Este “Diosito de mi vida” que decía la abuela Liberata tiene, entre otros muchos oficios, el de paisajista.
Le gusta ir a pintar a Ábrego. Mil paisajes pintados por él conservo en la memoria. Recuerdo especialmente el de unos cuervos cuyo volar era un dibujo de Hokusai trazado en una página de niebla, y otro de una luna gorda y mofletuda meciéndose en la noche de verano sobre la hamaca que forman los dos altos picachos de Las Ánimas.
Ahora el Dios artista cambió sus pinceles de color por uno blanco. He aquí que nevó en el Potrero. Todo en el valle se pintó de blanco; parecía que los seres y las cosas habían regresado al primer día del Génesis y en él se revistieron de inocencia.
Yo estoy también transido de blancura. Si el corazón y el alma se me salieran a jugar con el paisaje no se verían en la nieve. Tomo un copo en mis manos, y es como si hubiera tomado en ellas una luz. La elevo igual que cáliz eucarístico y pronuncio en silencio la frase más humilde de todas las que dicen de humildad: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa.”.
Y mi casa se llena también con su blancura.
¡Hasta mañana!...
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http://www.criteriohidalgo.com/a-criterio/pastores-fracasados
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