“¡Nos dispararon, nos dispararon!”
Por: Adela Navarro Bello - noviembre 27 de 2013 - 0:01 COLUMNAS, Sortilegioz - 6 comentarios
El día que lo quisieron asesinar, nos habló para informarnos del ataque. “Nos dispararon, nos dispararon”, nos dijo a través del radio de banda civil, que por entonces era nuestro sistema de comunicación directo e inmediato. Antes de sucumbir al dolor provocado por las heridas de las balas en su cuerpo, don Jesús Blancornelas dio santo y seña del lugar de los hechos.
Hasta allá nos dirigimos quienes a las 9:30 de la mañana del jueves 27 de noviembre de 1997, estábamos en las oficinas de ZETA y escuchamos la comunicación del Codirector del Semanario. La camioneta Explorer color guinda, en la que se trasladaba el periodista, estaba atiborrada de impactos de bala. Orificios por todas partes. 80 proyectiles dieron en la carrocería del vehículo. Seis en la humanidad de Luis Valero, matándolo casi al instante. Cuatro en el cuerpo de don Jesús Blancornelas.
Cuando llegamos al lugar, lo primero que se veía era un hombre muerto. Sentado sobre sus piernas y éstas en medio de un charco de sangre. Con la cabeza caída, protegido por un chaleco antibalas y guantes negros, aún sostenía una escopeta recortada. El dedo en el gatillo. Después supimos que se trataba de David Barrón Corona, asesino a sueldo del cártel de los hermanos Arellano Félix, que en el sur de San Diego, en el meritito Barrio Logan, había armado su banda de asesinos de entre miembros de la Mafia Mexicana.
Blancornelas se dolía. Los primeros en llegar al lugar fueron los rescatistas de la Cruz Roja, después la Policía Municipal. Los vecinos curiosos que habían escuchado el tronar de las armas blandidas por los asesinos, poco a poco llegaban al lugar. Muchos policías.
Luis Valero se miraba sin vida. Opaco el cabello sobre su cabeza que descansaba en el hombro derecho. Blancornelas fue puesto en una camilla y de ahí al hospital. Con entonces siete años de trabajar bajo su tutela profesional, me subí a la ambulancia. Bajo mi responsabilidad, los rescatistas obviaron trasladarse a la Cruz Roja que nos quedaba kilómetros adelante, para internarse en la sala de emergencias del Hospital de El Prado, que estaba a unas cuantas cuadras del sitio donde los asesinos de los narcotraficantes quisieron matar al director de ZETA.
Suerte de periodista, providencia, a esa hora se realizaba el cambio de turno de los médicos del hospital. Estaban todos, los que se retiraban al descanso, los que iniciaban la jornada laboral. Entre todos le salvaron la vida al editor. De los cuatro disparos, dos de gravedad. Uno le perforó el pulmón, otro quedó en su espina dorsal. Nueve años después el periodista fallecería por consecuencias de aquel primer y grave impacto.
Fuera del quirófano, en el piso sosteniendo las ensangrentadas prendas de Blancornelas y los artículos personales que portaba, y que una enfermera había depositado en mis manos, no entendía –acaso aún no logro hacerlo- porqué asesinar al mensajero. El periodista tenía informantes en la Procuraduría General de la República, en el Ejército Mexicano, en la Federal, en la DEA y en el FBI, todos ellos le informaban lo que sucedía, la corrupción en las corporaciones policíacas, la impunidad comprada por los mafiosos. Así lo publicaba.
Sabía que del CISEN le seguían los pasos, también que traía “cola” de la Policía Federal y que de la Judicial del Estado le habían asignado escoltas para resguardarlo todos los días. Pero vaya afrenta, una semana antes del atentado se retiraron sin dar razón alguna. Por eso en el Semanario sospechábamos del Procurador de Justicia del Estado, y estábamos seguros que en la PGR sabían quiénes habían ordenado matarlo. Pero nada. Todos negaron información. El cuerpo de David Barrón Corona ligó la acción de la tentativa de homicidio a los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, para quienes trabajaba en calidad de sicarios. Las publicaciones realizadas previas al atentado y de la autoría de Blancornelas, fueron producto de la investigación periodística. Ligaban a los hermanos mafiosos a una serie de asesinatos, incluido el del cardenal Jesús Posadas y Ocampo. A partir de una carta y una entrevista con la madre de otros integrantes del cártel, el periodista develó cómo los Arellano huyeron del Aeropuerto Internacional de Guadalajara, luego de asesinado el representante católico.
Exhibía a la familia mafiosa como lo que eran: corruptores en un sistema político-policíaco mexicano, hasta infiltrarlo en sus fibras más sensibles. Asesinos a sangre fría que habían acabado con la vida de Ministerios Públicos Federales, miembros de la sociedad bajacaliforniana, abogados, deportistas, y con todo aquel con quien no estuviesen de acuerdo. Traficantes de drogas, de cocaína y marihuana de México hacia los Estados Unidos con origen en Centroamérica. Acostumbrados a la impunidad y al respeto comprado con billetes o amenazas, a los capos Arellano, les estorbó la libertad del periodista. La publicación de sus fotos y los relatos de sus trágicas, ilícitas acciones.
Entonces se dijo que diez asesinados habían participado en el intento de asesinato. Que iban bajo las órdenes de David Barrón Corona, a quien la esquirla de una bala le entró por el ojo y acabó son su vida para salvar la del periodista. No tuvo tiempo el de San Diego, California, para rematar al reportero con la 45 que traía fajada a la espalda.
Desde entonces, ni el gobierno de Ernesto Zedillo, ni el de Vicente Fox, ni el de Calderón, pudieron encarcelar a uno solo de los que atentaron contra el periodista, menos a quienes ordenaron el crimen. Muchos de ellos están en prisión por la comisión de otros delitos. Ramón Arellano fue muerto en 2002, y un mes después su hermano Benjamín detenido por el Ejército Mexicano, al igual que otros dos de sus hermanos, Eduardo y Francisco Javier, purga una sentencia en una prisión de los Estados Unidos. Todos por narcotráfico, por asociación delictuosa, por conspiración para introducir droga, por conspiración, por posesión de droga con la intención de venderla en territorio gringo. Ninguno ha sido juzgado por atentar contra la libertad de expresión de Jesús Blancornelas.
Cuando recuperó algo de su vitalidad, el periodista incluso identificó a algunos de quienes quisieron matarle. Pero ni así el Ministerio Público Federal actuó. Las ocasiones en que le enviaron citatorios, fue para carearlo son sus asesinos. Los hostigaron con preguntas para desacreditarlo y que aquellos se fueran inocentes. En lugar de investigar a quienes aquel día fueron señalados por participar en el crimen, trabajaron en desestimar las declaraciones de la víctima. Lo lograron. Primero José Alberto Márquez Esqueda “El Bat”, señalado de participar entre homicidios, en el de Posadas y en la tentativa de homicidio a Blancornelas, fue extraditado a los Estados Unidos después de perseguir un careo con el periodista. Allá lo sentenciaron a cadena perpetua. En México no pasó a mayores. Recientemente, un Juzgado del Estado de México, exoneró de participar en el atentado al Editor de ZETA, a Marcos Arturo Quiñonez “El Pato”.
A 16 años de aquel 27 de noviembre de 1997, el atentado contra el periodista y director fundador del Semanario ZETA, Jesús Blancornelas, sigue impune. No hay un solo sentenciado por el caso; mientras el asesinado del otro codirector fundador de ZETA, intenta con recursos legales salir de prisión. Antonio Vera Palestina fue sentenciado a 25 años de cárcel por el asesinato de Héctor Félix Miranda en 1988. En 2015 recobraría la libertad pero ya le urge salir. Y tiene a su patrón de su lado. En Milenio fue reproducida una entrevista donde Jorge Hank Rhon, ex reo del penal de El Hongo en Baja California, califica a la justicia como excesiva por no otorgarle la libertad anticipada a quien asesino al periodista. Deja ver que durante los últimos dos sexenios le negaron a Vera la libertad por ser un gobierno de otro partido, lo tomaron personal, refiere Hank y metiéndose en la ecuación criminal: Vera no salió antes porque lo relacionaron con él.
En lo que va de 2013, dice Jesús Armando Liogon Beltrán, de la Sociedad Interamericana de Prensa, que van seis periodistas muertos y tres desaparecidos en México. Refiere el periodo de tiempo que Enrique Peña Nieto lleva en la Presidencia de la República.
La impunidad, para los asesinos de periodistas es cosa segura en México. Como también lo es, que nosotros, los periodistas, exigiremos justicia. No abandonaremos a nuestros muertos.
Hoy, hace 16 años del atentado a Jesús Blancornelas. Hace 16 años que “nos dispararon, nos dispararon”, en el centro de nuestro proyecto de libertad de expresión como lo es ZETA. Y la impunidad continúa.
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