Charles Perrault 1628 - 1703 |
El gato con botas
Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino,
su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al
abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.
El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro,
y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:
—Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente
trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un
manguito (guantes) con su piel, me moriré de hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido,
le dijo en tono serio y pausado:
—No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme
una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que
vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.
Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones,
le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como
colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no
desesperó de verse socorrido por él en su miseria.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas
y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas
delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho
y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó
a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera
a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo
recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el
saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con
él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo
una gran reverencia ante el rey, y le dijo:
—He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor marqués
de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros
de su parte.
—Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy las gracias y
que me agrada mucho.
En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su
saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las
cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al rey, tal como había hecho con
el conejo de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó
que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de
vez en cuando al rey productos de caza de su amo. Un día supo que el rey iría
a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y
le dijo a su amo:
—Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha:
no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida
yo haré lo demás.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin
saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el rey pasó por ahí, y el
gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!
Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por la portezuela y
reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias
que acudieran rápidamente a socorrer al marqués de Carabás. En tanto que sacaban
del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey que
mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas
pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las
había escondido debajo de una enorme piedra.
El rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa
que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor marqués de Carabás.
El rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar
realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del rey lo encontró
muy de su agrado; bastó que el marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas
sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.
El rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el
paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó,
y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
—Buenos segadores, si no decís al rey que el prado que estáis
segando es del marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el rey preguntó a los segadores de quién era
ese prado que estaban segando.
—Es del señor marqués de Carabás, dijeron a una sola voz, puesto
que la amenaza del gato los había asustado.
—Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo el rey al marqués de
Carabás.
—Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con
abundancia cada año.
El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos
que cosechaban y les dijo:
—Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos
campos pertenecen al marqués de Carabás, os haré picadillo como carné de budín.
El rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían
los campos que veía.
—Son del señor marqués de Carabás, contestaron los campesinos,
y el rey nuevamente se alegró con el marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo
a todos cuantos encontraba; y el rey estaba muy asombrado con las riquezas del
señor marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo
dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras
por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién
era éste ogro y de lo que sabia hacer, pidió hablar con él, diciendo que no
había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la
reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro
y lo invitó a descansar.
—Me han asegurado, dijo el gato, que vos tenias el don de convertiros
en cualquier clase de animal, que podíais, por ejemplo, transformaros en león,
en elefante.
—Es cierto, respondió el ogro con brusquedad, y para demostrarlo,
veréis cómo me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que
en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las
botas que nada servían para andar por las tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su
forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.
—Además me han asegurado, dijo el gato, pero no puedo creerlo,
que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo;
por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que
eso me parece imposible.
—¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y al mismo tiempo
se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el rey que al pasar vio el hermoso castillo del
ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el
puente levadizo, corrió adelante y le dijo al rey:
—Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor marqués
de Carabás.
—¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, este castillo también
os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que
lo rodean; veamos el interior, por favor.
El marqués ofreció la mano a la joven princesa y, siguiendo
al rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica
colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo
ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el rey
estaba allí.
El rey, encantado con las buenas cualidades del señor marqués
de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor, viendo los valiosos
bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:
—Sólo dependerá de vos, señor marqués, que seáis mi yerno.
El marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que
le hacia el rey; y ese mismo día se casó con la princesa. El gato se convirtió
en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.
MORALEJA
En principio parece ventajoso
contar con un legado sustancioso
recibido en heredad por sucesión;
más los jóvenes, en definitiva
obtienen del talento y la inventiva
más provecho que de la posición.
OTRA MORALEJA
Si puede el hijo de un molinero
en una princesa suscitar sentimientos
tan vecinos a la adoración,
es porque el vestir con esmero,
ser joven, atrayente y atento
no son ajenos a la seducción.
Leído en http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_perrault05.htm
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