viernes, 17 de abril de 2015

Francisco Martín Moreno - La pesadilla de un ladrón

Érase que se era —así comienzan todos los cuentos como éste— un joven empresario dedicado apasionadamente a la industria de la construcción, para lo cual contrataba créditos hipotecarios que implicaban gravar su propio patrimonio para poder sacar adelante su complejo negocio. En este ir y venir empresarial los delegados políticos del DF, auténticas pandillas, le exigían hasta 50 mil pesos por vivienda como condición para entregarle la licencia de construcción. Este notable entrepreneur recibía visitas de inspectores del Seguro Social o del Infonavit o de la Secretaría del Trabajo o de bomberos para verificar los extinguidores, así como una línea interminable de coyotes que alteraban de una u otra forma los resultados financieros de sus empresas.

Claro está que padecía insomnio, colitis, úlceras y estados de ansiedad ante la incertidumbre de no poder concluir en tiempo y forma la construcción para liquidar el crédito bancario y obtener una menguada utilidad porque las dádivas y los cochupos no podía deducirlos fiscalmente y no estaba dispuesto a comprar facturas apócrifas para no incurrir en diversos delitos de origen tributario.






Un buen día, el protagonista de esta historia decidió colocarse del otro lado del mostrador, es decir, presidir una delegación del DF, con lo cual tuvo que sobornar abundantemente a diversos integrantes del partido político para ser postulado candidato. Después de una campaña electoral triunfal, el empresario de marras logró convertirse en el titular de la delegación deseada. Entendió con meridiana claridad que los cargos públicos eran la mejor oportunidad para realizar cuantiosos negocios privados. Así las cosas, colocó a coyotes en puestos clave para cobrar, ahora él, las mordidas que antes había pagado. Se enriqueció en un abrir y cerrar de ojos al imponer una tarifa por cada trámite. Nunca había ganado tanto dinero, al extremo de poder comprar una residencia en las Lomas de Chapultepec de muchos millones de pesos, además de condominios en Miami y automóviles de lujo. Concluyó que sus colegas empresarios eran un conjunto de brutos porque tenían que sufrir la contratación de hipotecas y padecer todo tipo de exacciones de los diferentes rufianes del gobierno local o del gobierno federal que saqueaban, literalmente, los fondos de sus compañías. En su nuevo cargo ganaba diez veces más dinero, por lo que desaparecieron los insomnios, la colitis y cualquier otro padecimiento. Los vientos de la prosperidad lo acompañaban por doquier. La vida le sonreía a carcajadas porque sabía que, robara lo que robara, jamás sería acusado de nada. La impunidad estaba garantizada.

Una mañana, cuando se postulaba como candidato a una diputación federal, vio su nombre en las primeras páginas de los periódicos, en donde constaba el gigantesco peculado que había cometido, delito que lo conduciría en el corto plazo a una prisión federal por tiempo indefinido. Estando en las oficinas de campaña vio cómo tres rufianes de la Procuraduría se acercaban, lo inmovilizaban, lo esposaban, lo pateaban y lo escupían, sacándolo a empujones de su despacho antes de que obtuviera el fuero federal como legislador de la República.

En esa situación se encontraba cuando, repentinamente, salió de su sueño con el rostro desencajado, la respiración desacompasada y sintiendo tremendos golpes del corazón en el pecho. Una vez despierto, con la boca seca y la mirada vidriosa, se percató de que se trataba de una pesadilla. Cuando volvió a acomodar la cabeza sobre la almohada recordó sonriente las sabias palabras pronunciadas por Álvaro Obregón, El manco de Celaya: “En México sólo van a la cárcel los pobres y los pendejos…”. Dicho esto se entregó a un justificado sueño reparador. Días después sería electo diputado federal dispuesto a defender, aun con la vida, los sagrados intereses de la nación…


Leído en http://www.excelsior.com.mx/opinion/francisco-martin-moreno/2015/04/15/1018822#.VS5ffFAms9l.twitter


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