José María Merino1941 |
Cuento de Navidad
En
el cielo del amanecer brillaba con fuerza aquel insólito lucero que la
gente común contemplaba con asombro, pero el capitán sabía que era uno
de los satélites de comunicaciones que permitirían a su ejército
mantener la supremacía en aquella guerra interminable.
-Mi
capitán –transmitió el cabo-. Aquí sólo hay varios civiles refugiaos,
unos pastores que han perdido el rebaño por el impacto de un obús y una
mujer a punto de dar a luz.
El capitán, desde la torreta del carro, observaba el establo con los prismáticos.
-Registradlo todo con cuidado.
-Mi capitán –transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.
-Mi capitán –transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.
-A ese me lo traéis bien sujeto.
-Mi capitán –añadió el cabo, con la voz alterada-, la mujer se ha puesto de parto.
-Bienvenido al infierno –murmuró el capitán, con lástima.
A
la luz del alba, aparecieron en la loma cercana las figuras de tres
camellos cargados de bultos y el capitán los observaba acercarse,
indeciso.
-Abrid fuego –ordenó al fin-. No quiero sorpresas.
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