Juan Ramón de la Fuente. |
La educación en México muestra signos preocupantes de rezago: hay 5.4 millones de analfabetas, 10 millones de personas que no terminaron la primaria, otros 16 millones no pudieron terminar la secundaria; y el promedio de escolaridad de la población mexicana es de 8.6 años. 42% de la población no ha concluido la educación básica.
De cada 100 niños que inician la primaria sólo 13 terminan la educación superior y únicamente dos concluyen un posgrado. La deserción es grave y aunque sus causas son diversas, la económica sigue siendo la principal. El gasto anual en educación en México es del orden de 900 mil millones de pesos, incluido el gasto público y privado. La mayoría de estos recursos se consumen en sueldos y prestaciones. A la infraestructura de las escuelas se destina sólo el 2.3%. El gasto por alumno sigue siendo bajo. En educación media superior (EMS), por ejemplo, es 38% menor al de Argentina y 27% menor al de Brasil; y es menos de la mitad del que tienen países que se han insertado exitosamente en la sociedad del conocimiento, como Suecia o el Reino Unido.
El gasto público en educación como porcentaje del PIB en México es de 6.5%, comparado con 10.5% de Costa Rica, 9.5% de Argentina, 9% de Brasil, 8.3% de Panamá o 8.2% de Chile, para ubicarnos en el contexto latinoamericano. Nuestro principal socio comercial, Estados Unidos, destina 16.2%, en tanto que en Canadá es de 10.9%.
Los resultados de la prueba PISA de la OCDE muestran que 51% de los alumnos de 15 años no tiene capacidades mínimas en matemáticas, 47% no las tiene en ciencias y a 40% le hacen falta en lectura. Los resultados de la prueba ENLACE tampoco son alentadores: 52% de los estudiantes de secundaria mostró capacidades insuficientes en matemáticas y 40% en español. Solamente el 2% tuvo un resultado excelente. Ciertamente, las evaluaciones son parciales, tienen limitaciones y sólo reflejan una parte del problema. Lo más preocupante son las razones detrás de los números: dos de cada tres de los estudiantes evaluados no parecen ser capaces de resolver problemas que involucren dos pasos de razonamiento lógico. Es decir, no los hemos enseñado a pensar. Hemos perpetuado inercialmente un modelo pedagógico obsoleto, memorista.
El indicador social que mejor predice el aprovechamiento y el desempeño académico de los estudiantes en prácticamente todo el mundo es el grado de preparación de sus madres. Es un problema complejo, que nos obliga a tomar medidas radicales: hay que revisar el modelo educativo y construir un nuevo esquema para que el proceso de enseñanza-aprendizaje incorpore desde un inicio los avances pedagógicos y tecnológicos que requiere una buena educación; para que el estudiante aprenda a razonar, a resolver problemas; aprenda a hacer y aprenda a ser. Educar bien es un proceso complejo cuyo objetivo es formar al individuo, a la persona, en su carácter, en sus principios e ideales para su realización individual y colectiva; en libertad, con autonomía y juicio propios, para poder asimilar y darle pertinencia a un entorno social y cultural cada vez más interdependiente y diverso. Menuda tarea. Es difícil imaginar algo más complejo.
El modelo pedagógico debe incluir, además, aspectos éticos que propicien la convivencia, la tolerancia, el respeto y la concordia; que estimulen la creatividad, el esfuerzo, la disciplina y el trabajo en grupo para forjar una conciencia que será determinante a lo largo de la vida. No hay duda: la educación empieza en el hogar y las madres juegan un papel preponderante, pero pronto aparecen en escena la escuela y el maestro.
Sin educadores capacitados (maestros) y un entorno adecuado (escuelas), el esfuerzo rinde pocos beneficios. De ahí que sea fundamental trabajar con los maestros y dotarlos de la capacitación necesaria para que puedan cumplir con su delicada tarea. Sin buenos maestros no puede haber buena educación.
Revisado el modelo, capacitados los maestros y dotados los espacios educativos de instalaciones adecuadas, dignas, con acceso a los instrumentos imprescindibles para fortalecer el proceso educativo, hay que atender el grave problema de la deserción. No basta con ingresar al sistema y asumir que sea bueno. Hay que hacer lo necesario para que el educando permanezca en él, avance al siguiente ciclo y así sucesivamente.
En un país como México, con los índices de pobreza y desigualdad que tenemos, no es difícil imaginar la magnitud del problema. Enseñar a un niño proveniente de una familia sin recursos a vivir con dignidad implica, además, que vistan con decoro (de ahí la importancia de los uniformes), que coman adecuadamente (de ahí el valor de los desayunos) y que encuentren en sus escuelas condiciones sanitarias apropiadas, espacios recreativos y deportivos que complementen su formación. En esas condiciones por supuesto que habría que ampliar el horario escolar e incluir entonces el almuerzo: jornada completa para primaria y secundaria.
Si de cada 100 niños que inician la primaria hoy sólo 60 terminan la secundaria, con las condiciones arriba descritas, habría que plantearse la posibilidad de incrementar la eficiencia terminal en los próximos 10 años; es decir, que en lugar de 60 concluyan 90. Ese logro, por sí mismo, podría significar la gran revolución social del siglo XXI en México. 19 años después de que se hiciera obligatoria la educación secundaria, se hizo obligatoria este año la EMS. La decisión es bienvenida si la entendemos como un refrendo del compromiso con la educación por parte del Estado. Sin embargo, el panorama aquí es también complejo.
La matrícula en EMS es de poco más de cuatro millones, lo que representa una cobertura para el grupo de edad de aproximadamente 60%; y aunque las escuelas privadas conforman el 42% del total de los planteles, atienden solamente al 21% de la matrícula. Se estima que hay aproximadamente 280 mil maestros de EMS. Solamente uno de cada cuatro estudiantes que iniciaron la primaria concluye este ciclo educativo. El gasto federal para este nivel representa solamente el 12% del gasto total, y el gasto por alumno, en términos reales, es el que menos se ha incrementado en los últimos 20 años. Ante la creciente demanda han proliferado las escuelas “patito” y el propio Instituto Nacional de Evaluación Educativa ha reconocido que las opciones en este ciclo reflejan una estructura desarticulada y discordante. Solamente 18% de los profesores de EMS en las escuelas públicas son de tiempo completo, en tanto que en las privadas lo son 13%.
La educación profesional técnica y el bachillerato tecnológico, que son opciones interesantes, requieren de una mejor coordinación con las universidades tecnológicas y politécnicas, similar al que tiene el bachillerato universitario en los sistemas incorporados.
Hay un debate sobre cuál debe ser la ubicación de la EMS: o se vincula a la educación universitaria, ya sea profesional o tecnológica, o se mantiene como tramo terminal del sistema educativo preuniversitario. El asunto no es sencillo. Hay que analizarlo con cuidado y ponderar con objetividad pros y contras para no incurrir en los mismos errores que la Reforma Integral de la Educación Media Superior, que ha topado con todo tipo de obstáculos y críticas. No se puede ignorar la autonomía académica de las instituciones que imparten estudios de bachillerato.
En materia de educación superior (ES) también hay un panorama preocupante. Sólo tres de cada 10 jóvenes entre los 19 y 24 años tienen cabida para estudiar una carrera profesional. Nuestra cobertura es inferior a la de países como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay o Panamá.
El presupuesto dedicado a este sector representa apenas el 0.69% del PIB, en tanto que la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) sugiere, en un documento reciente, que éste sea de al menos 1.5%.
Ampliar la cobertura en EMS y ES se antoja no sólo necesario sino también urgente, toda vez que son los jóvenes sin empleo ni educación, aproximadamente siete millones de ellos, quienes representan uno de los grupos más vulnerables por su fácil cooptación por parte del crimen organizado.
Estimaciones preliminares nos permiten pensar que mediante una política inteligente, cuidadosa, pero al mismo tiempo decidida, con el uso de las nuevas tecnologías, utilizando al máximo la capacidad disponible, los sistemas de educación en línea y a distancia, con un programa emergente de capacitación de profesores, creación de plazas para docentes y algunos espacios universitarios adicionales, se puede incrementar la matrícula en estos niveles a una tasa aproximada de 15% anual, empezaría a abatir un rezago que es éticamente inadmisible y socialmente explosivo.
Son tantas las necesidades y tan graves los pendientes en nuestra realidad educativa que no es fácil establecer prioridades. Un enfoque balanceado, integral, permitiría el diseño de una gran estrategia para avanzar simultáneamente en los diversos frentes: equidad, acceso, calidad, evaluación, seguimiento, capacitación, infraestructura, tecnología son apenas algunas de las variables de la compleja ecuación. A todo ello habría que agregar la investigación científica, como componente indisoluble de la ES. Pero ese tema amerita otro ensayo.
Juan Ramón de la Fuente. Presidente de la Asociación Internacional de Universidades.
Leído en: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102674
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