domingo, 20 de noviembre de 2011

La niebla por Juan Villoro



Hemos encontrado una excepcional manera de negar el presente y el futuro. Nuestra vida pública se alimenta de pasado, desesperada nostalgia de los días perdidos.

Nos acercamos a 2012, año de la alineación de planetas prevista por los mayas. El habitual catastrofismo que alimenta los best-sellers y los desastres con efectos especiales de Hollywood presentan la predicción como un apocalipsis.

Aunque el fin de un ciclo no necesariamente es trágico, en el mundo sublunar donde depositamos nuestros votos, todo indica que el porvenir será un desastre.

Lo más extraño es que las promesas de futuro son en realidad recuerdos de una era anterior. Después de 71 años de confundir lo público con lo privado, basar el ejercicio del poder en la impunidad y sostener vacilantes posturas contradictorias, el PRI se perfila como seguro ganador de la contienda. Nadie ignora que los gobernadores Ulises Ruiz y Mario Marín sumieron a Oaxaca y a Puebla en la ilegalidad. Tampoco se desconoce la suciedad en la que está inmerso el líder de ese partido, Humberto Moreira. El gran dinosaurio de nuestro parque jurásico no tuvo que evolucionar para seguir vivo. Un graffiti explica la disyuntiva de los votantes: "Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos".

El PRI es percibido como el atrabiliario pero eficaz garante de la protección. "Ellos sí sabían robar", dice un cínico refrán.

Cuando Arnold Schwarzenegger se perfilaba como gobernador de California y Jorge Hank Rhon como alcalde de Tijuana, Heriberto Yépez escribió un lúcido artículo en el que señalaba lo siguiente: los votantes no apoyaban esas candidaturas por ignorancia, sino porque, hartos de su impotencia, anhelaban la fuerza del antihéroe. Más vale que el monstruo esté de tu parte.

La bancarrota del gobierno de Felipe Calderón ha aniquilado las posibilidades de su partido. Desde que asumió el poder, prefirió gobernar con un grupo de amigos incondicionales. No ha sido plural ni siquiera en términos de las alianzas que podría haber obtenido dentro del propio PAN. Por otra parte, el eje de su mandato escapa a toda consideración democrática. En su campaña jamás prometió consagrar sus energías a una guerra contra el narcotráfico. A los 11 días de tomar posesión sacó al Ejército a las calles. ¿Por qué lo hizo? La explicación obvia es que deseaba correr una cortina de humo después de una elección impugnada. A propósito de su más reciente informe de gobierno, Calderón lanzó una de sus campañas de autoelogio. En un spot decía que al llegar a la Presidencia se "encontró" con un grave problema de seguridad. Un mandatario no es elegido para ver qué se "encuentra" en su oficina. El candidato que prometió ser el presidente del empleo es hoy el padrino de los ni-nis.

Al abanderar una delegación de deportistas, Calderón solicitó que echaran "el fua" en alusión a la arenga de un borracho en YouTube. Ese es su nivel intelectual.

La trágica muerte del secretario de Gobernación José Francisco Blake Mora y otras siete personas ha sumido al país en la zozobra. Como Juan Camilo Mouriño, el segundo funcionario más importante del gobierno parece haber sido víctima de un accidente. "Fue la niebla", dicen los peritos. Eso no explica la voluntad de atravesarla en vuelo. Que el encargado de la seguridad nacional carezca de condiciones de seguridad es una renuncia a la razón. Que esto ocurra por segunda vez es un suicidio de gobierno.

¿Cómo salir de este marasmo? Todas las flechas apuntan al pasado. El regreso del PRI se percibe como la vuelta a casa del hermano mayor que impone su ley sin escrúpulos pero puede ser benévolo con nosotros. El "ogro filantrópico" descrito por Octavio Paz tiene la mesa puesta.

Mientras tanto, el PRD celebró una consulta que terminó con el triunfo de López Obrador. Los nerviosos pueden respirar. En caso de perder, es difícil que el caudillo hubiera tratado de sentir qué se siente apoyar a otra persona. Tal vez lo hubiéramos conocido como "candidato legítimo".

La falta de miras que López Obrador mostró en la derrota de 2006 le impidió transformar una caída injusta en un propósito moral para una victoria por venir. Sin embargo, el panorama es tan precario que tiene méritos por default. Su partido es el único que no ha gobernado el país; en ese sentido, representa una relativa novedad entre atavismos. Pero su mesianismo de líder sindical de los años cuarenta tampoco es muy moderno. Salvo el Distrito Federal, el PRD no conserva los sitios donde gobierna, mostrando que es mejor para la impugnación que para la gestión. La ausencia de plataforma nacional gravita en contra de López Obrador. Las ilusiones que despertó hace seis años regresan como una sopa mal recalentada (preferible a otros venenos pero poco entusiasmante).

El cambio sólo puede venir de quienes no luchan por beneficios personales y se articulan en torno a llamados ciudadanos como el de Javier Sicilia. ¿Serán el futuro en 2012?

Por ahora caminamos como en un poema de Octavio Paz, oyendo nuestros pasos, extraviados en un laberinto donde "sólo es real la niebla".

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