MÉXICO, D.F. (Proceso).- Hace unos días el maestro León Portilla preguntó desde el templete de un acto público: ¿Hasta dónde? El compilador y traductor del náhuatl de los textos que conforman La visión de los vencidos, es decir la visión de los derrotados en la terrible guerra de la Conquista, lo preguntó refiriéndose a los vencidos de hoy, los 43 normalistas desaparecidos y los desconocidos de las fosas recién descubiertas en nuestro país, así como a los encajuelados y los secuestrados y los colgados de puentes de ayer, y los cerca ya de 90 mil muertos acumulados hasta antier en la guerra contra el narco.
Otro sabio se hizo hace 144 años la misma pregunta: ¿Hasta dónde la violencia y la destrucción? Charles Darwin no vivía en un entorno siniestro, aunque la isla de civilidad en la que habitaba, la aristocracia intelectual del Imperio Británico, sí estaba rodeada de un mar de crueldad. Un proletariado miserable y poblaciones colonizadas explotadas sin límite y controladas por ejércitos sanguinarios. Peor aún para el pacífico y amable Darwin, su teoría de la evolución estaba siendo utilizada en el Imperio como argumento principal para extremar aún la explotación del prójimo.
Rezaba el argumento supuestamente evolucionista: Si la ley de la Naturaleza es que las especies evolucionan a través de la lucha y el triunfo del más apto, deroguemos los límites que los humanos han erigido y demos libertad absoluta a la contienda. Nada de servicios sociales, nada de altruismo, nada de misericordia cristiana. Que mueran los que deban morir y emerja el superhombre.
Lo dicho, Darwin a los 60 años, instalado en el pináculo del prestigio mundial, se preguntó si de verdad su descubrimiento de la Ley del más Apto, señalaba que desbordar los límites de la violencia era el destino natural de los primates parlantes. Y para responder la pregunta, Darwin, que no era un filósofo, que no un creyente de Dios tampoco, volvió la mirada a la Naturaleza y esgrimió su instrumento predilecto, el método científico. En los tres sucesivos jardines de su hacienda, construyó un mariposario delimitado por redes, un acuario, una caja de tierra donde sembró tréboles, permitió que las hormigas y las termitas y las abejas prosperaran en el césped y los troncos de los árboles, al tiempo que en su estudio cada mañana escribía cartas a sus informantes en los cinco continentes, pidiéndoles noticias sobre la vida social de las especies que vivían en grupo.
Y entonces Darwin se puso a hacer lo que tan bien sabía hacer, reunir información de la Naturaleza, sistematizarla, y tratar de descifrar las leyes de lo social.
Lo que concluyó al cabo de una década es de un valor inestimable para nuestro feroz mundo del siglo XXI. Descubrió que la Ley del más Apto rige únicamente bajo una condición. La de la escasez. Escasez de alimento, territorio y parejas sexuales para la reproducción. Si hay escasez, los individuos luchan a muerte por lograr comida o territorio o sexualidad. Si no hay escasez, no luchan. Y de cierto, de ahí se desprende una segunda ley de la cooperación. Los individuos cooperan entre sí precisamente para anular la escasez; para crear la abundancia que anula la Ley del más Apto; la cooperación es la estrategia más genial de la Naturaleza en la lucha por la sobrevivencia.
No en vano las especies que dominan el planeta son especies sociales. Las hormigas, los peces que viven en cardúmenes, y la especie más complejamente organizada para la cooperación, la más gregaria del planeta, los primates habladores: nosotros.
Darwin, materialista radical, ateo, siguió descubriendo leyes de la cooperación de donde emana la bondad entre los individuos. Descubrió esta tercera ley. La felicidad y el bienestar de los individuos de un grupo es cosustancial a la abundancia. Es decir, una y otra facilitan la tercera, la tercera facilita las primeras. También descubrió la existencia de la Justicia en las especies de mamíferos superiores: Si estas especies anulan la escasez creando un bien común de comida, al que roba del bien común se le suele castigar con la muerte.
Y por fin, Darwin formuló una nueva definición de la moral, una definición que no pasa por entidades sobrenaturales, un Dios o un Diablo, que tampoco nada tiene que ver con un voluntarismo por ser bueno o una caída a la maldad. Un Bien y un Mal inscrito en la Naturaleza, una moral natural más antigua que la filosofía o las religiones, más antigua aún que la especie humana. Una moral que puede observarse, medirse y modificarse. Moral es lo que conserva o aumenta el bien común de un grupo. Inmoral es lo que disminuye el bien común.
Con el maestro Portilla, los mexicanos no depredadores se preguntan a diario: ¿Hasta dónde?, ¿hasta cuándo la violencia, los robos, los secuestros, las extorsiones, los asesinatos? La respuesta del gobierno ha sido hasta hoy autoritaria: hasta que matemos a todos los que matan. También ha sido ineficaz: en su último informe, el presidente Peña celebró que 83 cabecillas del crimen han sido sustraídos de la sociedad, los principales ejecutados, y sin embargo la violencia no disminuye, nuevos criminales toman el lugar de los idos. El legado de Darwin sobre la cooperación es poco menos que desconocido y nunca ha sido aplicado a las sociedades humanas, pero trasladado a nuestro tiempo y hábitat no deja de tener sentido.
Sólo la creación de abundancia comunitaria en el México hambriento, esa mitad de la población, garantizaría la anulación de la violencia: salud pública buena y accesible, un mínimo de alimentación y un espacio de habitación asegurados. Y un sistema de Justicia real y que rija sobre todos y para todos, que proteja el bien común y castigue a quien lo dañe o disminuya.
Darwin dejó escritas sus leyes para la cooperación en un librito delgado, El origen del ser humano. No es casual que sea un texto apenas y leído, mientras su Origen de las especies, con la Ley del más Apto al centro, se estudia en cada preparatoria de Occidente, al menos en una síntesis. Nada asegura que la especie vuelva la mirada al librito, miles de libritos sabios se pierden en la oscuridad del olvido humano, pero en esas hojas escritas hace un poco menos que siglo y medio por el fundador de la Biología moderna está la respuesta al ¿Hasta dónde la violencia?
Leído en http://www.proceso.com.mx/?p=385697
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