11 Abr. 13
Sé que es casi una religión en México la patética propensión de querer elevar todo al llamado rango constitucional, creyendo con increíble perseverancia e ingenuidad que incluir un derecho en la Carta Magna automáticamente lo hace realidad. Por eso guardo dudas sobre algunas de las llamadas reformas que se han aprobado en el Congreso en los últimos meses. Creo que a la Constitución mexicana le sobran artículos, párrafos, restricciones, aspiraciones y palabrería. Por eso, también, me congratulo de la iniciativa de decreto de reforma de fracción I, del artículo 27 constitucional; presentada por los diputados Manlio Fabio Beltrones, Gloria Núñez y Raúl Paz el 3 de abril. Busca suprimir parcialmente la obsoleta y rancia prohibición de compra de terrenos de playa a extranjeros.
Tanto en el capítulo 5 de mi libro Mañana o pasado: el misterio de los mexicanos, como en dos libros publicados con Héctor Aguilar Camín (Un futuro para México, p. 14; Una agenda para México, pp. 64 y 65), he insistido en la importancia que encierra lo que en ese momento era sólo un deseo. Si bien la iniciativa de Beltrones sólo elimina la restricción para la propiedad de viviendas unifamiliares sin fines comerciales, la supresión de este cerrojo, propio del siglo XIX, puede detonar un alud de inversión extranjera e incremento de turismo que todas las campañas de publicidad y todos los discursos no podrán traer.
Como se sabe, ésta es una más de las grandes simulaciones mexicanas, ya que en realidad la prohibición nunca fue real. Desde los años cincuenta muchos norteamericanos adquirieron propiedades en la Península de Baja California a través del régimen de fideicomisos, supuestamente operados por bancos mexicanos... que ya no existen.
Como lo dice el texto propuesto, los extranjeros no pueden comprar casas de playa, pero sí pueden adquirirlas vía un fideicomiso de un banco... extranjero. Sin embargo, la simulación que funcionó de modo eficaz en Baja California, hasta un techo relativo, no alcanzó para la etapa siguiente. ¿Cuál es esa? La de los snowbirds o baby boomers jubilados, es decir, los norteamericanos y canadienses que cumplieron 65 años a partir del 2010 y que seguirán llegando a la edad del retiro en grandes cantidades hasta el 2020, cuando termine la burbuja demográfica creada por el fin de la Segunda Guerra Mundial. No quieren ir a Florida o a Arizona; aunque para los de la costa este República Dominicana o Puerto Rico les queda más cerca que otros destinos, para la totalidad de los habitantes de EU, México es un verdadero paraíso para sus años dorados. Desde hace tiempo empresarios con visión estratégica como Roberto Hernández habían pensado en ciudades como Mérida, la costa norte del Pacífico, la costa de Michoacán y el Bajío como destinos naturales de retiro para ciudadanos estadounidenses que hoy gozan de mejor salud, de mayores ahorros y de una actitud más cosmopolita que sus padres o abuelos.
Pero salvo los muy ricos, los muy ilusos o los muy arrogantes, no se sienten seguros con el régimen de fideicomisos al menos por tres razones. La primera es la inseguridad jurídica que transmite el esquema: no es propiedad privada propia, punto final. El segundo lugar, porque es muy difícil obtener una hipoteca para adquirir una casa de veraneo en Puerto Peñasco, por ejemplo, y los americanos compran casas con hipotecas, punto final. Con la simulación mexicana o pagan en efectivo o no compran. Y en tercer lugar, para fines de herencias, impuestos, deducciones, etcétera, el régimen de fideicomiso le agrega al asunto un grado de complejidad y tramiterío que muchos no aceptan.
Por innumerables factores -cercanía, belleza, hospitalidad, economía, servicios- todo México es un edén para los jubilados de cualquier país, pero en particular los que se encuentran al lado. No hemos aprovechado esta extraordinaria ventaja debido a un anacronismo legislativo y a nuestro nacionalismo ramplón. Ojalá lo de Beltrones y compañía no sea puro petate del muerto.
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