En diciembre de 2013 llegué a la Feria del Libro de Guadalajara y tardé unas cuatro horas en registrarme en mi hotel. La causa del retraso fue tan insólita como su duración: las puertas estaban siendo cambiadas por motivos de seguridad. Shimon Peres se hospedaría ahí para participar en un diálogo con Felipe González.
Los mexicanos somos expertos en descubrir defectos que rara vez reparamos. Nos quejamos de la falta o del exceso de vigilancia. En este caso, criticamos que el hotel se convirtiera en un territorio ocupado, tan confortable como el filtro de seguridad de un aeropuerto.
Pero la presencia israelí no sólo tuvo que ver con pasillos rigurosamente vigilados. Los mensajes de David Grossman, Amos Oz, Etgar Keret y muchos otros pusieron en práctica la rebeldía de la esperanza. El contraste entre la supervisión policiaca del espacio y la lucidez de los escritores fue una metáfora de un país en estado de excepción.
Escribo estas líneas desde Brasil, donde sostendré un diálogo con Keret. Recientemente, el autor de Pizzería Kamikaze ha sido hostigado por la compasión que mostró ante las víctimas palestinas. Su postura está lejos de ser radical. Insiste en el derecho de su país a defenderse, pero condena que eso implique la aniquilación de otras personas.
Esta defensa elemental del sentido de convivencia lo ha sometido a un auténtico pogrom en las redes sociales. La repercusión viral de las ofensas obliga a recordar lo que Salman Rushdie comenta en su autobiografía Joseph Anton: si internet hubiera existido en el momento en que lo condenó el Ayatollah, posiblemente habría sido asesinado por un fanático contagiado por la histeria digital.
La derecha israelí asocia la ofensiva militar contra Hamas con un irrestricto amor a la patria. Lo que se le reclama con mayor encono a Keret no es su rechazo a la solución armada, sino que sea capaz de entender el dolor del enemigo.
Hace algunos años, David Grossman pasó por la misma situación. Fue atacado con saña por imaginar un futuro sin escaramuzas en la frontera. Grossman sabía de lo que hablaba, no sólo como escritor, sino como padre de un soldado que murió poco después en el frente.
¿Cuántas vidas se deben perder para separar a una nación de otra? La pregunta adquiere particular relevancia planteada desde México, que comparte con Estados Unidos la frontera más cruzada del mundo (con la peculiaridad de que la mayoría de esos cruces son ilegales). Desde hace años, las planchas de metal que se usaron para que los tanques avanzaran en la “tormenta del desierto” forman un muro del lado norteamericano. No se trata de un obstáculo infranqueable (por el contrario, las láminas tienen hendiduras que sirven de escalones), sino de una instalación destinada a anunciar que cruzar está prohibido. Aunque al otro lado hay trabajos, llegar ahí pasa por el absurdo protocolo de arriesgar la vida.
La gran paradoja de las “tierras prometidas” es que tienen un cerco ardiente. Sin embargo, mientras la pólvora y la lumbre demarcan ese territorio, ciertos escritores reinventan el deseo de libertad. Etgar Keret pertenece al número de quienes creen que la identidad no sólo sirve para preservar lo propio, sino para defender al otro.
Un viejo proverbio judío se refiere al peso moral de la alteridad. Reunidos en torno a una fogata, un grupo de ancianos trata de definir lo que significa el amanecer. Uno de ellos lo describe en términos visuales: es el momento en que se advierten los contornos de las cosas. Otro lo define por familiaridad: es el momento en que reconoce la casa del vecino y su rebaño de ovejas. El más sabio encuentra una definición ética: el amanecer es el momento en que vemos a un perfecto desconocido y lo confundimos con nuestro hermano.
Esta parábola no es muy distinta a la del buen samaritano. Entendemos por “samaritano” a alguien que ayuda a los demás. El Nuevo Testamento refiere la historia de un hombre que socorre a otro en la carretera a Jerusalén. Pero lo que a Cristo le llama especialmente la atención es que quien auxilia proviene de la lejana Samaria: es un extranjero. Necesitamos la bondad de los desconocidos.
Las fronteras existen para dividir pero también para cruzarse. A contrapelo de las bombas, la literatura israelí imagina el amanecer donde un extraño se confunde con un hermano.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=253452
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