sábado, 4 de abril de 2015

Roberto J. Payró - Reportaje endiablado

Roberto J. Payró

Reportaje endiablado

I

-¡Váyase usted al infierno!

-Inmediatamente, señor Director.

II

En la antesala no había nadie, y profundo silencio reinaba en las oficinas infernales. Me atreví a asomar las narices por la puerta de una especie de alcoba, y quedé estupefacto: Satanás dormía la siesta a las dos de la tarde, como cualquier funcionario del interior. Debí hacer ruido porque mi hombre despertó, y, restregándose los ojos y en medio de un bostezo, preguntó malhumorado:

-¿Quién es? ¿Qué se le ofrece? ¿A quién busca?

-¿Tengo el honor de hablar con el señor Satanás en persona? Soy repórter... y venía...

-Sí, sí: reporter; ya sé... Tengo muchos aquí. Me aburren todo el día a fuerza de preguntas...Son un verdadero suplicio... Usted también querrá preguntarme, ¿no?







-En efecto, y si usted permite...El lugar que ocupa, la importancia de sus funciones y la trascendencia que tendrá su actitud en las actuales circunstancias, tan erizadas de dificultades y peligros...

-Ta, ta, ta, señor repórter. Está usted muy atrasado de noticias, cuando no sabe que me he retirado a la vida privada. Sí, amigo, sólo quiero silencio y olvido, y que se me deje gozar en paz de mis rentas... ¡Bastante he trabajado en esta última cincuentena de siglos...!

A todo esto, Satanás se había sentado a la orilla del catre, y se abrochaba los botines de suela angosta y larga, una de sus grandes invenciones.

-Sin embargo -exclamé-, su opinión es tan decisiva, influirá tanto en la marcha ulterior de los sucesos, que sería un triunfo conseguir esa primicia y darla a publicidad. Además, usted está en el deber de decir una palabra y el director sabe muy bien cuándo debe mandarnos al diablo...

-¡Pues, amigo! -contestó Satanás, desperezándose hasta descoyuntarse-, viene usted mal. No sé nada de lo que ocurre, y no estoy para ocuparme de tonterías.

-Pero ¿no dicen que maneja usted el mundo en compaò¬Ÿ de la carne?

-Eso fue, hace siglos... por inexperiencia. Siéntese.

Él se tendió en un sofá, ofreciéndome una silla.

-¿Y ahora? -inquirí.

-Ahora, la humanidad se maneja a su antojo, y, como anda dada al diablo, y la vida es un infierno, poco tengo que preocuparme de ella. Ella se lo guisa, ella se lo come, y las zahúrdas de Plutón, como llamó Quevedo a nuestra residencia, están más pobladas que nunca...

-¿Ha modernizado usted los sistemas?

-En efecto: he adoptado el de las sociedades anónimas y he convertido mi gran establecimiento en una compaò¬Ÿ de que soy el principal accionista. Le presto mi nombre, maneja mis capitales y me da mi parte de los dividendos sin exigir nada de mi.

-Pero las tentaciones...

-La gente se tienta sola, amigo. Antes, me daba un trabajo de todos los demonios para hacer pecar a unos cuantos pobres diablos que no me dejaban tiempo para nada. Muchas veces tenía que pasarme días enteros en una miserable tentación, que solía fracasar porque, por atender a éste, descuidaba a aquéllos, y todo iba como el diablo. Hasta estuve por hacer bancarrota en una ocasión...

-¿Los gastos son muchos?

-Ahora no. El sistema moderno tiene grandes ventajas: sin riesgos, sin alternativas graves; no tengo sino una responsabilidad limitada, y la empresa prospera a vista de ojo. El costo del funcionamiento es pequeño, porque los hornos eléctricos son muy económicos, exigen poco personal y sustituyen con ventaja a las calderas de pez hirviendo, sucias, antihigiénicas y de un gasto bárbaro. Pero Botero lo maneja todo por medio de conmutadores, desde su oficina, y los tres condenados del motor y las dínamos, que trabajan como unos ángeles, están hoy en el Paraíso gracias a la sencillez de la maquinaria.

¡Oh!, el infierno, confortable y bien alumbrado, está limpio como una patena, y da envidia a los conservadores retrógrados del Cielo, que ni siquiera tienen pavimentos de asfalto...

-Muy bien. Pero ¿qué hace usted para que no disminuya la inmigración?

-Nada.

-¡Cómo así! -exclamé con asombro.

-La gente se ha hecho muy desconfiada, y no hay que despertar sospechas con ofrecimientos de ninguna especie.

-No comprendo.

-¡Inocente! Si usted ofrece algo a su prójimo, así, de buenas a primeras, le hace temer que haya trampa, y se malogra el negocio. Ahora dejo que mis competidores ofrezcan el Cielo, con estrellas y todo; yo me callo, y, como es natural, la clientela toma el camino de mi casa convencida de que no le daremos aquí gato por liebre.

Y Satanás se levantó, dando por terminada la entrevista.

-Pero ¿y los pactos con el diablo? -pregunté al despedirme.

-¡Oh! ¡Antigualla!, vieux jeu, engañabobos contraproducente. ¡Cuantos he tenido que protestar, al divino botón, porque no me han pagado ni por ésas! Melmoth se reconcilió. El mismo Fausto, a quien di plata, juventud, una linda moza y qué se yo qué más, me estafó al fin, me hizo el cuento del tío...Ahora no doy, ni prometo nada... Los ricos vienen porque tienen dinero, los pobres porque quieren tenerlo... Y yo paso tranquilamente mi eternidad. Buenas tardes.

-Para servir a usted.

-Cuando esté desocupado, véngase a mis five oclock. Tenemos canto llano, y un predicador estupendo...

Fuente: PAYRÓ, ROBERTO J., Violines y toneles. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968 (págs. 107-109)





Leído en http://www.chauche.com.ar/aruges_ar/cuentos_breves/031.html



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