jueves, 19 de enero de 2012

Fernando Belaunzarán - AMLO y el triunfo cultural de nueva izquierda



La grandeza es un artículo de lujo que nada tiene que ver con el poder adquisitivo. Si de por sí es escaso, en la política es prácticamente inexistente. Reconocer valor al otro, no a cualquiera, sino al que ha sido tu adversario y que muy probablemente lo seguirá siendo o lo volverá a ser, es difícil de encontrar, más aun cuando la confrontación ha llegado al extremo de la descalificación moral, recurriendo incluso a las injurias.

Para ese grado de honestidad pocos están preparados, pues significa asumir errores y conceder razón a quien se tuvo de rival. Es más fácil cambiar sin decirlo, rectificar sin dar crédito, omitir que el otro pedía hacer lo que ahora se hace. Un boicot a la memoria para ahorrarse explicaciones y no revisar lo dicho, para no reivindicar a nadie y evitar dar crédito a quien debe seguir siendo estigmatizado, de acuerdo a la lógica facciosa y sectaria que suele dominar en la clase política.

El notable giro a la moderación de Andrés Manuel López Obrador es un acierto estratégico de su campaña, pero hay una historia detrás que no se puede obviar, pues su anterior discurso, práctica e imagen tuvieron fuertes consecuencias y explican, en buena medida, el escenario en el que se desenvuelve la elección del 2012, y también las condiciones en las que llega la izquierda política, la cual se reencuentra tras cinco años dedistanciamiento y confrontación.

El nuevo discurso de AMLO ya no habla de “la mafia” que domina a México, misma que hay que combatir sin cuartel, en virtud de que no puede haber cambio “mientras ellos detenten el poder”, sino de la necesidad de que haya reconciliación en el país y se establezcan acuerdos amplios, hasta con aquellos a los que ubicaba en ese grupo infame, incluyendo a Felipe Calderón y a Carlos Salinas de Gortari.

Por mucho menos que eso, en los años previos, se atacó con saña y espíritu inquisitorial a los que no comulgaban con la lógica de la confrontación total y promovían una política de construcción de consensos con las otras fuerzas en el Congreso de la Unión para enfrentar los graves problemas del país.

A la luz de lo que ahora dice y propone López Obrador resulta incomprensible la división que se dio en la izquierda después del 2006, pues, más allá de figuras retóricas, matices y diferencias sobre otros temas que no fueron motivo del conflicto interno, el virtual candidato está haciendo y planteando lo que en sustancia la mayoría dirigente del PRD había sostenido como alternativa a la estrategia por él adoptada desde el Plantón de Reforma. Con el AMLO que hoy hace (pre) campaña, el principal partido de la izquierda se habría mantenido cohesionado con su liderazgo y, estoy convencido, no sería Enrique Peña Nieto quien estuviera encabezando las encuestas a esta alturas.

Es verdad que la llamada “república amorosa” no es solo moderación, conciliación y necesaria construcción de acuerdos nacionales, pero constituyen sus ejes políticos, los pilares con los cuales conviviría la pluralidad en la vida pública, aunque la retórica de corazones y sus resonancias religiosas y morales estén apartadas de la tradición de las izquierdas democráticas y libertarias.

Se debe entender que cambiar la percepción ciudadana no es fácil, menos cuando se trata de una personalidad fuerte y conocida como la de AMLO. Por eso recurre al “amor”, la figura más elocuente y opuesta a la del odio y resentimiento, imagen que generó en los últimos años al fragor de la estridente confrontación, misma que explica el rechazo o voto negativo tan elevado que se le observa en las encuestas. En mi opinión, es una apuesta audaz, pero correcta en su estrategia, no solo para ser competitivo en esta elección, sino para tratar de reinventarse hacia el futuro y levantar, por fin, el ancla que lo tiene sujeto al 2006.

La discusión sobre cuál es el “auténtico” Andrés Manuel me parece bizantina. No creo que después de la elección regrese al lenguaje y actitud de los anteriores cinco años, pues sería un suicidio político y serían pocos los que lo tomarían en serio. Sabe que para ser creíble se requiere consistencia y, por lo mismo, genuino o no, pienso que mantendrá su discurso conciliador y “amoroso” sea cual sea el resultado electoral. Quienes no le ayudan son muchos de sus seguidores recalcitrantes, pues parece que no se han dado por enterados del viraje y el surgimiento del “nuevo AMLO”. Mientras éste habla de reconciliación, aquellos persisten en su ánimo inquisitorial. Los mensajes equívocos generan confusión, cultivan el escepticismo y alientan la desconfianza.

Si la coexistencia de esos dos discursos excluyentes y contradictorios –moderación y confrontación- se mantiene, a pesar de ser contraproducente, también se debe a la resistencia por hacer justicia histórica y aceptar que Nueva Izquierda –por mencionar a la corriente que por su fuerza decidieron estigmatizar-, tuvo razón al sostener, a pesar del linchamiento moral al que fue sometida, la línea política que el hoy virtual candidato presidencial de las izquierdas ha retomado. Con ello, aunque no lo diga, AMLO asume que el camino correcto es el de las urnas y no el de la ruptura, y que, por lo mismo, resulta indispensable enviar a la sociedad un mensaje de estabilidad, concordia e inclusión para disputar con éxito el poder político mediante el voto ciudadano. Esa es la victoria cultural de “los chuchos” –y de otros grupos del PRD- por más que la mezquindad pretenda escamoteársela.

Claro que persisten algunas diferencias, como la de atar la despenalización del aborto y el matrimonio gay a una consulta, las clases de moral en las primarias públicas que por definición atentarían contra el Estado laico al promover una entre muchas morales, o la crítica a los “placeres efímeros”; pero todas ellas son salvables en un marco de respeto a la pluralidad y al derecho a disentir, siempre que se comparta la línea política de sumar y construir acuerdos en el marco de la ley y la lucha institucional.

Estoy lejos de querer hacer una apología de Nueva Izquierda. Los vicios de la clase política también se reproducen en su seno, sus prioridades muchas veces no coinciden con las de la sociedad, llega a predominar en ella la visión internista y no es inmune al ánimo faccioso. Además se resiste a la renovación y su “escalafón”, si así se le puede llamar, es estático y está anegado, de tal forma que el mérito y la capacidad son artículos poco valorados y, por lo mismo, no se alientan. Pero también representa mucho de lo mejor de la izquierda al promover la defensa y profundización de los avances democráticos y las libertades públicas y privadas, al entender que no hay democracia sin contrapesos y atreverse a desacralizar mitos y prejuicios que provienen de corrientes autoritarias como lo son el estalinismo o el nacionalismo revolucionario.

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