André Comte-Sponville (1952) |
El alzheimer
¿Sufre? ¿Quién puede saberlo? Tal vez, de vez en cuando, olvida dónde está, quién es, lo que soporta… Una desgracia que olvidamos, ¿es aún una desgracia?
«El espíritu es la memoria», decía San Agustín antes de Bergson, y nunca lo comprendí mejor que en ese servicio de gerontología. El cuerpo de mi padre parece intacto; se conserva más bien como un hombre guapo. Pero otros, más viejos o más imposibilitados que siguen siendo más ellos mismos. Se acuerdan de ellos mismos. Él lo ha olvidado. Lo que somos, interiormente, es lo que recordamos haber sido. Pensar es recordar las propias ideas. Amar es recordar a aquellos que amamos. Hacer proyectos, aguardar, esperar, es recordar el porvenir que todavía tenemos, o que creemos tener. Sentir, incluso, es recordar aquello que sentimos. La memoria no es una dimensión de la conciencia; es la conciencia misma.
Filosóficamente, esto tiene unas consecuencias muy duras. Porque esta enfermedad, el Alzheimer, es una enfermedad del cerebro, no de alma. El materialista que soy ve en ella una especie de trágica confirmación, de la que prescindiría muy a gusto. Pero es así: el cuerpo tendrá la última palabra, o el último silencio, igual que tuvo el primero. ¿Y qué otra cosa hay? ¿Cómo podría ser el espíritu lo contrario de la materia, puesto que depende de ella, puesto que ella lo lleva y lo vence, puesto que ella lo produce – en el cerebro humano-, lo protege o lo borra? El espíritu es la memoria, y la memoria es una función del cuerpo, desgraciadamente frágil como él, destinada como él al declive o a la muerte. Sólo veo en ello un motivo de tristeza. Es también una razón poderosa para aprovechar la juventud, la salud, la conciencia. Nada de todo esto, ni siquiera en vida nuestra, es inmortal.
El hijo que soy extrae también de aquí otra lección. Todos esos años que hemos pasado oponiéndonos a nuestro padre, rivalizando con él, ese largo combate de nunca acabar, quedará pues sin vencedor ni vencido. De pequeños, éramos demasiado débiles para ganarle. De jóvenes, demasiado impacientes, demasiado inmaduros, demasiados sin acabar. Nos habrá faltado una vida para convertirnos más o menos en aquello que queríamos ser, para edificarnos, para fortalecernos. Para crecer. La victoria se perfilaba finalmente en el horizonte. Demasiado tarde. Aquel a quien queríamos vencer ya no está en estado de combatir, ni de resistir, ni tan siquiera de ser vencido.
Ya no hay más que la memoria, para quienes la han conservado, y lo que llevamos en nosotros de amor, de gratitud o de perdón.
Leído en https://lacanciondelasirena.wordpress.com/2015/02/19/el-alzheimer-andre-comte-sponville/
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