Servando Gómez Martínez era un criminal extraordinario en una
organización criminal extraordinaria. “La Familia Michoacana”, que lo
vio crecer desde pillo de segunda, era un cártel que nació como grupo
–llamado “La Empresa”– armada para defender a los michoacanos. Fundó
escuelas de superación personal –donde adoctrinaba y reclutaba–, penetró
organizaciones de derechos humanos, y a través de cursos religiosos y
tácticas guerrilleras, construyó una base social. Gómez Martínez,
apodado “La Tuta”, era su cuadro más público y mediático, que usó a
medios de comunicación para transmitir mensajes y concedió entrevistas a
prensa internacional donde se presentaba como un hombre altruista.
“La Tuta”, que junto con Enrique “Kike” Plancarte fundó “Los Caballeros
Templarios” de las cenizas de “La Familia Michoacana” en 2011, era un
hombre poderoso antes de que el Gobierno lo empezara a cazar a partir de
febrero de 2013. Después se volvió temible, al transformar los videos
de sus encuentros con funcionarios y empresarios michoacanos, en un
método de protección, chantaje y venganza. Se volvió más peligroso
cuando estaba a salto de mata, incluso, por la percepción de que entre
las cuevas en las que vivía a salto de mata, administraba los videos
para exhibir a sus viejos cómplices. “La Tuta” realmente no podía
distribuirlos, pero sí el Gobierno, que fue dosificando los videos y
judicializando la videoteca criminal.
Funcionarios federales estiman que existen al menos 20 videos que no han
sido dados a conocer, aunque ante la opinión pública era “La Tuta”
quien manejaba los tiempos para su difusión. Esa percepción equivocada
alimentó la crítica al Gobierno por lo inverosímil que era que la prensa
lo entrevistara, mientras policías y los militares no daban con él. Su
aliado coyuntural le generaba lastre ante la opinión pública y quizás
por eso, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dijo
el viernes, horas después de su captura, que Gómez Martínez era el
primer objetivo prioritario del Gobierno. No era por su poder dentro del
narcotráfico, sino porque representaba una burla permanente en la cara
del Gobierno.
“La Tuta” había dejado de ser el jefe del narcotráfico en Michoacán hace
tiempo. De hecho, desde la muerte de Plancarte en un enfrentamiento con
las fuerzas federales en abril del año pasado en Morelia, “Los
Caballeros Templarios” estaban acabados, sin cabeza, ni articulación,
como fue la recuperación de la economía estatal. Pero la mejor prueba de
ello fue que tras la captura de Gómez Martínez, que se supo al amanecer
del viernes, no hubo ningún intento por rescatarlo. La Policía Federal
se preparó para un enfrentamiento de sus sicarios, y los gobernadores en
los estados vecinos a Michoacán reforzaron la vigilancia ante la
posibilidad de un incremento en la violencia. No pasó nada. “Los
Caballeros Templarios” ya no tienen capacidad operativa ni de fuego. Son
parte de la historia violeta de los criminales, pero nada más.
Sin embargo, eso no significa que la delincuencia acabó, y que la etapa
de los cárteles, sea cosa del pasado. La estrategia del presidente
Felipe Calderón desde que inició la guerra contra las drogas, fue acabar
con los líderes de los cárteles y provocar la atomización de las
grandes organizaciones criminales, a fin de que se transformaran en
pandillas, como sucedió en Palermo, Miami, Medellín o Nueva York, de
donde se tomó la inspiración de ese plan de ataque. El gobierno del
presidente Enrique Peña Nieto siguió con la misma estrategia y ha
liquidado más cárteles. Pero aún no terminan con ellos. Cuatro grandes
cabezas faltan por ser detenidos, los jefes del cártel del Pacífico
–otrora Sinaloa–, y del cártel Jalisco Nueva Generación, porque los
golpes sufridos por otros grupos de la delincuencia en los cinco últimos
años, los fragmentaron y metieron en dinámicas de luchas internas que
les han impedido consolidar un liderazgo único.
Los jefes del cártel del Pacífico continúan siendo los históricos,
Ismael “El Mayo” Zambada y José “El Azul” Esparragosa, y detrás de ellos
está creciendo Dámaso López Núñez, apodado “El Licenciado”, el
lugarteniente de Joaquín “El Chapo” Guzmán, hasta su detención hace casi
un año cuando lo sustituyó. El viejo triunvirato en esta organización
está roto y en creciente conflicto, entre ellos y con el cártel Jalisco
Nueva Generación, que también estaba cercano a Guzmán, y que hoy
encabeza Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, que sometió a Los
Caballeros Templarios en Michoacán y en el Edomex.
Todavía no termina la era de los cárteles de la droga en México, pero se
está en la ruta de conseguirlo con la estrategia sostenida de los
gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Pero el fenómeno de la violencia no
desaparecerá rápido, porque, como dijo el ex procurador general Eduardo
Medina Mora en el Gobierno anterior, los grupos emergentes salieron más
violentos que los cárteles. Pero también porque otras organizaciones
apoyadas por el Gobierno federal para combatir a “Los Caballeros
Templarios” se han fortalecido y convertido en el nuevo reto para el
Estado mexicano.
Son los grupos de autodefensa civil, que fueron muy útiles en la
estrategia contra criminales michoacanos, que se transformaron en un
monstruo militar y criminal, aún más peligroso que los propios cárteles,
porque el aval que les dio el Gobierno les dio la legitimidad popular y
mediática que nunca tuvieron los narcotraficantes en su lista de
objetivos prioritarios.
Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/despues-de-la-tuta-1425284546
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