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RECOMENDACIONES Y COLUMNAS DE OPINIÓN
lunes, 9 de julio de 2012
Martínez - Mi primera prisión.
El título de este artículo corresponde a un texto del periodista Ricardo Flores Magón publicado el 18 de mayo de 1908 desde la Cárcel del Condado, encarcelado por participar en los luchas estudiantiles contra la tercera reelección de Porfirio Díaz en la presidencia de México. Es un homenaje a Flores Magón, precursor intelectual de la Revolución Mexicana y fundador del periódico “Regeneración”, un medio independiente desde donde criticó el sistema judicial corrupto de la dictadura porfirista, provocando finalmente su encarcelamiento y después su exilio a Estados Unidos.
La lucha por denunciar el sistema judicial corrupto de México tiene siglos. Y poco han cambiado las cosas en la inoperante y deficiente procuración de justicia y en el sacrosanto estamento de los jueces, ministerios públicos y magistrados. Las prisiones están llenas de gente inocente, mientras los delincuentes y grandes capos del crimen organizado se pasean por las calles con absoluta impunidad. La cárcel, ya se sabe, es para los pobres. Los que tienen dinero salen o nunca son detenidos.
La igualdad ante la ley es una quimera. Se han preguntado ustedes ¿cuántos jueces han sido asesinados por el crimen organizado en México? Sabemos que hay más de 60 mil muertos, 40 mil desaparecidos o 110 periodistas asesinados. Pero ¿qué pasa con los jueces que se supone están combatiendo desde la vía penal a los narcotraficantes, sicarios y delincuentes de los distintos cárteles de la droga? ¿Cuántos han asesinado como consecuencia de su trabajo comprometido y sus duras sentencias?… Peor aún: ¿cuántos jueces sin rostro hay en México, como los cientos que hubo en Colombia protegidos por su lucha contra los grandes capos del narcotráfico?…
Que yo sepa ninguno, o tal vez, demasiado pocos para ser noticia. Seguramente habrá jueces que arriesgan su vida para hacer justicia, pero insisto no hay tantos como para convertirlos en noticia de primera plana. La corrupción de una parte del poder judicial es evidente y transparente en este aspecto y otros tantos. Por eso, cuando una persona se ve inmersa de manera involuntaria en la maquinaria judicial mexicana se introduce en una verdadera pesadilla, un auténtico calvario interminable de irregularidades y excesos. Algunos jueces en este país se creen Dioses.
Seres superiores que al mover el dedo acusador dictaminan el destino manifiesto de los ciudadanos, por encima de cualquier bien común. Están allí dirigiendo las vidas de los procesados y no son capaces casi nunca de tocarse el corazón para dictar una sentencia injusta o improcedente, algo que muchas veces significa la ruina de muchos ciudadanos. Algunos podrán considerar que yo tuve mala suerte porque mis dos asuntos civiles de “convivencia” y “alimentos” le fueron asignados a la jueza Luz María Guerrero Delgado de Leija, una mujer que denuncie desde el 2008 en un reportaje publicado en La Jornada, por secuestrar a la directora de Alternativas Pacíficas, un refugio para mujeres maltratadas y llevarse a dos menores a punta de pistola para entregárselos a su padre poderoso acusado de violencia familiar. Sin embargo, yo no creo en las casualidades, por eso acudí con la presidenta del poder judicial Graciela Buchanan a solicitarle que la jueza Guerrero Delgado se excusara en mis asuntos debido al odio manifiesto que ya había mostrado contra mi y la parcialidad para favorecer a la parte contraria.
Me atendió su secretario y me dijo que eso no tenía nada que ver. No hicieron nada. La jueza denunciada incluso ante organismos internacionales por violar la secrecía de un albergue para mujeres maltratadas y proteger a agresores con sus polémicas decisiones judiciales continúo todos estos años ejerciendo sin problema su cuestionado trabajo. Esperé once meses, para comprobar que el odio manifiesto contra mi, aumentaba. Seguramente la jueza Guerrero Delgado de Leija seguirá trabajando como si nada hubiera pasado. El sistema está hecho para que las denuncias ante el Consejo de la Judicatura sirvan para dos cosas: para nada y para nada. Estoy consciente que detrás de muchas decisiones injustas de los jueces está el dinero. Los abogados ofrecen cantidades ingentes para conseguir fallos favorables. El dinero que corrompe a los jueces y magistrados, es del conocimiento pleno de sus jefes, incluso de los gobernadores.
En Nuevo León, por ejemplo, quien domina parte del aparato de decisiones judiciales de grandes casos es Humberto Medina Ainslie, padre del gobernador del PRI, Rodrigo Medina, a través de su poderoso despacho familiar de abogados. Me dicen que no hay asunto difícil que se le resista. Es un negocio redondo. El señor lo consigue todo, gracias a la falta de independencia del poder judicial del estado. Reporte Índigo dirigido por Ramón Alberto Garza es de los pocos medios locales que se han atrevido a denunciar la corrupción de la familia Medina y su enriquecimiento.
Mi historia es la historia de miles de mujeres en México que se ven envueltas en un sistema judicial arcaico que no permite la equidad entre los procesos de “alimentos y convivencia”; ambos deberían estar unidos y entrelazados. Mi historia es la de miles de mujeres solas que sacan adelante a sus hijos a falta de una pensión y ante la ineficiencia del Estado para hacerla efectiva. Mi historia es la de miles de mujeres que viven la angustia de un sistema de justicia inoperante en materia de violencia familiar; miles de mujeres que padecen el desprecio institucional; miles de mujeres envueltas en tortuosos procesos civiles que terminan por arruinarles su vida y la de sus hijos. Mi espíritu guerrero se revela contra este destino manifiesto.
Esta vez denuncié a una jueza corrupta, pero otras veces más, he denunciado a un buen número de magistrados por decisiones injustas e ilegales, que vulneran los derechos humanos, las garantías individuales de mexicanos y extranjeros. He ido a las prisiones, he contado las historias de las víctimas del sistema judicial corrupto, he denunciado sus arbitrariedades a través de casos concretos de abusos; he narrado las aberraciones judiciales que miles de personas padecen. Si este es el precio que hay que pagar en México por denunciar un sistema judicial corrupto, estoy dispuesta a correr el riesgo. No pienso callarme. Seguiré en pie de lucha. Ahora más que nunca me siento fortalecida por el apoyo de tanta gente, por el cariño de familia, amigos y colegas. Algún día, la denuncia no provocará venganza, sino acción contra el denunciado, no contra el denunciante. Urge una reforma del poder judicial, una reforma de la procuración de justicia, especialmente una reforma de la impartición en materia familiar. Necesitamos reformar nuestro sistema, preparar a los jueces, destituir a los corruptos y favorecer a los honestos. Y conseguir la anhelada independencia judicial.
La noche cae en la prisión de El Alamey. El calor es sofocante, fétido. Las mugrientas paredes relucen ante la luz de una lámpara incandescente encendida siempre. Un lavabo inservible, un inodoro pestilente y un agujero por donde entran y salen las cucarachas irónicamente libres. Aquí están hacinados los mendigos, la escoria humana que afea las ciudades. Los guardan por unas horas: hay drogadictos, rateros, niños halconcitos, trabajadoras sexuales, agresores de mujeres, peleoneros de arma blanca, golpeadores de riñas callejeras. Algunos están sin camiseta, otros más en calzoncillos, entran tísicos, sarnosos, cojos, hombres en sillas de ruedas, sanguinoleontos, con las huellas de la batalla, con un ojo morado, borrachos, libidinosos; agitadores, subversivos, alteradores del orden y de las buenas conciencias…
Es un almacén de carne humana de segunda; el infeliciaje, el lumpen de nuestra sociedad. Estoy aquí, mientras afuera nos peleamos unas elecciones; mientras afuera los brotes de revolución estudiantil intentan impedir un fraude electoral. Estoy aquí mientras el PRI quiere instaurar otra vez una dictadura. Y leo a Flores Magón en un texto de 1908 desde la cárcel, que bien podría haber sido escrito hoy: “Antes de la cinco de la mañana, los gruesos bastones de los capataces despertaron a la gente, golpeando con fuerza el pavimento cerca de la cabeza de los presos….
Comenzó a clarear el día y pudimos vernos bien los rostros, lívidos por el hambre y dos noches sin dormir. Supimos que había más de sesenta presos políticos en diferentes departamentos de la cárcel y varios centenares en la comisarías; supimos también que durante la noche había habido tumultos en varios barrios de la Capital… Así terminaron aquellas jornadas que pudieron ser el principio de un movimiento revolucionario; pero que en realidad fue el postrer sacudimiento de un cuerpo que se entrega al reposo…”.
Y termina: “Muy pronto un movimiento mejor orientado sacudirá ese cuerpo que parece muerto (México), más ya no serán manos vacías las que disputen la victoria a los puños armados de la Dictadura. Los sables de los cosacos ya no caerán impunemente sobre las cabezas de los ciudadanos…”. Sigamos denunciando las injusticas, no formemos parte del silencio cómplice que nutre un sistema corrupto y corruptor, un sistema que entre todos, tarde o temprano lograremos cambiar, para cambiar a México.
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