Se ha puesto de moda en México
el término de "Gobierno de Coalición". Creel y Beltrones buscaron incorporarlo a la Constitución. Creel lo volvió tema central de su
campaña; un grupo de distinguidos académicos y políticos publicaron un
manifiesto a favor de la idea. Y ahora Josefina Vázquez Mota parece
haberlo transformado en el leitmotiv de su campaña, postulándolo como
parte de la solución a la parálisis política.
Los motivos se
entienden. Desde el 97, el Presidente carece de mayoría legislativa. Ha
sido difícil o imposible aprobar reformas importantes y otras soluciones
institucionales han sido inviables hasta ahora. El gobierno de
coalición surge entonces como cuadratura de un círculo muy vicioso.
Permite lograr mayorías legislativas indispensables para el país; pero
no requiere, por lo menos en la visión de JVM, de transformaciones
institucionales como el referéndum, la segunda vuelta presidencial,
adoptar un régimen parlamentario o híbrido, o eliminar la cláusula de
sobre- representación.
Ahora bien, funciona fundamentalmente en
los regímenes parlamentarios, a la inglesa o española. Y funciona por
definición: para conformar un gobierno en un régimen parlamentario se
requiere de una mayoría, cuando se tiene una mayoría, se es gobierno.
Cuando ningún partido por sí solo alcanza dicha mayoría -lo que sucede
con cierta frecuencia en sociedades heterogéneas- deben aliarse dos o
más partidos para conformar la mayoría. La otra opción es el sistema
híbrido, a la francesa o rusa. En este aspecto, el híbrido se parece al
parlamentario. O bien el Presidente puede nombrar a un Primer Ministro
capaz de formar un gobierno con mayoría parlamentaria, o no. Si su
candidato para formar gobierno no puede, escoge a otro perteneciente a
otro partido. Pero siempre hay mayoría parlamentaria para formar
gobierno, de uno o varios partidos.
En los regímenes
presidenciales, la exigencia mayoritaria legislativa no es esencial. Los
presidentes pueden formar mayorías ad-hoc para cada reforma; pueden
lograr mayorías estables si su partido es mayoritario, o verse
condenados a la parálisis, por carecer de mayoría en las Cámaras. De tal
suerte que donde hay gobiernos de coalición, hay también un régimen
institucional distinto al nuestro; y donde hay un régimen institucional
como el nuestro, no hay gobiernos de coalición.
En México se han
producido figuras análogas. Zedillo nombró como procurador a Antonio
Lozano, no precisamente para obtener el apoyo del PAN en las Cámaras,
que por cierto nunca obtuvo. Fox, me consta, buscó incorporar a varios
cuadros del PRD a su gobierno, en vano. Creel y Rodolfo Elizondo, los
principales encargados de la negociación, me corregirán, pero en las
varias conversaciones que sostuve yo a nombre de Fox con Jesús Ortega,
Jesús Zambrano y Carlos Navarrete, se mencionaron varios cargos siendo
sus posibles ocupantes Amalia García, Rosario Robles y Alejandro
Encinas. El esfuerzo no prosperó, entre otras razones, porque Cuauhtémoc
Cárdenas consideró que se trataba de una mala idea. No me consta, pero
tengo entendido que Calderón buscó algo semejante en 2006, proponiéndole
a Amalia García y a Lázaro Cárdenas cargos, ofrecimientos que ambos
declinaron. No sé si también haya invitado al PRI, pero obviamente no
pasó nada. Calderón tenía razón: era preferible buscar personalidades no
panistas con votos legislativos bajo los brazos, que individuos
independientes y carentes de los mismos como el que escribe, como Adolfo
Aguilar o los ex priistas con los que tuvo que conformarse Calderón:
Téllez, Reyes Heroles y Lozano.
Nunca he entendido cómo se cuadra
el círculo. Los que tienen votos bajo el brazo no aceptan los cargos y
los que aceptan no tienen votos bajo el brazo. Las posibilidades de que
JVM, si gana la elección, convenza al PRI -archidecepcionado y furioso- o
al PRD -humillado- no solo de participar en su gobierno sino de aportar
votos para reformas comunes, me parece en el mejor de los casos iluso,
aunque deseable. No sé si dé para leitmotiv de una campaña
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/652/1302866/
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