A 10 AÑOS DEL INICIO DE UNA GUERRA ABSURDA, EL RESULTADO PUDIERA TENER ALGUNOS ELEMENTOS POSITIVOS
Como los títulos de las columnas deben de ser cortos, este subtítulo es realmente el título y se refiere a la guerra entre Estados Unidos, el imperio, e Irak, la periferia.
En cuanto habitantes de un país que ha sufrido los embates del imperialismo, todo lo referente a la relación entre países imperiales y periféricos también nos concierne, o al menos debería, pues cuando en este ámbito las campanas doblan deberíamos saber que también doblan por nosotros. Y esto no es mera suposición sino experiencia, histórica y reciente.
Un par de ejemplos actuales ilustran cómo el interés mexicano puede ser afectado por una política norteamericana que tiene lugar al otro lado del mundo. En 2001, Vicente Fox logró que George W. Bush declarara que la relación externa más importante para Estados Unidos era la que tenía con México. El mexicano aprovechó ese momento para tratar de canjear su supuesto "cheque democrático" y demandó a Washington un nuevo enfoque legal y político respecto de los millones de mexicanos indocumentados que trabajaban en Estados Unidos. Pidió una legislación que les permitiera salir del inframundo legal en que vivían; la famosa "enchilada completa". Sin embargo, justo entonces uno de los enemigos acérrimos de la política de Estados Unidos en el Medio Oriente -Al Qaeda- decidió atacarle y en su propio territorio. Instantáneamente la relación de Washington con México perdió importancia, pues su atención se centró en el castigo al enemigo islamista. Hasta hoy el problema de los migrantes indocumentados mexicanos en Estados Unidos sigue sin resolverse.
Poco después, George W. Bush resolvió no sólo invadir Afganistán -refugio y base de Al Qaeda- sino Irak, con una justificación totalmente falsa: que ese país poseía armas de destrucción masiva y que tenía la voluntad de emplearlas. El gobierno mexicano fue presionado por Estados Unidos para que, desde su posición en el Consejo de Seguridad de la ONU, se uniera al apoyo de un ataque a Irak. El representante mexicano en ese organismo, Adolfo Aguilar, consideró que tal acción sentaría un precedente contrario al interés nacional mexicano y se opuso a legitimarla. El resultado fue el despido de Aguilar pero no sin que antes se ahondara el distanciamiento entre México y Washington. El momento imperial en Afganistán e Irak simplemente acabó con la supuesta importancia que México tenía para Washington antes del 11 de septiembre de 2001.
Ejemplos como los mencionados pueden multiplicarse. Desde la guerra hispano-americana de 1898 -fecha de la consagración de Estados Unidos como gran potencia-, los efectos de un buen número de las acciones de fuerza norteamericanas en el ámbito internacional se han dejado sentir en México, aunque sólo haya sido como coletazo. Es por ello que debemos examinar los resultados de la última aventura norteamericana en Irak -una "guerra de elección" (war of choice)-, y sacar conclusiones.
IRAK
Cuando en 1991 y tras 44 años llenos de tensiones y peligros concluyó la Guerra Fría con una contundente victoria de Estados Unidos sobre su adversario global -la URSS simplemente hizo implosión-, una buena parte de la clase política norteamericana, especialmente los republicanos, se desbordó. Y es que consideraron que Estados Unidos se había convertido en una superpotencia cuyo poder no tenía precedente en la historia mundial (James Mann, Rise of the Vulcans: the history of Bush's war cabinet, Nueva York: Penguin, 2004, p. xiv). Supusieron que podía moldear su entorno al punto de "crear su propia realidad" (Frank Rich, The greatest story ever sold, Nueva York: Penguin, 2007, p. 160). La gran prueba de esta suposición sería su actuación en el Medio Oriente y el primer paso la guerra contra el Irak de Saddam Hussein.
Formalmente las acciones norteamericanas en Irak se iniciaron el 20 de marzo del 2003 y concluyeron casi nueve años más tarde, el 15 de diciembre de 2011. Lo notable de esta guerra entre contendientes muy desiguales es que, a 10 años de distancia, aún no queda claro si Estados Unidos realmente la ganó y, de ser ese el caso, qué ganó. Es cierto que el conflicto cambió el mapa político del Medio Oriente, pero no en el sentido que Washington deseaba.
Algunos de los indicadores para hacer la evaluación de esa guerra son cuantitativos: 4 mil 487 soldados norteamericanos muertos y 32 mil 223 heridos (los dañados sicológicamente no entran en el conteo). El costo para el atacante se calcula en 2 millones de millones de dólares. Para el atacado, las pérdidas en vidas y en bienes materiales simplemente no se han calculado, aunque se admite que, por lo menos, sobrepasan los 100 mil muertos en un país de 31 millones de habitantes (The New York Times, 19 de marzo).
Si la guerra es la política por otros medios, ¿qué consiguió Estados Unidos con esa política? De entrada la ejecución de Saddam Hussein y parte de su círculo íntimo, la destrucción del ejército del dictador y la disolución de su partido -el Baath-, pero la moneda tiene un reverso: el régimen que surgió de la destrucción del anterior, el hoy presidido por Nuri Kamal al-Maliki, no es una ganancia en términos de democracia y se amolda a lo deseado por Washington. La división entre sunitas, chiitas y kurdos se ha agudizado y persiste una relación violenta entre ellos. Por otra parte, la desaparición de Hussein abrió la puerta a un aumento notable e inesperado de la influencia en Irak de un notable enemigo externo de Hussein pero también de Estados Unidos e Israel: el Irán de los ayatolas. En fin, que Washington ya sacó sus tropas de Irak y poco puede hacer ahora para neutralizar a Irán, salvo emprender otra guerra, cosa que no desea. Quizá la ganancia norteamericana sea petrolera. Hoy Irak produce tres millones diarios de barriles pero pudiera llegar a doblar esa producción en poco tiempo, pues sólo Arabia Saudita tiene un potencial mayor que Irak (Simon Henderson, "Iraq's oil future", The Washington Institute for Near East Policy, 3 de diciembre, 2012). Chevron, Mobil y otras empresas norteamericanas pueden llegar a beneficiarse mucho en Irak, aunque para Estados Unidos en su conjunto, el costo ha sido mucho mayor que el beneficio.
LA LECCIÓN
Pese a ser la mayor potencia militar del mundo, las guerras de contrainsurgencia le han salido mal a Estados Unidos. Es por ello que Barack Obama decidió salir de Irak y Afganistán a pesar de no haber dejado nada realmente resuelto y consolidado. En su posterior intervención en Libia, Obama buscó que ésta fuera multilateral y no jugar un papel central. Por ahora, Washington no tiene deseos de repetir la experiencia de otra "guerra de elección" en Siria ni considera que su carácter de superpotencia le pueda permitir modificar sustantivamente y en su favor el escenario político del Medio Oriente o de cualquier otra parte.
EN SUMA
En Irak y Afganistán la política imperial de Estados Unidos ha recibido una lección de humildad: la gran potencia no puede crear su propia realidad. Quién sabe cuánto tiempo durará el efecto de esta lección, pero por lo pronto y para países como el nuestro el efecto es positivo.
Fuente: Reforma
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