martes, 9 de febrero de 2016

Rafael Loret de Mola - Pasillos oscuros

No debíamos “meternos”, de acuerdo a los criterios periodísticos de otros tiempos, con el Presidente ni con el Ejército ni, por supuesto, con la Virgen de Guadalupe -aunque en realidad la tercera veda se extendía al meollo de las jerarquías eclesiásticas con excepcional poder territorial-.

Con los años, rompiendo las fronteras entre la libertad y la represión, andamos hacia la crítica dura contra un mandatario en ejercicio, Miguel de la Madrid –“Radiografía de un Presidente”, Grijalbo, 1988-, y nos fuimos extendiendo para cuestionar la malhadada administración de Carlos Salinas extendiendo igualmente los riesgos; por fortuna, pudimos navegar sobre aguas turbulentas durante aquel sexenio y los subsecuentes hasta arribar al presente sin poder responder a la duda reiterada:

“¿Por qué no le han matado?” Mejor así, claro está.









Dentro de unos días más, el Papa Francisco, primer latinoamericano que ocupa el Trono de San Pedro, estará en México a lo largo de una semana compleja para las interrelaciones entre el Estado mexicano y El Vaticano bajo las múltiples presiones sociales tendientes a la esperanza sobre posicionamientos papales paralelos a los propósitos de redención de los mexicanos aguijoneados por la violencia, la desigualdad extrema y la asfixia de un modelo político que reprime incluso a nuestras conciencias. Ya hablamos del conformismo como piedra angular de la peor de las explotaciones humanas: La mental.

Lanzó Francisco su primer mensaje político sobre México desde la semana anterior. Dijo que le parecía “infantil” culpar al gobierno por la desaparición de “los 43” de Ayotzinapa –uno de ellos militar en ejercicio-, desde la perspectiva de quien no puede concebir cómo un sistema político entero es capaz de reprimir a este grado y después encubrir las acciones bélicas descocadas.

Es entendible que así sea pero no en la mente de un argentino quien ya fue testigo de actos repulsivos de la dictadura, en su país, cuando los famosos “escuadrones de la muerte” desaparecieron a diez mil opositores arrojándolos desde el aire hasta el océano.

Nadie entonces habló de evitar la “argentinización” de México como él sí hablo del peligro de una “mexicanización” de la nación gaucha, la suya, para prevenir desastres sociales en la misma. Lo dijo, claro, cuando aún Cristinita merodeaba por la Casa Rosada en busca de expiaciones para su devastada conciencia.

El Papa se refirió, con cierta vehemencia, a las “persecuciones religiosas” que dieron paso a la “Guerra Cristera” entre 1926 y 1929, hace ya noventa años.

Sólo unos cuantos nonagenarios respiraron aquel aire enrarecido, entre ellos Luis Echeverría, sin atreverse a hacer el recuento de las víctimas calculadas en un cuarto de millón de personas de acuerdo a las versiones oficiales que, como sabemos, tienden a reducir las listas para los epitafios históricos como sucedió en 1985 tras los sismos devastadores o en 1968 luego del genocidio de Tlatelolco.

Con base a lo anterior, el Pontífice concluyó que México siempre ha sido filón “del diablo” -en ello no se equivoca si vemos los rostros de la corrupción y la impunidad puestos al espejo y reflejados como hijas de Satán-, pero con el milagro guadalupano como compensatorio de nuestras batallas y de los fueros del Maligno. Es, en sí, una síntesis de cuanto la Iglesia llama resignación y el gobierno nombra conformismo.

Con lo primero se pasa al primer sitio si se ocupa el último en esta tierra; y con lo segundo se amanceban las sociedades para posibilitar la permanencia de los grupos de poder contrarios a la voluntad de la mayoría. Le viene la filosofía muy bien al señor Peña.

Se sitúa el Obispo de Roma en una situación compleja: Entre la espada, en manos del gobierno ilegítimo de Peña –no tiene el consenso mayoritario desde hace ya largo tiempo-, y la pared, representada por la feligresía que espera una esperanza en las palabras emancipadoras del visitante; cualquier otra cosa generaría escozor –por mucho que se hable de una misión de paz para la oración únicamente-, entre multitudes ávidas de escuchar “al representante de Dios”, no a Dios mismo, cabe aclarar, sino del ser humano electo por otros humanos vestidos de púrpura y solideos del mismo color en un Cónclave inusitado: Con un Papa vivo esperando en la residencia de verano de Castelgandolfo el cauce de su sucesor.

Remontémonos a 1993, en la fase final del salinato y luego del asesinato, en mayo de ese año, del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en Guadalajara.

Juan Pablo II restringió su tercera visita a México a la región yucateca sólo para refrendar su júbilo por la normalización de las relaciones entre México y El Vaticano, ser recibido como jefe de Estado y recibir la reverencia de miles de personas absortas ante los pasos enérgicos del inolvidable personaje; y este correspondió a la gesta de salinas –la reforma al artículo 130 de la Carta Magna que posibilitó el reconocimiento igualmente a la personalidad jurídica de las iglesias, de todas ellas-, solo mencionando una vez, de manera tangencial, el drama del príncipe de la Iglesia sacrificado en el aeropuerto de la capital de Jalisco de donde salió, en un taxi, el capo –ahora tan admirado en Sinaloa-, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera quien caería meses después en manos de la policía guatemalteca que lo entregó a las autoridades mexicanas.

Una especie de toma y daca hasta que en 2001 se suscitó la primera de sus dos espectaculares fugas sin que el gobierno “del cambio”, el foxista demagógico, se alterara en lo más mínimo.

El acuerdo de silencio, extraño en un hombre locuaz como lo fue Karol Wojtyla casi hasta el final de su pontificado, perdura hasta hoy sin que se remueva la tierra. Al respecto, el ya jubilado cardenal Juan Sandoval Íñiguez, sucesor de Posadas, refirió que tras la elección de Benedicto XVI en 2005, fue sorprendido por este en el comedor de la Santa Sede:

--¿Puedo desayunar con usted? –escuchó Sandoval, asombrado, al recién designado pontífice-.

Y, de acuerdo a la versión del abogado José Antonio Ortega Sánchez, el papa Ratzinger le pidió información sobre el magnicidio de Posadas, predecesor de Sandoval:

--Tenga la seguridad –remató el Papa-, de que actuaremos. Usted siga por el sendero de luz hasta lograr obtener justicia.

No fue así ni siquiera durante la visita de Benedicto XVI en marzo de 2012, en la plenitud de la campaña presidencial, cuando ignoró el tema, se mostró displicente con las autoridades que le entregaron las llaves de la ciudad de León y mostró signos de prematuro cansancio.

Como si ya su tiempo se hubiese agotado sin nada sobresaliente que aportar sobre el tema-tabú.

Y se fue tres años más tarde a un recinto de monjas dentro de las inexpugnables paredes de la Santa Sede en donde, de vez en cuando, recorre los jardines para felicidad de algunos turistas con suerte. Manos vacías.

Francisco es otra cosa, dicen. Tanto que los ultraderechistas –digamos los miembros del Opus Dei y los desprestigiados Legionarios de Cristo cuyo fundador es referente de crímenes sin castigo bajo una impunidad total-, no le quieren por vanguardista y por alterar los senderos inescrutables de los conservadores para quienes están bien las cosas aun cuando se mantenga dentro de la grey una absurda discriminación de género –las mujeres no pueden ser ministras de culto-, cerrados criterios sobre el aborto y una negativa a reconocer la igualdad de los homosexuales en la vida social; tres temas que, para bien o mal de acuerdo a tantas opiniones –muchas de ellas obtusas-, ya han sido ventilados en la mayor parte de los países católicos con apuestas hacia la “modernización”.

No es el mismo panorama. Francisco podrá hacerse querer –tiene el carisma para ello-, pero no encontrará una senda de rosas como la que sedujo irremediablemente a Wojtyla quien jamás la olvidaría.

El “México siempre fiel” necesita más respuestas que las sonrisas o las frases ingeniosas para creer en el futuro y levantarse. Porque, en el fondo, quisiera encontrar a otros curas revolucionarios, como Hidalgo y Morelos, y no a otros cómplices de la tiranía.

E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com



Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/pasillos-oscuros-1455002802



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