Jaime Sánchez Susarrey |
La iniciativa preferente, introducida por la última reforma política, ha mostrado ya su utilidad. El propósito, destrabar las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, se ha alcanzado. Es cierto que nadie inventó el hilo negro. Pero igualmente cierto es que después de un largo impasse estamos ante la aprobación de la primera reforma estructural.
La convergencia PRI-PAN-Partido Verde debe ser el primer paso para conformar un bloque mayoritario estable. La coyuntura es única. Y de perderse esta oportunidad es probable, muy probable, que no se repita en mucho tiempo.
Entre otras cosas, porque la entrada de los priistas en una lógica reformista depende, hoy, de que han recuperado la Presidencia y del compromiso de Peña Nieto de avanzar en ese sentido.
Por el lado de la izquierda no hay ni habrá novedades. Como era previsible, los perredistas se atrincheraron en una posición contestataria e intransigente. De nada sirvieron las proclamas de Nueva Izquierda, "Los Chuchos", reivindicando una oposición moderna y propositiva.
Con todo, y como parte del show, no deja de ser ridículo que la oposición a la reforma de La Ley Federal del Trabajo sea encabezada por Manuel Bartlett, senador por el Partido del Trabajo. El ex secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid se ha convertido en un paladín de "la causa obrera" y del antineoliberalismo. ¡Cosas veredes!
No hay duda que la reforma no será una panacea ni se pueden esperar milagros. Las leyes no conducen al paraíso. Si así fuera, ya lo habríamos alcanzado. Pero constituye, sin duda, un paso importante. Porque una mala, o desfasada, legislación traba el desarrollo económico. Y no hay que olvidar que la ley vigente data de 1970, cuando el país y el mundo eran radicalmente distintos.
Un avance fundamental, para los trabajadores, está en la eliminación de la cláusula de exclusión, que establece: a) que un trabajador al ser contratado por el empleador debe pertenecer o afiliarse al sindicato; b) que si el trabajador abandona (o es expulsado) del sindicato deberá ser despedido de la empresa sin indemnización alguna.
Igualmente importante, para las empresas, es la limitación del pago de los salarios caídos a un solo año. Porque la legislación vigente dejaba ese lapso abierto y se debían cubrir, en ocasiones, salarios caídos hasta por 5 o 10 años, ocasionando la quiebra de empresarios medios y pequeños.
La flexibilización en la contratación es también relevante. Porque las empresas mexicanas no compiten sólo con otras empresas nacionales, sino con firmas y condiciones de trabajo internacionales. No hay forma, en consecuencia, de evitar o eludir las condiciones impuestas por la globalización.
¿Quedan pendientes cuestiones fundamentales? Sí. Menciono dos: suprimir la diferencia entre los trabajadores del apartado A (el conjunto de los asalariados) y los del B (que incluye sólo a los empleados por el Estado), que no fueron tocados por la reforma. Además de la necesaria reglamentación del derecho de huelga, que actualmente se presta a una serie de abusos. Pero aun así, la reforma contiene avances indiscutibles.
Por otra parte, quienes vieron la iniciativa preferente como un regalo envenenado de Felipe Calderón a Peña Nieto se equivocaron. Según esa versión, el presidente de la República quería poner al Presidente electo y al PRI en un predicamento, para evidenciarlos como falsos reformadores.
Pero la verdad es que el resultado ha sido completamente opuesto. En este juego no ganaron todos, pero sí varios. Ganaron Felipe Calderón y el PAN porque pasó lo esencial de su iniciativa. Ganaron Peña Nieto y el PRI porque se avanzó en la agenda reformadora planteada en la campaña, aun antes de la toma de posesión del Presidente electo.
En el extremo opuesto pierde AMLO porque la victoria de Calderón y Peña es, en automático, una derrota para él, dadas las coordenadas del juego suma cero que se ha trazado. Y pierde la izquierda "reformista y moderada" porque reincidió en el viejo lenguaje y discurso contestatario. ¿Cómo creer en la estrategia "revisionista" de "Los Chuchos" si se comportan como el cabús de López?
La enseñanza esencial, por lo demás, que deja esta primera reforma es muy clara: hay que archivar definitivamente la búsqueda de consensos imposibles para forjar convergencias estables e impulsar la agenda pendiente. Completado el primer tramo habrá que avanzar en las reformas fiscal y energética.
Los resultados de esos acuerdos terminarán por beneficiar a los partidos que los impulsen y ampliarán la base y legitimidad del proyecto modernizador. Eso fue lo que pasó con la primera generación de reformas que se gestaron entre 1988 y 1977.
Y no hay ninguna razón que impida que ese mismo esquema se reedite. Más aún si, como cabe esperar, las reformas se traducirán en mayor crecimiento y bienestar para la población. Dicho de otro modo, a ninguna fuerza política -como no sea la izquierda- conviene que las reformas se detengan o, peor aún, fracasen.
A final de cuentas, la estabilidad política, social y económica del país ha sido el efecto de la convergencia entre priistas y panistas. Porque, más allá de las legítimas diferencias, los cimientos y el edificio de la modernidad fueron consecuencia de sus acuerdos y gobiernos.
Frente a esa gran convergencia, que AMLO descalifica como el abominable PRIAN, la "izquierda" ha sido incapaz de proponer una alternativa, como no sea el viejo nacionalismo-revolucionario de Echeverría y López Portillo.
Bartlett, López, el SME y la CNTE, marchando con el puño alzado, pueden ser cualquier cosa, menos un proyecto de futuro.
Leído en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/jaime-sanchez-susarrey-la-reforma-va,19daa0832d21a310VgnVCM3000009acceb0aRCRD.html
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