Jaime Sánchez Susarrey |
2.- Contra la expectativa que tenían los priístas, la Presidencia de Peña Nieto no tendrá mayoría en el Congreso. Su margen de maniobra será el mismo que tuvieron Zedillo -en la segunda mitad de su sexenio-, Vicente Fox y Felipe Calderón. El riesgo de un entrampamiento en las reformas e iniciativas de Gobierno será muy alto. Era contra eso y por eso que Fox llamó a cerrar filas tras el candidato puntero. Ya no fue el caso.
3.- La otra gran sorpresa la dio López Obrador. Arrancó tercero en la contienda, con un índice de negativos muy alto, para terminar en segundo lugar. Además que el PRD arrasó en la ciudad de México. La explicación de este éxito es compleja. Menciono 2 datos: Uno, Miguel Mancera jaló para arriba a López Obrador. Dos, Josefina Vázquez Mota se equivocó en la estrategia. Pero sea de ello lo que fuera, el hecho es que AMLO resucitó.
4.- La candidata de Acción Nacional enfrentaba desde el inicio un escenario complicado: 12 años de Gobierno, la violencia asociada a la guerra al narcotráfico y la crisis de 2008, que sigue impactando a la economía mexicana. Pero aún así, a finales de marzo, Vázquez Mota arrancó en segundo lugar con alrededor de 30% de intenciones de voto y a buena distancia de López Obrador. Todo eso se perdió en los 3 meses de campaña. La estrategia de confrontación bajó las intenciones de voto por Peña Nieto, pero también por Vázquez Mota y fue López Obrador quien las capitalizó. ¡Bingo!
5.- El temple y convicción de un demócrata se prueba en la derrota. Josefina Vázquez Mota reaccionó muy bien el domingo por la noche. No titubeo. Si bien su discurso pudo haber sido más corto y preciso. Otro tanto ocurrió con el Presidente de la República. Su mensaje fue directo al grano y afirmó una cosa fundamental y elemental: en democracia no se gana ni se pierde para siempre. Así que lo dicho, en México sólo el PRI y el PAN saben reconocer cuando pierden y actúan en consecuencia.
6.- La negativa de López Obrador a reconocer la derrota era y es la crónica de un conflicto anunciado. Lo proclamó voz en cuello en las semanas previas con todas sus letras: primero me harán la guerra sucia y después vendrá el fraude electoral. La firma del pacto de civilidad en el IFE el jueves 28 de junio fue una simple artimaña. Se atuvo al consejo de sus asesores: no alejes a los ciudadanos con el fantasma de un conflicto postelectoral. La estrategia funcionó porque la gente le creyó y porque sus adversarios no remacharon suficientemente el punto.
7.- La incapacidad de AMLO de reconocer la derrota, tiene un elemento patológico manifiesto. Su forma de pensar y codificar la realidad se funda en una especie de silogismo. Premisa mayor: el pueblo es uno, bueno y mayoritario. Premisa menor: yo soy el representante único y verdadero del pueblo. Conclusión: el pueblo no vota contra sí mismo: soy invencible e indestructible. Y, obviamente, el corolario: la derrota sólo puede ser obra de un fraude electoral, es decir, de un complot de la mafia que oprime al pueblo.
8.- Pero a ese componente patológico, se añade un cálculo estrictamente racional. La denuncia del fraude y la polarización le sirven para afianzar su liderazgo y galvanizar al movimiento. Porque todo termina por reducirse a o estás conmigo o estás contra mí. No hay medias tintas ni espacio para la crítica y la reflexión. Las elecciones no se pierden porque se cometan errores, sino por efecto de un complot de los de arriba. Y a estas alturas del partido, el objetivo es aún más preciso: AMLO ya está inscrito en la boleta para el 2018. Así que no se va a ir a su finca (“La Chingada”), sino continuará su apostolado hasta ser de nuevo candidato.
9.- Esto plantea un escenario complejo y difícil para Marcelo Ebrard. Su cálculo a finales de 2005, cuando aceptó la postulación de López Obrador, fue muy simple: no es la hora de estirar la cuerda. Porque si no cedo y amarro la candidatura del PRD, AMLO se lanzará por Movimiento Ciudadano y PT, con la consecuente división de la izquierda que terminará en derrota. Así que habrá que esperar 6 años. Si AMLO gana, seré el candidato en 2018. Pero si pierde, también lo seré porque será evidente que habrá llegado la hora de nuevo liderazgo.
10.- Y pues no. AMLO ni se retira ni se retirará. Peleará la candidatura, pero sobre todo consolidará su liderazgo y no permitirá que nadie lo desafíe ni compita contra él. Entre sus haberes están los 15 y medio millones de votos y el hecho de que entre los perredistas, ahora ultrajados por un “nuevo fraude”, sigue y seguirá siendo el líder más popular. Porque, como afirmó Manuel Camacho, la gesta de López Obrador en 2012 puede leerse, desde ya, como una victoria.
11.- La incógnita es si AMLO respetará, al final, el fallo del Tribunal Electoral. Hay un corriente que le pide y exige que así lo haga. Graco Ramírez, ahora gobernador electo de Morelos, la encabeza. Pero también están los duros y el propio López Obrador que se muestra ambiguo: un día dice que sí y al otro que no. La respuesta la conoceremos a principios de agosto cuando falle el Trife. Pero pase lo que pase, López Obrador no entregará la estafeta y continuará su apostolado.
Larga y eterna vida para San Andrés. ¿Entendieron, marcelistas?
Leído en: http://www.periodico.am/leon/columna-instantaneas-7427.html
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