Devastado por la enfermedad, atribulado quizá por el escándalo que desató, Miguel de la Madrid tuvo que reconocer (hace algo menos de dos años) que se hallaba “convaleciendo de un estado de salud que no me permite procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos…”.
Para el sospechosismo crónico, tales palabras no eran del ex presidente: la carta que dio a conocer su hijo Federico era una “perversidad” más de Carlos Salinas de Gortari.
De la Madrid había dicho a Carmen Aristegui que Salinas se robó “la mitad de la partida secreta”, que los depósitos de sus hermanos en Suiza y Francia “provinieron del narcotráfico”, y que los empresarios que lo reclamaron jugaron el papel de “cómplices”.
El hoy occiso, implícitamente, se revelaba como probable encubridor de actos criminales.
Pero, “después de haber escuchado la entrevista”, se daba cuenta de que “mis respuestas carecen de validez y exactitud”, rectificó.
Es impensable imaginar que su familia se hubiese prestado a fingir aquella mea culpa. Después de todo, Salinas es un ex presidente más y su predecesor había sido designado por aquel director general del Fondo de Cultura Económica (cargo que le fue ratificado por Ernesto Zedillo).
¿De la Madrid había guardado más de 12 años un “secreto” que, revelándoselo a Carmen Aristegui, lo dejaba expuesto a un proceso judicial o, cuando menos, a la vergüenza pública?
Cualquiera que haya sido (mayo de 2009) su estado de salud y fortaleza mental, lo resbaladizo de sus afirmaciones quedaba claro en la misma conversación con la periodista, porque dijo que se había enterado “en los medios, a mediados” del sexenio zedillista.
De la Madrid, pues, dijo lo que dijo, no sin embargo porque lo supiera, sino porque lo creía.
No es casual, por lo mismo, que el propio Salinas haya sido ayer de los primeros en acudir a Coyoacán para ofrecer sus condolencias.
La Presidencia de su predecesor “fue muy difícil”, comentó ante reporteros, “pero lo que México ha cambiado para bien en los últimos 25 años se inició con Miguel de la Madrid; con él empezó un ciclo de modernización que (aun) con sus interrupciones, es el camino que necesita el país”.
Salinas parece saber de lo que habla.
¿Y del entuerto aquél?
Cuando sucedió, Salinas escribió que, por la familia, se enteró que el problema de su benefactor (se benefició con el célebre dedazo) había “derivado en irrigación insuficiente en el cerebro (que) le ha provocado pequeños infartos. Se trata de un mal degenerativo y avanzado, por lo que la oxigenación insuficiente ha provocado la pérdida de un tercio de su función cerebral”.
Recurrir a testimonios “de personas que padecen esas limitaciones sólo abona al sensacionalismo, pero no a la necesaria claridad”, aseguró, y en su defensa invocó los expedientes judiciales y las auditorías del Congreso.
Este lunes, en Palacio Nacional, será espectacular ver juntos a Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Salinas y Echeverría (debieran ir todos) en el homenaje al promotor de la renovación moral en la administración pública.
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