Si la música de Agustín Lara era escuchada por las arrobadas abuelas de provincia y por las quinceañeras ansiosas de la capital, las verdaderas admiradoras del autor eran las prostitutas.
Más de una vez se reunieron para aclamarle acudiendo a los lugares en donde él cantaba.
Agustín afirmaba que gracias a sus canciones se había conseguido elevar el precio de los servicios en muchas casas.
Vende caro tu amor, aventurera;
da el precio de tu dolor a tu pasión,
y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con brillantes tu pecado.
—¿Tú crees, Agustín, que ha subido tanto el precio como para llegar a pagar con brillantes?
Él me miraba socarronamente:
—Hermano del alma, gracias a Dios las cosas no se han puesto tan imposibles.
Las prostitutas habían encontrado a su cantante de prostíbulo quien afirmaba que la venta del cuerpo tiene más de sacrificio que de pecado.
Por una vez las abuelas, las quinceañeras y las prostitutas parecían bailar al mismo son.
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