctimas de la violencia, cuyo número exacto nadie sabe -pasan de 60 mil- y que desde ahora ya es un motivo más de división entre nosotros.
Pero el calderonismo no fue sólo acciones contra el narcotráfico sino varias cosas más, entre ellas una política económica. En este campo Felipe Calderón Hinojosa (FCH) fue un apegado a la ortodoxia neoliberal: prioridad al mercado, control del déficit público, baja inflación, balanza de pagos en equilibrio y un esfuerzo por seguir avanzando en la privatización. En este último campo, FCH liquidó a Luz y Fuerza del Centro, pero cuando intentó avanzar en la privatización de Pemex se topó con la oposición de la izquierda a incorporar plenamente a la gran empresa privada nacional e internacional a la explotación de los yacimientos petrolíferos en las aguas profundas del Golfo de México. Este proyecto se vino abajo. En contraparte, FCH bloqueó el proyecto de construir nuevas refinerías para Pemex. En teoría el neoliberalismo no acepta monopolios, pero FCH, como sus antecesores, se apartó de la ortodoxia económica en aras del "realismo político" y convivió sin problemas con ellos.
En el calderonismo el crecimiento anual promedio del PIB estuvo lejos de ser notable: apenas llegó al 1.86%. Si a ese rubro se le pone en términos per capita, entonces el promedio fue menor al 1%, lo que lo hace uno de los más bajos de América Latina en el periodo. Y es que la caída del PIB en 2009 -efecto de la crisis norteamericana y de la dependencia mexicana- no fue el "catarrito" que se pronosticó entonces sino un derrumbe del 6.3%. En suma, en economía, FCH fue simplemente el continuador del "estancamiento estabilizador".
Con un crecimiento económico tan magro en el sexenio, el aumento del empleo que prometió FCH en su campaña electoral, simplemente no se dio. Los especialistas han calculado en un millón 200 mil empleos al año los que se requieren crear en México para absorber productivamente a los jóvenes que entran al mercado laboral. Sin embargo, en el calderonismo el promedio anual de nuevos empleos formales fue de apenas 300 mil. El llamado "bono demográfico" que se inició en estos años y que los demógrafos calculan que concluirá en 2030 -se trata del periodo en que nuestro país va a contar con la mayor cantidad de población en edad productiva- se está desperdiciando.
La contrapartida a la carencia de oportunidades fue la migración a Estados Unidos, aunque esta válvula de escape perdió fuerza a partir de 2009 como otro efecto de la recesión económica norteamericana; si la deportación de indocumentados mexicanos por el país vecino del norte es un indicador de la dimensión de esta migración, entonces resulta que al final del sexenio el fenómeno se encuentra en el mismo nivel que tuvo cuarenta años atrás (The New York Times, 5 de enero). En estas condiciones, para muchos jóvenes la única salida la ofrece la ocupación informal, esa caracterizada por su baja productividad, y que a mediados del 2012 daba empleo a 14 de los casi 50 millones en que se calcula la población económicamente activa del país (El Economista, 22 de julio).
Muy ligado al tema de un pobre crecimiento económico y a la naturaleza del empleo, está el tema de la distribución del ingreso, corazón de la estructura social mexicana. En un análisis sobre México hecho por el Premio Nobel de economía Paul Krugman, lo mediocre de nuestro crecimiento económico estaba directamente ligado a la desigualdad en la distribución del ingreso (Fundación Konrad Adenauer, Índice de desarrollo democrático de América Latina 2011, México, p. 117). De acuerdo con las cifras oficiales, en 2010 el 10% de los mexicanos más pobres dispusieron de apenas el 1.8% del ingreso corriente per capita en tanto que el 10% de los más afortunados contaron con el 33.9% del total (INEGI, Encuesta nacional de ingresos y gastos de los hogares, 2010, julio, 2011 p. 26). Esta desigualdad histórica y persistente siguió marchando a contrapelo de la supuesta igualdad de la democracia política. En buena medida eso explica el poco aprecio del ciudadano por esa democracia: en una encuesta del 2011, sólo el 40% de los mexicanos dijo apoyar esa forma de gobierno (Latinobarómetro, 2011, www.latinobarometro.org).
Para un México rezagado y estancado en su desarrollo económico, la educación es una de las áreas en que le es urgente avanzar y rápido -en su calidad y su disponibilidad- para disminuir la brecha lo mismo entre las clases sociales dentro y entre México y aquellos países que hoy son los punteros en el desarrollo económico y social. Nuestro país invierte el 6% de su PIB en educación, lo que no es poco, pero el problema está en la calidad de la misma. Pese a lo vital que es mejorar la naturaleza de la enseñanza, el calderonismo no avanzó mucho en esta tarea. Y es que desde su campaña electoral FCH decidió llegar a un acuerdo político con Elba Esther Gordillo y la poderosa maquinaria electoral del SNTE, y fue así que durante el calderonismo se dejó en manos del sindicato la administración de la educación pública en detrimento del interés del conjunto de la nación. Los resultados de la prueba Enlace de 2011 mostraron que el avance en la calidad de la enseñanza fue mínimo. En ese año, el 63% y 60% de los alumnos de primaria examinados obtuvieron resultados entre "insuficiente" y "elemental" en matemáticas y español respectivamente (http://enlace.sep.gob.mx/ba/prueba_en_linea_2011/).
La corrupción ha sido un mal endémico en la administración pública mexicana y denunciada sistemáticamente por el PAN, desde sus inicios. Sin embargo, el dominio de la administración federal por los panistas no cambió mucho este problema. La calificación que Transparencia Internacional dio a México en 2001 en materia de percepción sobre lo extendido de su corrupción fue de apenas 3.7 sobre 10. Para 2011 la situación no había mejorado sino empeorado un poco, pues la calificación de México fue de sólo 3 puntos -Estados Unidos tuvo 7.1 y Guatemala 2.7- y eso dejó al país en el lugar 100 entre 183 países clasificados (www.transparency.org/cpi). Es verdad que hoy México cuenta con la Secretaría de la Función Pública, el IFAI, contralorías, etcétera, pero lo que no tuvo fue voluntad política. El suplemento Enfoque ha revisado una docena de casos sonados donde hubo fuertes sospechas de corrupción pública entre 2007 y 2012. En uno de los eventos alguien terminó en la cárcel, en otros hubo sólo inhabilitación y multas pero en otros nunca se llegó a algo e incluso en alguno la persona bajo sospecha volvió a ocupar un cargo público (Reforma, 5 de agosto).
Por lo que se refiere a la política exterior, el calderonismo simplemente no tuvo ninguna iniciativa de importancia más allá de la Iniciativa Mérida, es decir, de ese acuerdo de FCH con el gobierno norteamericano presidido por George W. Bush en marzo de 2007 para combatir de manera conjunta al crimen organizado y al narcotráfico y que continuó bajo Obama. Esa colaboración entre desiguales, y en los términos que desde hace un siglo ha dictado Estados Unidos para combatir al narcotráfico fuera de sus fronteras, implicó una nueva cesión de soberanía ¿A cambio de qué? Pues a cambio de adentrarnos en un callejón sin salida y de una palmada de Washington en la espalda.
NO SE AVANZÓ
En el inicio del último año del calderonismo, una encuesta mostró que en México predominaba la sensación de una falta de rumbo de la cosa pública. Más de la mitad de los encuestados (55%) manifestó tener poca o ninguna confianza en el gobierno (Reforma.com, 5 de abril, 2012). El sexenio que se inició con un conflicto postelectoral que hizo imposible la tradicional ceremonia de toma de posesión terminó con otro conflicto postelectoral, con una nueva polarización política, con el partido del gobierno en un lejano tercer lugar en las urnas y resignado a entregar el poder a un viejo partido antidemocrático. Es posible que alguien combine elementos distintos a los aquí presentados y pueda hacer un balance menos duro del calderonismo, pero es muy difícil que pueda elaborar un inventario sexenal que arroje un saldo claramente positivo y que sea creíble.
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