jueves, 11 de abril de 2013

Sicilia: un político improbable - Lorenzo Meyer

AUTODEFINICIÓN

Ya lo había dicho antes y lo volvió a repetir en una entrevista que dio al diario El País (2 de abril): "Yo no soy un líder político". Y esa declaración de Javier Sicilia es creíble. Sin embargo, el poeta es el fundador y líder indiscutible de un movimiento social, y por tanto político: el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), que surgió hace dos años y que ha forzado a Felipe Calderón, primero, y a Enrique Peña Nieto, después, a dialogar en sus términos y en público en torno los muertos y desaparecidos en la lucha entre y contra el crimen organizado. Sicilia es la fuerza detrás de una iniciativa que, pese a la renuencia de Calderón y a la oposición de algunos, ya se convirtió en ley: la Ley General de Víctimas (Diario Oficial, 9 de enero de 2013). Sin embargo, esa ley aún no se traduce en hechos y los hechos como tales se mantienen indiferentes a la ley. Los muertos se siguen acumulando.



El MPJD surgió no como algo planeado; fue resultado de un arranque de dolor y furia de Sicilia tras el asesinato de su hijo Juan Francisco (24 años) el 27 de marzo de 2011, en Cuernavaca, y perpetrado por el crimen organizado. Sicilia decidió entonces marchar de Cuernavaca a la Ciudad de México para hacer pública su condena tanto al crimen organizado que ha sembrado de asesinados al país, como a la política de un gobierno federal que se lanzó a una "guerra contra el narco" en función de la agenda política presidencial -remontar el déficit de legitimidad que dejó la elección del 2006- y no de las necesidades e intereses de los ciudadanos, lo que finalmente agravó el mal que supuestamente debería haberse resuelto.

El MPJD fue, por tanto, criatura no de una idea concebida con antelación sino del arranque de un padre herido en el centro de su ser -"Yo soy un hombre que se enfrenta a las adversidades con la mayor radicalidad que puedo y estaba muy enojado", declaró Sicilia. Sin embargo, el contexto social donde se desarrolló esa acción individual era uno donde el enojo y la frustración eran ampliamente compartidos. Por eso una acción individual pronto devino en colectiva. Hubo también otro factor que contribuyó a que surgiera el MPJD, a que un día llenara de inconformes el Zócalo de la capital mexicana, a que unas caravanas recorrieran el país e incluso penetraran a Estados Unidos para confrontar a los norteamericanos con su responsabilidad en la tragedia mexicana por su demanda de drogas y su oferta de armas sin control. Ese otro factor, indispensable e insustituible como detonador de la energía acumulada por una sociedad muy agraviada pero no suficiente y efectivamente manifestada, fue el carisma de Javier Sicilia.



CARISMA

Desde la perspectiva sociológica, y siguiendo a Max Weber, el liderazgo y autoridad carismática es aquella otorgada por los seguidores a una persona en virtud no de su rango o posición en la sociedad, sino del reconocimiento de sus cualidades excepcionales en medio de circunstancias también excepcionales. Unas donde las rutinas institucionales ya no dan respuestas adecuadas a un ambiente de incertidumbre e insatisfacción.

Al líder carismático se le escucha, apoya y sigue por una combinación de atractivo personal, fuerza de su mensaje y, además, por el fracaso de las estructuras formales de autoridad.

Hasta el momento de topar con esa suprema injusticia que fue el asesinato irracional y evitable de su hijo, Javier Sicilia no era un hombre de acción. Su mundo era el de las letras y la reflexión, en fin, uno desligado del juego del poder. Pero justamente por no buscar para sí ningún tipo de mando político o económico, ninguna ventaja material, y por haber articulado un discurso eminentemente moral que sólo exigía que se le hiciera justicia a él y a miles de personas que estaban en circunstancias similares, es que Javier Sicilia fue visto como absolutamente creíble por los que le empezaron a rodear, a escuchar, a seguir y a apoyar. Finalmente, también por eso les resultó un interlocutor inevitable a aquellos a los que Sicilia cuestionó: a las autoridades.



LA POLÍTICA DEL ANTIPOLÍTICO

Hace más de dos milenios, en el origen de la filosofía y de la teoría política de Occidente en Grecia, Platón (427-347 a.C.), el discípulo de Sócrates, desarrolló una utopía que sigue siendo un punto de referencia en relación con la vocación política.

En una Atenas llena de conflictos, Platón propuso el establecimiento de un sistema de gobierno donde la responsabilidad del poder no quedara en manos ni de tiranos ni de los electos por el voto ciudadano, sino de los auténticamente mejores. Y éstos serían aquellos que tuvieran el conocimiento de la verdadera esencia de las cosas, es decir, de los dedicados al estudio: los sabios. Se trataba del "rey filósofo".

El problema es que el hombre dedicado a la búsqueda del conocimiento, el capaz de conocer la verdad y el auténtico orden de la naturaleza y, por tanto, de conocer y actuar con justicia en temas económicos, sociales y políticos, no estaría dispuesto a dejar su gran empresa o aventura de vivir la esencia de lo verdaderamente humano -la búsqueda y adquisición del conocimiento- por el mundo del poder. En el mundo imperfecto, el político busca y lucha por los honores y el placer que dan el disfrute del mando, pero la máxima satisfacción de la naturaleza humana es alcanzar la sabiduría y ya no abandonar "el mundo del saber". Por ello, había que obligar al sabio a ser rey, aunque en ello él no encontrara su verdadera vocación ni gozo.



PLATÓN Y SICILIA

El esquema político y filosófico de Platón es mucho más complejo que lo aquí presentado y, por cierto, al griego no le gustaban los poetas como Sicilia, pues los encontraba subversivos. Sin embargo, lo relevante es que, en el sistema ideal -utópico- concebido por el fundador de la Academia, quien busca con obstinación el poder no debería tenerlo y quien sí sería digno de tenerlo, no lo debería buscar. Pero hete aquí, que por una conjunción de circunstancias centradas en una tragedia, en México, y por un momento, tenemos a alguien que en contra de su voluntad debió de asumir el papel de político y por ello logró una autoridad moral y real, genuinas. Así, un pedazo de la utopía de Platón dejó de serlo y encarnó en Sicilia y el MPJD. Desafortunadamente, ese político y política tienen límites muy claros en la realidad antiutópica, brutal, que es México.



LOS LÍMITES

El MPJD ha puesto en claro lo banal -y venal- de la política ideada y desarrollada por Calderón y sus aliados externos -los de la Iniciativa Mérida- en la lucha contra el narcotráfico. La legitimidad de esa política ya se vino abajo, pero la serie de factores que dieron vida y mantienen al narcotráfico no se han modificado. El empeño de Javier Sicilia ha obligado a la nueva administración a cambiar el discurso y, parcialmente, sus prioridades, pero el sistema que generó el mal, la gran tragedia, sigue intacto. Para acabar con él, se requiere de un esfuerzo mucho mayor. Uno donde, sin negarle lugar a la utopía, se juegue con las reglas del realismo y se cuestione y combata no una política en particular sino a la naturaleza misma del sistema vigente. Esa es la gran tarea.

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