México, D.F.- Julio César Mondragón Fontes, estudiante de la
normal rural de Ayotzinapa, perdió la vida en la masacre de Iguala.
Nunca fue entregado a grupo delictivo alguno, como supuestamente ocurrió
con sus 43 compañeros desaparecidos hasta hoy. Fue detenido, torturado y
ejecutado allí mismo por la policía municipal. Fuente: Animal Político
El cuerpo no fue ocultado, sino expuesto, abandonado en una calle de
Iguala. Arrancado el rostro, extraídos los ojos. Pronto esta imagen
comenzó a circular en las redes sociales, alguien, no sabemos quién, le
tomó una fotografía que pronto se hizo pública. El mensaje fue enviado.
Es importante recuperar las significaciones inscritas en el cuerpo de
Julio César, un mensaje que se ocuparon de allegarnos desde que le
arrancaron la vida. Esa forma de matar, la técnica ocupada, no se
practicó y planificó para no ser vista. Es la razón por la que
abandonaron el cuerpo y no lo ocultaron, así fue desde que se tomó la
foto y se reprodujo.
Los torturadores
La tortura ha tomado tales proporciones que se ha convertido ya en un instrumento de gobierno. Uno que no debemos ignorar.
Las técnicas de tortura son enseñadas, mecanizadas y se exportan de un
país a otro. Hay un aprendizaje de la tortura, un entrenamiento en ello y
los “expertos” van ofreciendo sus servicios de “capacitación” de un
gobierno opresor a otro. La tortura generalizada es evidentemente un
asunto político y económico, no solamente psicológico.
El psicoanalista Raúl Páramo Ortega, en el artículo “Tortura, antípoda
de la compasión”, nos ofrece valiosas claves para comprender la magnitud
de la tragedia a la que nos enfrentamos, así como fundamentos para
señalar la responsabilidad del Estado mexicano por practicar la tortura y
además generar, en distintos niveles y dimensiones, condiciones
favorables para la masificación de esta práctica. Páramo comenta:
“Las explicaciones a nivel de psicopatología individual siguen
fracasando al querer caracterizar la personalidad del torturador.
Ninguna explicación individual basta porque en realidad la personalidad
del torturador corresponde a un tipo determinado de sociedad con la que
se confunde. (…) si algo tiene ese tipo de personalidad es precisamente
no ser a-social sino producto neto de un tipo de sociedad”.
La sociedad que crea condiciones propicias para la tortura es aquella
educada para la competencia, el egoísmo, la obediencia ciega, el
autoritarismo y la violencia. Sin duda, todas esas características las
encontramos en el México de hoy.
Por otro lado, señala que: “El presupuesto fundamental, el núcleo
central para que la tortura sea tortura, es el que el otro esté a mi
merced. La disponibilidad –ciertamente forzada- del otro es condición
previa para la tortura. En la medida en que se dé la situación de
impotencia total, estará dada la invitación/seducción a cierto grado de
tortura”.
Los mexicanos se encuentran vulnerables e indefensos ante poderes
arbitrarios y opresores como la delincuencia organizada, la policía, el
ejército y la burocracia, es decir, frente al propio Estado. Esto es
desde ya, nos dice Páramo, una tortura incipiente instituida: la
arbitrariedad de las autoridades, el abuso de poder, el desprecio por
los derechos y la dignidad de las personas por parte de los gobernantes
es la antesala de la tortura, ésta es el abuso de poder llevado al
extremo.
Con estas condiciones de vulnerabilidad, desde luego dadas en Iguala,
los torturadores enviaron su mensaje. De acuerdo con el artículo, el
torturador “pretende ante todo mostrar y mostrarse que es él
incuestionablemente el más fuerte. Ese es su propósito fundamental, así
sea enmascarado con pretextos racionalizadores del tipo de “lo hago para
obtener información útil para el Estado”, “estoy obedeciendo”, “cumplo
con mi deber”, “defiendo los valores de la civilización occidental”. La
tortura requiere ideología. La práctica de la tortura no viene a ser
otra cosa sino la concreción más extrema del uso del poder. La tortura
es la práctica por excelencia del poder total. Los torturadores son
poderosos o no son torturadores”.
Para Julio César no hubo compasión. Pero habrá justicia.
Los responsables
La tortura y ejecución extrajudicial de Julio César Mondragón Fontes es
un crimen de lesa humanidad, uno que por su naturaleza agravia a toda
ella en su conjunto, es un crimen de Estado. Lo es en muchos sentidos.
Por la generación de condiciones sociales prevalentes para el ejercicio
de la práctica y su impunidad así como por la autoría intelectual, la
realización y comisión del hecho. Es así que el deslinde de
responsabilidades abarca desde la policía municipal, el alcalde de
Iguala y su esposa, el Gobernador del estado de Guerrero, el ejército,
hasta el Poder Judicial de la Federación, el Congreso de la Unión y el
presidente de la República y comandante general de las fuerzas armadas,
Enrique Peña Nieto.
El gobierno, más que enfrentar a los cárteles, se ha coludido con ellos
y, en cambio, silencia a víctimas, defensores de derechos humanos,
periodistas y medios de comunicación. En México hay guerra, una que el
PRI en su arribo al poder, pretendió ocultar. Una guerra bajo el lema
que alguna vez prevaleció como estrategia de Estado en El Salvador:
“unidos unos contra otros para que acabemos con ellos”. Terrorismo
represivo de contrainsurgencia. Los cárteles y el gobierno, también los
partidos (PRI, PAN, PRD) están “unidos unos contra otros” para acabar
con el pueblo.
El amor
La imagen impactante que circulaba en redes sociales pronto llegó a los
ojos de Marisa, esposa de Julio y madre de su hija, Melisa Sayuri, de
apenas 3 meses de edad. Marisa y el tío Guillermo Fontes viajaron a
Iguala a reconocer y recoger el cuerpo destrozado, herido, mancillado,
del joven estudiante de 22 años que murió en su deseo de ser maestro. El
médico forense y otros burócratas explicaron: “fue desollado vivo”. La
aseveración se corrobora, entre otras cosas, por la forma en que sus
restos mantienen los dientes y mandíbula apretados. El dolor debió ser
inimaginable.
Fue pronto y discreto el regreso de Iguala. Ya en casa, la familia
organizó el entierro y novenario para Julio; el levantamiento de la cruz
se realizó el 9 de octubre. Los amigos y familiares que le conocen bien
aseguran que Julio era valiente, entregado, decidido, no dudan que
cuerpo a cuerpo hubiese salido avante en una lucha, “¡pero así, armados y
en bola, lo despedazaron!”
“¿Quién torturó hasta la muerte a Julio César? ¿Quién lo mató?”,
preguntaba Marisa, con lágrimas en los ojos a Enrique Peña Nieto en la
reunión sostenida el martes 28 de octubre pasado. El presidente, ante el
reclamo, no dio respuesta.
Memoria, Verdad, Justicia
Los días siguientes al novenario de Julio, Marisa recibió en su casa la
visita imprevista de personal del gobierno de Guerrero; para “reparar el
daño” se ocuparon de entregarle un cheque por diez mil pesos. Ofende y
lastima profundamente el gesto, la ignorancia, la incompetencia.
El daño perpetrado contra el normalista, su familia, el pueblo mexicano,
es profundo, la deuda es histórica: verdad, justicia, memoria. Esa es
la deuda. ¿Cómo van a pagarla?
El Estado está obligado a suprimir las condiciones que alientan la
práctica de la tortura, es decir, a prevenirla. Acabar con la impunidad y
transformarse. La reparación debe ser ética y jurídica por medio de la
reivindicación de la verdad de lo acontecido y el castigo a los
responsables; en cuanto a lo material, los daños provocados, el proyecto
de vida alterado, no sólo de Julio, sino de su esposa y su hija, debe
ser cubierto a través de indemnizaciones o restituciones adecuado todo
ello a estándares internacionales.
También nosotras, nosotros podemos reparar. Podemos reparar a cada paso
que damos exigiendo justicia, podemos reparar cuando afrontamos el
mensaje de terror que fue inscrito en el cuerpo de Julio y seguimos
caminando, con cada poema escrito, con cada acopio ofrendado con cariño,
con la memoria que guardamos de lo acontecido, con la transmisión y
recuento de la verdad. Por Julio César Mondragón Fontes y los 43
normalistas desparecidos, ni perdón, ni olvido.
Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/por-que-torturaron-hasta-la-muerte-al-normalista-julio-cesar-mondragon-1415
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