Tras los resultados de las elecciones celebradas el 1 de julio, cada una
de las formaciones políticas está obligada a redefinir objetivos y
prioridades en función de la realidad surgida de los propios comicios.
Los grandes ganadores de este proceso, los priístas, refrendaron su
principio según el cual su aparato partidario es invencible mientras se
encuentre unido, libre de divisiones y disciplinado ante un objetivo
común. En este caso y a diferencia de lo ocurrido en los dos sexenios
anteriores, la posibilidad real de regresar a la presidencia evitó
rupturas y reforzó la línea vertical partidaria desaparecida en el 2000,
e incluso unos años antes cuando ya se vislumbraba el fin del partido
hegemónico.
El triunfo de Peña Nieto obliga al PRI de la democracia mexicana a
romper con su pasado. Lo que no quiso o no pudo hacer siendo oposición
durante 12 años, hoy tiene la posibilidad de hacerlo si quiere
transformar el país y mantener viva la opción de gobernar por más de un
sexenio. Peña está obligado a desmontar al viejo PRI corporativo, al de
los sindicatos y las corruptelas, a pesar de lo útil que le haya sido
como gobernador y candidato presidencial. Si quiere una reforma
energética en Pemex, una revolución educativa, y una reforma fiscal que
termine con privilegios inaceptables para un México moderno y
competitivo, habrá que romper con los aliados del nacionalismo
revolucionario todavía vivos en el PRI.
Pero para la izquierda triunfadora en esta elección también existe un
desafío a enfrentar. La figura de López Obrador y su proyecto
estrechamente ligado al mismo nacionalismo revolucionario priísta
reproduce una vez más el choque entre la corriente modernizadora
representada por Ebrard y Nueva Izquierda, y el poder del caudillo
tabasqueño que una vez más hizo demostración de su fuerza electoral,
pero no de su capacidad de conseguir la victoria. Para Ebrard, con
Mancera al frente de la capital, llegó la hora cero.
Es el momento de decidir si toma el liderazgo del PRD para construir
desde los “demócratas de izquierda” una alternativa a la izquierda
dogmática, o seguir subordinado a un poder caciquil dispuesto a tirar
una vez más por la borda el capital político obtenido en las urnas. Si
Marcelo consigue aglutinar a un grupo significativo de diputados y
senadores dispuestos a redefinir a la izquierda mexicana a partir de un
proyecto socialdemócrata viable económicamente, estaría comenzando a
construir una alternativa política hoy inexistente en el país, y por
supuesto abriendo el camino hacia la hoy lejana candidatura a la
presidencia en el 2018.
Para el PAN, la combinación de 12 años de desgaste en el ejercicio del
poder, junto con una campaña desastrosa de panistas y gobierno federal
entorpeciendo el trabajo de una candidata exitosa y con fuerza, llevaron
a una derrota tal que los obliga a replantear el papel de Acción
Nacional como partido de centro alejado de los yunques y otros extremos
que únicamente dañaron su propio proyecto de ciudadanización partidaria.
La campaña panista hizo exactamente lo que no se debe hacer para ganar.
Errores de logística, de comunicación donde los mensajes resultaban
contradictorios, de falta de apoyo de la presidencia y de la traición de
un ex presidente como Fox, que vendió su voto por el financiamiento a su
“centro de investigación”, en un acto de prostitución política abierta.
Hoy el desafío panista es reconstruir el partido, rompiendo estructuras
familiares y cotos de poder que sólo sirven para privilegiar intereses
locales y de grupo, que lo alejan de la sociedad como tal. Si el PAN
quiere volver a ser competitivo requiere de una revolución interna que
actualice principios y plataformas, e incorpore a ciudadanos no
necesariamente pertenecientes a la clase tradicional blanquiazul. De no
hacerlo, se convertirá tarde o temprano en un actor secundario o en una
oposición institucional permanente. Estos son los desafíos de los tres
partidos políticos nacionales.
Fuente: http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2012/07/59412.php
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.