La propaganda es un brazo de la comunicación política para influir y
cambiar los patrones de comportamiento y de pensamiento que permitan
construir los consensos para gobernar. Cuando la propaganda termina en
disenso y martilla la credibilidad de sus impulsores, algo muy serio
está fallando en su arquitectura y ejecución, que es lo que ha sucedido
con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, donde la verticalidad
de las decisiones ha llevado a un aciago otoño, en el que habría que
decirles a sus asesores, parafraseando el mensaje del Apolo XIII a la
Tierra cuando la nave empezó a fallar en el espacio, Los Pinos, we have a
problem—Los Pinos, tenemos un problema.
La forma como han
empleado la propaganda ha sido contraproducente. Obligar a que Angélica
Rivera, la esposa del presidente, explicara la compra-venta de la casa
blanca, la tiró al circo romano de las redes sociales, en un sacrificio
que no resolvió el problema de fondo: el conflicto de interés, al
venderle la propiedad uno de los constructores preferidos de Peña Nieto.
Ella era un activo para su esposo, y fue destruido por la misma
razón: al ser artista, se le percibió actuando. Un control de daños
manejado por libreto, se estrelló contra el suelo por la naturaleza de
quien lo ejecutó públicamente.
El otro gran error de la propaganda
presidencial fue dejar que la voz del gobierno para la crisis de
Ayotzinapa, recayera en el procurador Jesús Murillo Karam. Político
fogueado y talentoso, Murillo Karam es también un pésimo comunicador.
¿Le dieron entrenamiento de medios? Siempre sale fotografiado como lo
que siempre ha sido, mal encarado, y como si siempre estuviera cansado.
Se sienta semi acostado y transpira con poca tolerancia a la crítica. El
resultado fue el hashtag #YaMeCanse, quizás el tema en redes sociales
más exitoso que jamás haya tenido origen en México.
No son los
únicos. En los últimos días, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray,
cuando revelaron que había adquirido una propiedad al mismo constructor
que vendió la casa blanca, salió a defenderse a la radio con tan poca
fortuna que ni desenredó lo que debía soltar, abrió más interrogantes y,
en el extremo del nerviosismo, confundió a Adela Micha con Carmen
Aristegui.
El comisionado de la Policía Federal, Enrique Galindo,
es otro ejemplo. El lunes tuvo que explicar lo inexplicable: el porqué
las órdenes del presidente para evitar que se cierre la Autopista del
Sol, no pueden cumplirse. La forma como el equipo de propaganda
presidencial ha expuesto a sus mejores cuadros, recuerda mucho el
fenómeno a finales de los 80’s, cuando el último líder de la extinta
Unión Soviética, Mijail Gorbachov, obligó a los dictadores de la Europa
comunista a abrirse ante los medios como parte de la reforma política
que se conoció como Glasnost. Uno de ellos fue Erich Honecker,
presidente de Alemania Oriental, que controlaba a su país con la mano de
hierro más templada y dura de aquél viejo régimen. Cuando tuvo que
empezar a dar entrevistas y los dirigentes comunistas a hacerle segunda,
comenzó un fenómeno sociopolítico.
Los germano-orientales
obtenían su información en un 90% de la televisión de Berlín Occidental,
y consumían el resto de la propaganda gubernamental.
Al quedar
expuestos en las televisoras, sus compatriotas vieron que sus dictadores
no eran monstruos, que tampoco comían niños, ni podían asesinar todo el
tiempo a quien quisieran. Y sobretodo, muchos los percibían menos
inteligentes que ellos. Ante tanta exposición, que los hizo vulnerables,
les fueron perdiendo el miedo y el respeto. En México ha sucedido un
fenómeno similar.
Cuando Peña Nieto ganó las elecciones, hubo dos
tipos de reacciones. Quienes añoraban al PRI y pensaban que, como sí
sabían hacer las cosas, el reiterado discurso de los priistas, las cosas
serían mejores para todos. Y quienes se oponían a él, al manifestar su
temor por las viejas formas de operar del PRI, reconocían implícitamente
el mismo oficio que le adjudicaban sus leales. El tiempo demostró que
las dos partes estaban equivocadas. Ni tenían la experiencia y el oficio
pasado, ni sabían cómo navegar en crisis. Juventud e inexperiencia, que
no se vio mucho ante el relumbrón del hijo de Atlacomulco, lo llevaron a
rodearse de un equipo igualmente joven y sin ser probado en crisis de
verdad.
En menos de tres meses, sus activos quedaron destrozados y
su credibilidad cuestionada. Peña Nieto no es Honecker, pero el
resultado de su figura y la de su equipo es similar. El dictador alemán
nunca entendió el cambio exigido por Gorbachov ni vio que el entorno se
modificaba aceleradamente –Hungría y Checoslovaquia caminaron
aceleradamente hacia el renacimiento político-, que ocasionó que en
1989, la rigidez germana se rompiera por la mitad y empezara la
demolición del Muro de Berlín.
Aquél episodio es aleccionador. La
propaganda dejó de servir cuando los gobernados tuvieron otras formas
de informarse, con lo que fueron perdiendo legitimidad moral y miedo. El
Muro sepultó a Honecker que, a diferencia de Gorbachov, no entendió las
necesidades de cambio que exigía la población. El presidente haría bien
en leer algunos de esos pasajes para entender que los hoyos más
profundos se enfrentan con decisiones y acciones, que les permite
sobrevivir o que los hunde. Gorbachov lo logró; Honecker, no.
Ciertamente hay muchas enseñanzas de lo que significan las cegueras de
los políticos para no repetirlas.
@rivapa
Leído en http://www.vanguardia.com.mx/columnas-lospinoswehaveaproblem-2228761.html
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