martes, 9 de febrero de 2016

Jan Martínez Ahrens - El Papa enfrenta a México a sus mayores problemas

La violencia, la migración, la pobreza. El Papa ha borrado el color rosa del mapa de México. La visita de cinco días que iniciará este viernes al mayor país católico de habla española vendrá marcada por una agenda de alto voltaje. El Pontífice, en su recorrido por los agujeros negros de México, desde Chiapas hasta Ciudad Juárez, se encontrará con un episcopado que aún destila los modos patricios de Ratzinger y un pueblo donde el catolicismo corre en retirada, pero que ha puesto en las cualidades de Francisco una inmensa esperanza.

Un viaje por los problemas. Eso ha escogido el Papa para su visita. Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez. Cada parada es pura dinamita. Desde la ultraviolencia de los carteles hasta la tragedia de los espaldas mojadas; desde la miseria de los arrabales hasta los feminicidios en masa. A diferencia de los almibarados recorridos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la entrada en tierras mexicanas de Jorge Mario Bergoglio está llamada a trazar una divisoria histórica.








“Las últimas visitas de Karol Wojtyla, cansado y enfermo, fueron muy manipuladas, ahora será completamente distinto. Francisco puede dar la sorpresa, no tiene pelos en la lengua y viene con ganas de decir muchas cosas”, explica la profesora del Colegio de México Soledad Loaeza.

La expectativa ante esta séptima visita papal es inmensa. Cada lado del tablero espera un gesto del Pontífice a su favor. Incluso el Gobierno. Aunque cualquier crítica papal se identificará inmediatamente con un varapalo al Ejecutivo, algunos expertos consideran que su sola llegada ya es un triunfo para el presidente Enrique Peña Nieto. “El Gobierno da por descontadas las críticas. Para ellos el mejor escenario es que venga, y eso es un éxito que se van a atribuir”, indica Alejandro Díez, profesor de Gobierno del Instituto Tecnológico de Monterrey.

Pero el éxito, igual que el fracaso, es un arma de doble filo. Las esperanzas puestas en este viaje pueden jugar en contra del propio Papa. “Las expectativas son muy altas. Esperamos que se reúna con los padres de los desaparecidos, que reciba a las víctimas de la pederastia, que se pronuncie en torno a la migración, a los derechos humanos… Cabe el riesgo de desencanto en algunos sectores, porque Francisco hablará en términos generales y habrá que leerle entre líneas y saber tomarlo como un estímulo”, señala el padre jesuita David Fernández, rector de la prestigiosa Universidad Iberoamericana. Jerarquía desubicada

Consciente de este riesgo, la agenda del Papa ha cargado sus visitas de mensajes simbólicos. Un arma que maneja con extrema habilidad Bergoglio. En Chiapas, por ejemplo, presentará un decreto para autorizar el uso de lenguas indígenas en misa. Incluso él mismo utilizará tres idiomas nativos. Y en Ciudad Juárez, otro de los grandes puntos calientes, se dirigirá a la valla que separa Estados Unidos de México y allí, en un gesto que seguramente quedará en los anales, tenderá la mano al otro lado. Será un directo en la mandíbula de Donald Trump y las corrientes xenófobas que se han infiltrado en las filas republicanas. Pero también un emotivo abrazo a un pueblo, el mexicano, que en lucha constante contra la pobreza nunca ha bajado la cabeza ante su orgulloso vecino del norte.

En este juego de referencias, sus palabras hacia el episcopado mexicano serán leídas con enorme atención. Aunque ya ha elegido a una decena de obispos y un cardenal, la jerarquía mantiene un alto componente conservador. Se trata de un cuerpo hecho a los usos de las cortes de Juan Pablo II y Benedicto XVI, al que la irrupción del vendaval Francisco y su narrativa ha desubicado por completo. “El proyecto del Papa no trata tanto de modificar la agenda moral de la Iglesia, sino de impulsar una nueva, más pastoral y abierta. Pero es una reforma de arriba hacia abajo, y para culminarla necesita del apoyo de las iglesias locales. Hará críticas y cuestionará las actitudes principescas de los obispos, su acomodamiento al poder, pero no viene a regañar, sino a seducir”, explica el especialista eclesiástico Bernardo Barranco.

Esta alianza es considerada un factor imprescindible para lograr uno de los objetivos fundamentales de la visita: reactivar la languideciente fe romana. En México, el 83% de la población se declara hoy católica frente al 95% de 1970. Entre las causas de este declive figura la secularización de las grandes urbes, pero también el imparable avance de las iglesias evangélicas y pentecostales. “Gran parte del clero se ha despreocupado de la situación del país, y ha dado poco papel al laicado, a diferencia de otros movimientos religiosos”, detalla el rector Fernández.

En este abrumador escenario de retos, el Papa tendrá solo cinco días para jugar la partida. En su equipo destacan excelentes conocedores del terreno como el secretario de Estado, Pietro Parolin, quién pasó por la nunciatura de México de 1989 a 1992. Un elemento clave que ha permitido evitar las presiones externas en la confección de la agenda. Pero sobre todo Francisco cuenta con su instinto y capacidad para no decepcionar a una nación que le espera con las más altas expectativas.

Cinco misas y muchos kilómetros

Durante su visita, del 12 al 17 de febrero, el Papa oficiará misas en Chihuahua, Michoacán, Chiapas, Estado de México y ciudad de México.

La primera parada será la capital mexicana, donde recorrerá 222 kilómetros y se reunirá con Enrique Peña Nieto, entre otros.

Francisco visitará en los días siguientes Ecatepec, uno de los municipios más violentos, y viajará luego al Estado de Chiapas, el más pobre del país. Su gira le llevará también a Michoacán y concluirá en la fronteriza Ciudad Juárez.



Leído en http://internacional.elpais.com/internacional/2016/02/09/mexico/1454979155_873495.html



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