martes, 17 de febrero de 2015

Denise Maerker - AMLO: el camino libre para 2018

El 2 de abril de 2005, a unos días de ser desaforado por la Cámara de Diputados, Andrés Manuel López Obrador, todavía jefe de Gobierno del Distrito Federal, se dirigió a sus compañeros reunidos en el gabinete de seguridad. Lo escuchaban demudados y contritos Alejandro Encinas, Joel Ortega, Bernardo Bátiz y muchos otros. Contrastaba por su serenidad López Obrador mientras les explicaba que no había razón para estar tristes o enojados, que sus adversarios los habían colocado en una circunstancia muy favorable. Y decía: “Aunque elabore yo discursos y se escriban libros y artículos, no se logra el propósito que logramos.” (Dejar en evidencia el carácter antidemocrático de sus oponentes que con tal de cerrarle la puerta de la Presidencia se aliaban y utilizaban un desacato menor para inhabilitarlo como futuro candidato). Y agregó: “Porque esto no es de consumo de las élites, nosotros necesitamos que esto lo sepa todo el pueblo. (La verdadera naturaleza de las élites) Que lo internalice la gente y eso es lo que se está logrando”. (Ver documental 0.56%, de Lorenzo Hagerman y Lynn Fainchtein).








La pedagogía de los hechos es efectivamente muy superior a la de cualquier discurso y últimamente los viejos y nuevos adversarios de López Obrador actúan de tal manera que parecen empeñados en darle la razón. Ya no hace falta que Andrés Manuel se desgaste en interminables recorridos por el país multiplicando los discursos sobre la mafia en el poder, ni repitiendo por millonésima vez que todos los partidos son lo mismo. El PAN, el PRI y el PRD se han encargado de darle la razón. Y no porque hayan acordado una agenda común como lo fue el Pacto por México. En cualquier país los contrarios pueden pactar cuando lo crean conveniente y útil para el país. Lo grave es que pasado el acuerdo y las causas que lo motivaron ya no encontremos por ningún lado una oposición al gobierno. Por ejemplo: Que la oposición haya sido incapaz de crear una comisión para investigar los presuntos casos de conflicto de interés del Presidente y otros funcionarios por la adquisición de casas que involucran a contratistas del gobierno, es la confirmación más contundente con la que podía soñar López Obrador de que todos son lo mismo, que se protegen unos a otros, de que son una mafia.

“Hay que limpiar de corrupción, de arriba a abajo, como se limpian las escaleras” lleva repitiendo hasta el cansancio López Obrador durante los últimos 15 años. ¿Cómo se estará escuchando eso hoy si lo comparamos con los primeros años de la alternancia? O “Hay que evitar en el gobierno los gastos superfluos y los lujos, nada de extravagancias”. O “la diferencia es que nosotros vamos a administrar con honradez el presupuesto”.

Cómo estará sentando entre quienes lo oyen cuando contrapone a la visión de Peña Nieto de que somos un país eminentemente corrupto (la corrupción es un problema cultural) la de que “en los pueblos y en las clases más humildes hay todavía una reserva de valores espirituales y morales desde donde se puede regenerar al país”. ¿Cuál gustará más? “El tiempo y la realidad nos han dado la razón” le dijo hace unos días a un periodista que lo entrevistó en Tamaulipas. Se le ve la misma serenidad que aquel 2 de abril cuando sabía que sus adversarios le habían hecho el grueso de la tarea.

Falta por supuesto mucho tiempo para las elecciones de 2018, tiempo para que sus adversarios hagan algo por sacudirse esa terrible imagen que hoy cargan como una losa y tiempo también en el que López Obrador puede cometer un error como los que también le hemos visto.



Leído en http://www.eluniversalmas.com.mx/columnas/2015/02/111191.php

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