Sin duda la corrupción es uno de los problemas prioritarios del país. Las encuestas revelan que un tema que era subsidiario se ha vuelto central. Algo que no incidía en la credibilidad o en el funcionamiento del gobierno en México, ahora lo hace. La corrupción como ácido corrosivo que corre por el andamiaje del Poder Ejecutivo, las gubernaturas, las presidencias municipales, las cortes, los policías, el Congreso y también los partidos. La Casa Blanca y la casa de Luis Videgaray y la casa de Malinalco y las licitaciones inexplicables y el papel del Grupo Higa y OHL y las ilegalidades del Partido Verde deben ser vistos como una sacudida. Como un serio llamado de atención. Como un recordatorio de que el mal uso de un puesto público para la obtención de una ganancia privada tiene efectos negativos para el país.
Lo sabemos. La corrupción está vinculada con menores niveles de crecimiento del PIB. Limita los beneficios de la apertura comercial. Hace más difícil atraer la inversión extranjera. Genera una propensión a crisis monetarias, producto de decisiones presupuestales y financieras irresponsables. Desvía recursos que deberían estar destinados a la provisión de bienes públicos, como escuelas y hospitales y carreteras. Informe tras informe de competitividad global preparado por el World Economic Forum señala que el principal factor que afecta hacer negocios en México es la corrupción. Lleva a la falta de confianza en las instituciones, a la falta de credibilidad del gobierno, a la desilusión de los mexicanos con su país y consigo mismos. Celebro, entonces, que el combate a la corrupción sea un tema prioritario para Morena y para usted como militante del partido.
También lo es para mí, como podrá constatar en todo lo que he escrito y empujado desde hace años como politóloga, columnista, activista, ciudadana obsesiva. La lucha contra la Ley Televisa y la crítica a la nueva Ley Federal de Telecomunicaciones. La campaña para reducir en 50 por ciento el presupuesto a los partidos. La exigencia de investigación a los intocables como Arturo Montiel y tantos priistas más cobijados por la Famiglia Salinas. La denuncia de privatizaciones amañadas como lo fue la de Televisión Azteca. La lucha contra los monopolios, empezando por Telmex y su dueño, Carlos Slim. La recolección de firmas para frenar el nombramiento de Eduardo Medina Mora a la Suprema Corte. La exigencia para que todos los candidatos presenten su declaración patrimonial, su declaración de impuestos y su declaración de conflicto de interés. La exigencia de que el INE le quitara el registro al Partido Verde. Estas son batallas en las que yo y tantos más hemos participado y a las que no renunciaré. Son cruciales para el avance del país y en eso los simpatizantes de Morena y yo coincidimos, sin duda.
Pero en lo que no estamos de acuerdo es que los derechos fundamentales de mujeres y minorías sean menos importantes, como lo declaró Andrés Manuel López Obrador hace unos días. La democracia se funda precisamente en eso, en la representación equitativa para que no haya ciudadanos de segunda. Para que no haya derechos violados o pisoteados o ignorados como ocurre con tantas mujeres y lesbianas y homosexuales en este país. Pensar que la protección de esos derechos es un asunto secundario es no entender para qué sirve la democracia.
Le pregunto si no es prioritario reconocer que en México ser mujer entraña tener sólo siete años de escolaridad promedio. En México ser mujer implica el 30 por ciento de probabilidad de tener un hijo antes de los 20 años. En México ser mujer y no vivir en el Distrito Federal implica que si aborta, puede acabar en la cárcel o desangrada en alguna clínica insalubre. En México ser mujer en muchos estados implica vivir en peligro de muerte por los feminicidios que ni siquiera son reconocidos como tales. En México ser mujer todavía entraña luchar por el derecho a serlo plenamente. Y lo mismo ocurre con la comunidad gay, objeto de la discriminación y negación de su humanidad esencial.
Creo que a la izquierda mexicana le corresponde crear un país más abierto, más libre. Donde las mujeres crezcan viendo y entendiendo que son tan capaces como los hombres sentados a su lado. Donde saben que sus opciones no son sólo ser secretarias o mamás o monjas. Donde entienden que su vida puede estar definida por su talento y no por su género. Y la izquierda debe comprender que esto es bueno no sólo porque satisface demandas milenarias de justicia, sino porque también despierta el reto de la generosidad con aquellas que no tienen la fortuna de vivir como lo hacen muchas simpatizantes y líderes de Morena. Exige el compromiso de las hijas de la pluralidad y la democratización y la tolerancia y el avance con quienes aún no gozan de sus frutos. Decir que los derechos fundamentales de las mujeres –como el derecho a decidir– no son “importantes” o que no forman parte de los problemas profundos del país es no reconocer lo que hace falta para que México sea una democracia real para todas sus ciudadanas.
Porque México sigue siendo una democracia incompleta y sobre todo para sus mujeres. Sigue siendo un país de mujeres pobres, de mujeres analfabetas, de mujeres subempleadas, de mujeres sin representación política real, de mujeres violadas, de mujeres golpeadas, de mujeres sin la capacidad de decidir sobre sus propios cuerpos fuera del Distrito Federal. Sigue siendo un país donde se elogia a las mujeres pero se les paga menos por trabajar más. Sigue siendo un país donde el acoso sexual sólo es penalizado en un manojo de estados. Sigue siendo, como lo dice Elena Poniatowska, “un país de culpables”. Eso no cambiará si no se vuelve tema prioritario para una izquierda que aspira a gobernar para tod@s.
Y no defiendo esta posición porque según usted “tengo todo resuelto” en mi vida y “puedo ver desde mi vidriera” otros problemas que la mayor parte de los mexicanos no contempla como prioritarios. Usted asume mucho sobre mí sin conocerme. Afirma cosas que son falsas y denotan un prejuicio de clase perniciosamente extendido en México. Sentarme cómodamente a contemplar al país desde una vidriera nunca ha sido opción, ni la escogería aunque pudiera, que no es el caso. No sabe que también soy madre de familia y la mantengo sola desde hace años. No sabe sobre la pensión alimenticia en dólares canadienses que me vi obligada a pagar. No sabe que soy producto del esfuerzo y el trabajo y la movilidad social que había en México hace años. No sabe cuántas veces he recorrido cada uno de los estados del país, hablando, conversando, tratando de sacudir conciencias, intentando construir ciudadanía. No sabe nada de eso pero me condena, como si sólo los pobres tuvieran certificado de autenticidad para ser de izquierda, para tener sensibilidad social, para entender los agravios y las injusticias y tratar de remediarlos. Usted construye una mujer de paja –removida de la realidad de quien soy– a la que luego quema. Me atribuye argumentos que jamás he presentado y planteamientos que jamás he hecho. Los que sí he enarbolado los defiendo ahora y siempre.
Sin duda Morena incluye en sus filas a personas comprometidas como usted, pero creer que la base de su partido no está edificada sobre una densa red clientelar es pecar de ingenuidad. Sin duda Morena incluye en sus filas a personas que han luchado por el derecho a decidir –muchas de ellas mis amigas como reconoce– pero eso no niega el hecho de que Andrés Manuel López Obrador no promovió los derechos reproductivos o de la comunidad gay cuando fue jefe de gobierno, y no niega que sus comentarios recientes trivializan un tema fundamental para la mitad de la población que no goza aún de derechos fundamentales. Sin duda Morena incluye en sus filas a personas tolerantes como usted, pero también militan allí líderes que califican a cualquiera que critique a AMLO como “vendida”, “traidora a la patria”, “cómplice del PRI”, “neoliberal”, “vendepatrias”, “necia”, “pseudoperiodista”, “chayotera”.
Escuche hablar cualquier día de la semana a Martí Batres y confirmará lo que les escribo aquí. O vea los comentarios que acompañan a su carta en el sitio donde la publicó. Allí está la cara violenta, insultante, intolerante a la que me referí y que debe cambiar si Morena quiere sumar en vez de restar. Es a las personas con ese perfil a quienes debería enviar los libros sobre cómo ser una persona buena, honesta y amorosa que me recomienda.
Yo los leeré con gusto pero al mismo tiempo le sugiero leer el libro clásico de teoría democrática, Poliarquía, de Robert Dahl. Allí encontrará los fundamentos detrás de la defensa de los derechos que las mujeres y la comunidad gay en México merecen. Allí está explicado con prístina claridad por qué que Andrés Manuel López Obrador –como candidato presidencial– debería promoverlos en vez de minimizarlos o colocarlos detrás de la lucha contra la corrupción, como si no fueran agendas compatibles. También le recomendaría leer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un texto fundacional para quien quiera construir un país incluyente, tolerante, moderno, como al que ambas seguramente aspiramos.
Yo no soy el enemigo aunque haya militantes de Morena que lo piensen. El enemigo real está en otra parte. Está en un sistema partidista costoso que no rinde cuentas. Está en un sistema electoral que promueve la alternancia pero no la rendición de cuentas. Está en una clase política –de todas las ideologías– alejada de la ciudadanía y sus necesidades. Está en gobiernos y partidos corruptos pero también en mexicanos discriminadores, sexistas, misóginos y homófobos. Ojalá a ellos también les dedique una carta abierta. Y cuando lo haga estaremos del mismo lado, que es en realidad donde siempre deberíamos estar.
*En respuesta a una carta abierta enviada a mí por una militante de Morena, publicada en Megáfono http://megafonomx.com/2015/06/16/carta-abierta-de-una-madre-de-familia-a-denise-dresser/
FUENTE http://hemeroteca.proceso.com.mx/?page_id=278958&a51dc26366d99bb5fa29cea4747565fec=408245&rl=wh
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