Por Miguel Carbonell.
Respeto mucho la opinión de
quienes sienten que no hay ninguna opción válida para elegir el próximo domingo
y que lo mejor que pueden hacer es anular su voto. El rechazo a los partidos que
actualmente tienen registro y la renuncia a participar en un juego repleto de
mentiras y simulaciones es comprensible y demuestra el amplio rechazo que
suscita nuestra clase política. Bien ganado que se lo tienen.
Pero frente a los creyentes en el
poder del voto nulo habrá millones de mexicanos que sí decidirán por una u otra
oferta electoral el próximo domingo. Muchos de ellos se estarán preguntando en
estos días cómo enfrentarse a la boleta sin sucumbir a la tentación de taparse
la nariz y salir corriendo. Se me ocurren algunas consideraciones que podemos
tomar en cuenta para orientar el sentido de nuestra decisión.
Lo primero que debemos comprender
es que no todos los partidos son igualmente malos. Creo que, siendo todos muy
deficientes, hay elementos para distinguir entre los malos y los peores. Aunque
a veces cuesta trabajo hacerlo, hay criterios objetivos que sirven de base para
distinguir entre unos y otros. Por ejemplo, hay que valorar el desempeño que los
actuales candidatos han tenido en los anteriores cargos públicos que han
ocupado: ese es un elemento que ya nos permite llegar a una primera
diferenciación entre partidos. Y como ese hay varios
más.
Además, hay que tener presente que
el voto supone una doble forma de manifestar nuestra opinión: puede ser una
expresión de simpatía hacia una propuesta política, pero también puede ser una
vía para que expresemos nuestro rechazo a algún partido en concreto (por ejemplo
al partido que ha estado en el poder en nuestra demarcación). Luego entonces, el
elector tiene que preguntarse si quiere premiar o si quiere castigar a algún
partido y ejercer su voto en consecuencia. Para decirlo en pocas palabras: se
vale hacer un “voto de castigo” sin tener por ello que caer en la facilismo de
la anulación.
Una tercera consideración tiene
que ver con el análisis de las propuestas de los partidos. Si bien es cierto
que, durante las campañas, han predominado las fotografías, los slogans y los
jingles sin ninguna idea de fondo, también es verdad que hay partidos que han
hecho propuestas concretas. Frente a ellas nos tenemos que preguntar si estamos
o no de acuerdo. Puede ser que no compartamos por completo el ideario de ningún
partido, pero a estas alturas creo que merecen nuestro voto los partidos que
hayan hecho al menos una propuesta concreta que nos simpatice. Si el lector de
estas líneas conoce alguna de esas ideas ya cuenta con un elemento para decidir
el sentido de su voto.
Resumiendo: a) hay que evitar
votar por los peores candidatos o los peores partidos, aquellos que han hecho de
la mentira, de la simulación y de las propuestas contrarias a nuestros derechos
fundamentales su principal bandera; entre ellos se sitúan, creo, los partidos
que son administrados como pequeños feudos y cuyo único objetivo no es hacer
política sino enriquecerse con las prerrogativas que les damos los ciudadanos;
b) hay que decidir si premiamos o castigamos con nuestro voto; c) hay que buscar
una idea concreta, aunque sea una sola, que nos parezca adecuada y respaldarla
con nuestro voto.
Ahora bien, lo que no podemos
olvidar es lo mucho que lucharon varias generaciones de mexicanos por tener
derecho a votar y porque esos votos fueran contados. Nos toca ahora honrar ese
sacrificio, evitando tirar por la borda esa herencia maravillosa, aunque endeble
y precaria, que se llama democracia. La democracia ha sido una flor extraña,
verdaderamente insólita, en la historia de México. No dejemos que, cuando apenas
está naciendo, se quede sin un batallón de ciudadanos dispuestos a defenderla.
De nosotros depende.
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