Cuando hablo con amigos y conocidos que trabajan en el sector público aparece una frase inevitable: "Con el dispendio del año pasado nos quedamos sin recursos". Lo mismo dicen delegados, gobernadores y titulares de dependencias. El gobierno de Felipe Calderón terminó sus días de desgracia poniendo en práctica una variante económica de la ciencia ficción: el sobre-ejercicio del presupuesto.
No se trató de una pifia accidental sino de una maniobra planeada: las oficinas estaban autorizadas a endeudarse.
No es difícil encontrar los motivos de ese gasto irresponsable. En el último año del sexenio, el dinero se convirtió en recurso de propaganda. Si el PAN ganaba la elecciones, habría sido una magnífica inversión; si las perdía, el adversario llegaría al poder con las arcas vacías.
La nueva administración comenzó su trayectoria con innegable energía retórica, lanzando promesas y reformas, que son atractivas pero pertenecen al patrimonio intangible de la humanidad. Al mismo tiempo, enfrentó deudas y obras inconclusas incómodamente reales.
Las quejas que circulan en las oficinas de gobierno provienen de investigaciones y auditorías internas, pero no se dan a conocer porque eso llevaría a exigir sanciones.
Esta opacidad permite que se imagine un desfalco aún peor, lo cual revela una de las claves políticas de la inmovilidad: el despilfarro anterior justifica que el Gobierno de las Reformas no haga nada. Además, al no ofrecer pruebas de lo sucedido, perjudica moralmente a su enemigo, pues permite que sus fechorías se agranden en la mente ciudadana y pasen a la desmedida región de las leyendas negras.
En México los rumores castigan más que los tribunales. Así lo confirman quienes no cumplen hoy por culpa de los que mandaron ayer.
La detención de Elba Esther Gordillo mandó un mensaje contra la impunidad, pero no significó el inicio de una política de leyes sino el final de un demorado ajuste de cuentas. El gobierno de Peña Nieto ha optado por una justicia selectiva.
Esto explica que no haya otras detenciones. El emporio de la Maestra se construyó gracias a una compleja red de complicidades que se mantiene intacta.
Durante décadas, el PRI perfeccionó una jurisprudencia parecida al juego de la lotería, donde una figura (el Catrín, la Dama, el Soldado) representa a todas las de su género. En la lotería justiciera, se captura al Empresario, al Político o al General para sugerir que todo un sector ha sido castigado.
Esta simulación de la justicia atrapa a uno para proteger a muchos: al ser detenido, el Delincuente Solitario exonera a los que actúan como él pero se mantienen en la sombra. ¿Qué decir, por ejemplo, de los demás líderes sindicales que se enriquecen en nombre la lucha obrera?
El capital político obtenido con la captura de Gordillo se devalúa al no convertirse en norma, pero esta erosión es lenta y los continuos anuncios de reformas hacen que se hable de otra cosa. "Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación", la frase de James Joyce define nuestra hora.
La educación, los medios y la industria petrolera dan mucho de qué hablar. Es posible que las modificaciones propuestas no se concreten, o sólo se concreten parcialmente, pero no hay duda de que modifican la conversación.
Calderón trabajó sin equipo y personalizó la política a un grado absurdo. En la dispendiosa propaganda que acompañó su sexenio no se hablaba de la Presidencia de la República, sino del "Gobierno del Presidente de la República".
Una persona guiaba al país. Calderón pretendía actuar, y por desgracia lo hizo. Ahora vivimos inmersos entre palabras sin acción, un oleaje de discursos. Cada iniciativa cancela el seguimiento de la anterior.
"Nos dejaron en ceros", dicen quienes no pueden ejercer el presupuesto. Pero no se fincan responsabilidades.
En la pasada declaración patrimonial, miembros del gabinete explicaron la procedencia de algunas de sus propiedades por la generosidad ajena. No habían sido compradas ni heredades: eran "regalos". Un gobierno que cree en la economía de la dádiva no puede quejarse demasiado del dispendio ajeno.
El PRI convirtió la Revolución en burocracia, forma de la dominación donde el mejor trámite es el que no se atiende. Herman Melville creó al personaje Bartleby como un arquetipo del funcionario que renuncia a actuar. Su lema es: "Preferiría no hacerlo".
Las críticas a la falta de recursos y a las malas gestiones previas salen de las propias oficinas gubernamentales. Pero la ley no se cumple porque eso comprometería a seguirla cumpliendo. Si el gobierno la acatara, tendría que juzgarse a sí mismo.
No es extraño que privilegie los proyectos donde la realidad se mejora con discursos y que sólo podrán ser valorados en el desconocido provenir. Ante las evidencias del presente, su lema es el del desganado Bartleby: "Preferiría no hacerlo".
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=186427
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