Vivimos extraños tiempos de repliegue en los que los líderes vitalicios ceden su sitio. Las figuras ajenas a una sucesión programada adquieren relieve al abandonar un mando sin fecha
de caducidad.
En 2013 el papa Benedicto XVI dejó de guiar a su grey. Abrumado por responsabilidades insalvables, convirtió su renuncia en acto político. La barca de San Pedro zozobraba y otro timonel debía enderezar el rumbo. Acostumbrada a renovarse por defunción, cisma o guerra, la Iglesia enfrentó un drama ajeno a sus costumbres medievales: una crisis de oficina.
El jefe presentaba su renuncia para convertirse en el jubilado más raro del planeta: papa emérito.
El signo de la hora no es el de los “héroes de la retirada”, como los llama Hans Magnus Enzensberger, los líderes que desmontan el sistema que los hizo posibles (como Mijaíl Gorbachov o Adolfo Suárez), sino el de quienes señalan la sencilla importancia de hacerse a un lado.
En México el subcomandante Marcos regresó a la escena luego de un largo alejamiento, pero sólo para transformarse en el subcomandante Galeano en homenaje al profesor José Luis Solís López, apodado Galeano, recientemente asesinado. En este caso no estamos ante una desaparición sino ante una transfiguración. Dos décadas después del levantamiento zapatista, su vocero asume otra identidad.
El EZLN ha señalado que no lucha por el poder: “Ayúdennos a nos ser posibles”, “Ayúdennos a desaparecer”. Desde el principio de la rebelión quedó claro que las mujeres y los hombres de pasamontañas regresarían a la noche de los tiempos en cuanto sus demandas de autonomía y respeto a los pueblos indios fueran cumplidas. Al subrayar que su extinción es deseable confirman el componente ético de sus reivindicaciones. No buscan dominar ni perpetuarse, sino ser innecesarios.
La transfiguración de Marcos no señala el fin de un movimiento sino una nueva fase, que seguramente obedece a un cambio generacional y un reacomodo interno del zapatismo.
En buena medida, la figura de Marcos había sido una construcción colectiva. Del mismo modo en que Pancho Villa es más real para nosotros que Doroteo Arango, su nombre cívico, el líder del EZLN se ha convertido en sujeto histórico. Al adoptar otro nombre, ¿modifica su destino? Será difícil que Galeano alcance la estatura mediática de Marcos. El sacrificio de ese capital político es un gesto moral. Al renunciar a los privilegios del carisma y la celebridad, el hombre que fue Marcos pone el acento en la causa que respalda: el movimiento indígena que sigue siendo soslayado. Las Juntas de Buen Gobierno y la Escuelita Zapatista son admirables realidades en la zona del EZLN, pero el asesinato del profesor Galeano y el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés revelan que se trata de un entorno amenazado.
Si Marcos se transmutó en otro para acentuar el sentido indígena de la lucha, en España el rey Juan Carlos abdicó para otorgar nuevo impulso a una nación desgastada por la crisis económica y los escándalos de la monarquía. El invaluable papel que el rey jugó en la transición a la democracia y en la construcción de una modernidad asentada en la soberanía del pueblo, hizo de él una figura de excepción. Pero las excepciones se desgastan al durar. El último gran gesto de Juan Carlos en la arena internacional fue una paradoja: mandó callar a Hugo Chávez, y guardó silencio.
Más allá de los muchos méritos de Felipe VI, el hecho de que un país se renueve por abdicación pone de manifiesto el carácter obsoleto de la Corona, así se trate de una monarquía constitucional. El dispendio que supone la realeza y la delegación de decisiones de Estado en un criterio individual escapan a la razón contemporánea. Lo mejor a la monarquía en los tiempos que corren es que ninguna noticia supere a la de abandonar el trono.
Un papa, un líder guerrillero y un rey desaparecen. Ratzinger admitió su impotencia; Marcos sacrificó su aura para enfatizar la causa colectiva; Juan Carlos, excepcional hombre de la
circunstancia, aceptó que su hora había pasado.
Ningún poder es eterno. Al respecto escribe Paul Virilio: “Cuando se habla de la soledad que acarrea el poder como hecho consumado, a nadie se le ocurre, en el fondo, interrogarse sobre ese autismo causado inevitablemente por la función de mando que determina, según Balzac, que ‘todo poder será tenebroso o no será’, pues toda potencia visible está amenazada”. Lo que existe, perece.
Mientras la realidad virtual gana terreno, la acción política se convierte en una épica de las cancelaciones
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=241119
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