miércoles, 20 de junio de 2012

Salvador Camarena - Tres ya se ganaron mi voto

Salvador Camarena
Votar es un ejercicio de libertad, pero también un acto que compromete. Sufragar es la culminación de una serie de procesos, ligados algunos al calendario electoral, pero más importante aún: es producto de dinámicas sociales que están fuera de la ruta que marca los tiempos de los comicios y que vienen de larga data. Votar es, además, renovar en los puestos a personas a las que encargaremos 1) que tomen decisiones en el marco del acuerdo que ya hemos logrado convertir en leyes, 2) que encabecen discusiones y reformas que han de mejorar y corregir nuestras insuficiencias colectivas, y 3) que enfrenten las contingencias imposibles de predecir.

El voto es tan importante como la crítica, pero no la cancela ni la sustituye. El voto puede implicar una crítica al sistema pero también es un acto que reconoce el orden establecido. Y aunque hay momentos e instancias en las que es válido el voto nulo o en blanco (como en el pasado proceso electoral de 2009), hay coyunturas en las que no cabe el no elegir a alguna de las candidaturas en la boleta. Creo que la elección de Presidente de la República en este 2012 es uno de esos momentos en que nadie que se sienta comprometido socialmente puede evadir el elegir a uno de los candidatos.

Hace unas semanas escuché en una mesa a un priísta preguntar, a partir de las encuestas, que cómo era posible que el electorado del Distrito Federal hubiera perdonado a Andrés Manuel López Obrador. Nadie lo dijo ese día, pero la respuesta perfecta era: de la misma manera en que, también según los sondeos, muchos otros “han perdonado” (para usar las palabras de ese priísta) al PRI y prefieren un triunfo de Enrique Peña Nieto. ¿Por qué la izquierda no lanzó a otro candidato, o por qué el “nuevo PRI” puso como abanderado a un heredero político de Arturo Montiel? Esas dos preguntas son buenas para las campañas, material para el análisis, pero como argumentos de descalificación total son ideas chabacanas. Además, no es posible distinguir entre la clase política y la sociedad como si fueran mundos aparte, como si la primera fuera la parte mala y la segunda la buena. Ni viceversa.

No tenemos en este proceso electoral candidatos ideales y esa es una buena noticia. Hemos constatado que son normales, por lo que podemos comenzar por decir que son dignos representantes de nuestra política, de nuestra sociedad. Son de nuestra estatura. Como nunca, la crítica los ha dejado de su tamaño real. Ni Peña Nieto es el star de sus spots, ni Josefina Vázquez Mota la funcionaria sin par, ni López Obrador efectivo adalid de causas populares. Dejo fuera al señor Quadri pues él ni siquiera tiene el mérito de los otros tres de haberse ganado la candidatura en algún proceso partidista formal. Es un instrumento de una persona, por más que le disguste.

Ese desgaste en la figura de los candidatos nos ha brindado la oportunidad de hacernos una idea de quiénes son, qué representan y quién les acompaña. Ya en el cargo, cualquiera de ell@s podría superar nuestras expectativas pero, toco madera, difícilmente podrían estar por debajo de lo que ya les vimos en el último año. Podrían traicionar la palabra empeñada, o no respetar plataformas y expresiones. Podrían ser lo peor que han sido en el pasado. Pero también podría, quien gane, ser una agradable sorpresa.

Salvo que descubramos algún acto ilegal, esos tres se han ganado el voto, al menos el mío. Falta saber cuál.

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