Eruviel Ávila no pierde tiempo. Cuando recientemente apareció en los indicadores de seguridad el estado de México como número uno en incidencia delictiva, cesó al comisionado de Seguridad Ciudadana, Damián Canales, que era respaldado por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Cuando el 28 de mayo afirmó que Uber nunca entraría a su estado y levantó una polémica, al día siguiente dijo que analizarían el modelo de transporte, y este miércoles le dio la bienvenida. Cuando algo no funciona, es el mensaje, actúa y cambia. Cuando alguien no escucha, le abre la chequera a los medios. En una gira a Europa de varios gobernadores hace unos días, parecía que sólo él había viajado por tantas inserciones que pagó. Como nuevo presidente de la Conferencia Nacional de Gobernadores, así volverá a ser.
Los reflejos de Ávila son rápidos, porque ven al futuro. Desde hace más de un año está en metamorfosis. Cambió el corte de pelo y de sastre. El resultado es que el político cuyo cabello rizado no daban el aire de seriedad necesario para apelar a todo tipo de público y sus trajes mal cortados lo hacían ver desaliñado, transformó su imagen pública. Como necesitaba que lo conocieran en todo el país, tapizó de publicidad a los medios de cobertura nacional. La estrategia le ha funcionado; en las encuestas de probables presidenciables sólo está debajo de Andrés Manuel López Obrador.
El gobernador no lo ha dicho en palabras, pero sí en acciones: su mapa de navegación tiene como primera estación su sucesión; como segunda, la candidatura presidencial; la última, ganar las elecciones en 2018. Puede ser cuidadoso y prudente dentro del PRI, y con el presidente Enrique Peña Nieto, a quien le debe la gubernatura y la escalera a posiciones más altas, pero no puede ser hipócrita. Ávila es el caballo negro en la sucesión presidencial, una carta a la mano del presidente, como en el estado de México, cuando sus candidatos originales, Luis Videgaray y Alfredo del Mazo, no le daban para ganar la elección.
Ávila es de alguna manera como Luis Donaldo Colosio, a quien el secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas, arropó, lo hizo presidente del Congreso, coordinador de su campaña presidencial y senador. Fue líder del PRI y le construyó Secretaría de Desarrollo Social, donde le dio un programa –Solidaridad-, estructura y equipo, que lo condujo a la candidatura presidencial. Ávila, sin ser del grupo íntimo de Peña Nieto estuvo cerca de él. Meses antes del destape le mandó decir que dejara de beber para cuidar su candidatura. Tres días antes de anunciarse, Peña Nieto le dijo a su hombre de confianza Videgaray que él no sería, y a su cercano David López, le dejó entrever que sería Del Mazo. Desviación mediática para quitarse presión.
Ya presidente, las visitas de Peña Nieto al estado de México son como un ritual, y el apoyo presupuestal al estado es sustantiva. Ávila empezó su administración con grandes errores, pero en Los Pinos lo justificaban. “Cómo puede tener un buen gobierno si nos trajimos al gobierno federal a sus dos primeros niveles de funcionarios”, decía uno de los colaboradores cercanos del presidente. Cuando el estado se le iba de las manos por la ola de secuestros en Valle de Bravo, Peña Nieto, a través de Videgaray –con quien tiene una excelente relación-, llegó al rescate. En mayo del año pasado le envió a José Manzur, quien era el presidente de la Comisión de Presupuesto del Congreso, para hacerse cargo de la Secretaría General de Gobierno. La Comisión era importante, pero más rescatar Valle de Bravo, el lugar de descanso de la elite de capital federal.
Manzur lo sacó del hoyo. La seguridad en Valle de Bravo cambió radicalmente con el apoyo de la Marina. La inseguridad se movió al oriente del estado, y aunque funcionarios federales aseguran que Ecatepec, la tierra de Ávila, es el municipio más peligroso del país, la información no trasciende –la publicidad los medios ayudan para distorsionar la realidad- al público en general. Lo que no se ve, no se siente. Ecatepec y Valle de Bravo, que podían haber castigado al PRI y al gobierno en las elecciones, no lo hicieron. Ávila sacó buenos resultados en esos municipios, y donde era imperante ganar, Atlacomulco, Metepec y Toluca, ganó.
Ávila, se puede argumentar, es el caballo negro en la sucesión presidencial, aunque la prensa política aún no lo vea. No es así en la clase política. Hace escaso un mes se casó su hija y acudió prácticamente todo el gabinete, incluidos los secretarios de Gobernación, Hacienda y, quien nunca asiste a ese tipo de eventos, el secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos. Una decena de gobernadores estuvieron presentes, así como los líderes parlamentarios de casi todos los partidos. El presidente no fue porque estaba de gira en Europa, pero la boda civil se adelantó unos días para que firmara como testigo.
El gobernador Ávila tiene su maquinaria en marcha para 2018. Quien no lo vea, como en 2011, soslayará a uno de los precandidatos más sólidos para sustituir a Peña Nieto. Él parece tenerlo muy claro. Hasta tiene una página en internet para promover sus acciones de gobierno donde el nombre del PRI no aparece por ninguna parte. Esto, hay que aclarar, fue mucho antes del fenómeno bronco en Nuevo León.
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