El rumor, lo saben los políticos desde
la antigüedad, es un arma poderosa. Mentira, insidia, calumnia, da
igual. Echado a andar, se esparce y causa daño.
En la era digital, los profesionales del
rumor han encontrado su mina de oro en las redes sociales. Cuando se
vuelve “viral”, el cometido se cumplió. Y muchos se lo tragan completo,
otros parcialmente y en algunos cuando menos siembra una duda.
Es, a fin de cuentas, política. Y desde
las redes se hace política a la buena y política sucia. La hacen
individuos que quieren participar y son espontáneos de una causa, pero
también ejércitos pagados de rumorólogos.
La potente irrupción de las redes
sociales en la escena pública, en la segunda mitad de la década pasada,
causó reacciones entusiastas. Se les atribuyeron revoluciones y
generación de cambios trascendentes, y desde los medios tradicionales y
la política misma muchas voces declararon inaugurada la era de la
libertad democrática plena.
Muy pronto la aparente inocencia de
Twitter y Facebook, las más populares, se fue derrumbando para los más
analíticos y observadores. Pero ante la masa, su poder positivo,
democrático, de participación libre sigue intacto… y también su poder
desinformador.
Es común confundir los conceptos y
hablar de Twitter como si fuera un medio de información, como si sus
contenidos fuesen responsabilidad de una entidad o institución. Es
simplemente un canal de comunicación con características y dinámicas
propias.
Por eso el título de esta columna es,
digamos, tramposo o, ¿por qué no? mentiroso. Decir que Twitter miente es
tan absurdo como decir que el teléfono miente. Hay quien usa Twitter
para mentir y dañar como hay quien usa el teléfono para lo mismo. Y,
claro, hay quien usa con responsabilidad ambos medios, con resultados
maravillosos. No es tan difícil de entender.
En tiempos de efervescencia social y
política, naturalmente las redes hierven. Se puede encontrar en ellas
todo el espectro de opiniones, tendencias, filias y fobias. Y es fácil
“entuiterarse” y creer que las expresiones más estridentes representan
el sentir de la mayoría de la sociedad, del país entero, Creer que la
verdad, o peor aún, la realidad está en Twitter.
No hace falta explicar la existencia de
bots, trolls, oficinas enteras de personas pagadas por grupos de interés
(políticos, empresariales) que tienen cada una 30 o 40 cuentas y se
hacen pasar por mucha gente, que consiguen posicionar “trending topics” a
gusto de sus clientes.
La propaganda tiene mil formas de
aparecer, pegar y hacerse “viral”. Simplemente es recomendable que al
toparse con información, videos, fotos, documentos, declaraciones, se
detenga uno a pensar unos segundos y buscar confirmación o señales de
manipulación. Sobre todo porque a menudo, a diferencia de los medios
tradicionales, en las redes no hay a quien “cobrarle” en credibilidad
una salvaje volada dizque noticiosa: no hay un nombre, no hay una forma,
no hay una empresa de medios a la que culpar por el hecho. “Fueron las
redes” es la frase, y ahí se diluye toda la responsabilidad.
Los profesionales del periodismo están
expuestos a caer en las trampas, y a menudo sucede que medios
tradicionales reproducen historias, imágenes o noticias espectaculares
que en unas cuantas horas se derrumban y resultan ser un engaño o
incluso una broma.
Los usuarios individuales, de buena fe,
con más razón son vulnerables al engaño. Que vivan las redes sociales,
con sus tonos ruidosos y divertidos.
Sólo estemos atentos para no caer en
campañas mentirosas, manipulaciones políticas, propagandas
malintencionadas que terminen beneficiando a quien menos imagina uno. Y
no se trata de prohibir, como piensan algunos legisladores trasnochados,
sino de que la propia comunidad usuaria vaya desarrollando vacunas
contra las mentiras virales.
Leído en http://periodicocorreo.com.mx/historias-de-reportero-18-diciembre-2014/
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