Las noticias sobre la violencia en el país no pasan desapercibidas en el mundo.
“Si algo ha confirmado la búsqueda (de los normalistas) es que miles de personas han sido asesinadas recientemente en México, y que la guerra contra las drogas puede estar peor de lo que aceptan las autoridades”, leemos en la primera plana dominical del periódico más importante, leído e influyente del mundo: The New York Times (el honor se lo disputa, sin duda, otro ejemplo del periodismo libre: The Washington Post).
Aún más:
En su edición, también de domingo, el diario más leído en español —El País— ofrece una cabeza rotunda en su primera plana: “La violencia ensombrece las reformas en México”.
Las páginas inmediatas del periódico español —2 y 3— publican cabezas y sumarios tan demoledores como indiscutibles: “La violencia pone en duda el nuevo México. La desaparición de 43 estudiantes desata una crisis política y social. La tragedia frustra el afán de Peña Nieto de acabar con la inseguridad que devoró a su antecesor”.
“El PRI creyó que podría administrar el infierno”, declara, en la página 3 de El País, el poeta Javier Sicilia, cuyo hijo fue secuestrado y asesinado en Cuernavaca.
En estos Archivos del poder lo hemos escrito en varias ocasiones: de nada sirven reformas en un país inseguro, hundido en la violencia e incapaz de ofrecer a sus ciudadanos seguridad y tranquilidad.
Y hoy, vía NYT y El País, así nos ven en el mundo: como un país violento, inseguro e inestable.
¿Quién lo niega?
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Se cumplen 25 días de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Las protestas crecen: paros en universidades públicas y privadas, protestas y marchas, Guerrero agitado, furia contra el gobernador Ángel Aguirre, hoy cobijado, en una especie de PRI amarillo, por un PRD que funciona más en torno a sus intereses políticos que en su congruencia de partido de izquierda; una PGR que cava y cava encontrando cadáveres de docenas, pero sin dar con los estudiantes.
“Tengo a media PGR buscando a los normalistas”, clama Jesús Murillo Karam. No es cuestión de numeralia, ciudadano procurador, sino de inteligencia y preparación. Muchos no hacen eficacia.
Todos buscan a los normalistas de Ayotzinapa. Qué bueno. No debe ser de otra forma.
Sin embargo, el entorno se enturbia bajo una espiral de violencia e impunidad que no debe cegarnos ni mucho menos ignorar otros casos de extrema gravedad.
Allí tenemos a la doctora María del Rosario Fuentes Rubio, quien bajo el seudónimo de Felina en Twitter, denunciaba sobre situaciones de riesgo ante el crimen organizado en Reynosa, Tamaulipas.
La doctora hoy está desaparecida. En su cuenta —hackeada— aparecen leyendas que hacen suponer que fue asesinada, con mensajes escritos, presuntamente, por ella misma; nadie sabe dónde está.
Fuentes Rubio administró Responsabilidad por Tamaulipas —un sitio de denuncia ciudadana ante la incapacidad de gobiernos y policías— hasta los primeros meses de 2013. Fue removida como medida precautoria, justo cuando el crimen organizado amenazó al creador de otra cuenta admirable: Valor por Tamaulipas.
“Todos los días trabajo para hacer de mi pedacito de Tamaulipas un lugar mejor”, solía escribir Felina en TW.
Hoy, esta ciudadana valiente, harta de la delincuencia en México, ha desaparecido. Posiblemente esté muerta. Y ninguna autoridad —ni el gobernador tamaulipeco, Egidio Torre Cantú, ni cualquiera a nivel federal— se ha ocupado del caso.
María del Rosario: una mexicana más desaparecida por el crimen organizado.
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Un cadáver es velado frente a la Secretaría de Gobernación: el de Margarita Santizo, madre del agente Esteban Morales, desaparecido en diciembre de 2009 en Michoacán, enviado por sus jefes de la SSP federal. Jamás apareció.
Margarita reclamó, de frente al entonces presidente Calderón, la desaparición de su hijo. Nada se hizo.
En el gobierno peñista tampoco se movió un dedo.
“Enfermé de cáncer por estar cargando años de tristeza, rabia y coraje”, decía una manta al pie del féretro de Margarita sobre avenida Bucareli. Su cadáver es emblema, ahora, del sentir de ciudadanos no escuchados, humillados por la soberbia oficialista, indefensos ante la criminalidad e impunidad: la impotencia del mexicano.
Sí: Margarita Santizo no murió de cáncer. Falleció de rabia. De tristeza.
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Son los normalistas de Ayotzi y son, también, otros casos más que merecen nuestra misma atención e indignación.
Los nombres de María del Rosario Fuentes Rubio y de Margarita Santizo allí quedan como estandartes de la indefensión ciudadana en el país.
Son los normalistas.
Son los otros mexicanos víctimas, de una u otra manera, del crimen organizado hoy empoderado, engallado y dominante en varios territorios.
Somos todos.
Twitter: @_martinmoreno
Leído en http://www.excelsior.com.mx/opinion/martin-moreno/2014/10/21/988021
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