viernes, 15 de abril de 2016

Bibere humanum est, ergo bibamus. (Beber es humano, luego bebamos)


Historia del vino

vitis vinifera sylvestris
Se dice que el vino tiene una larga historia y cada botella tiene la suya propia,  lo que deja implicito  la gran fascinación que ha ejercido esta bebida en el mundo. El papel que a jugado el vino en nuestra cultura es amplio y profundo. El vino es una de las primeras creaciones de la humanidad  representa toda una serie de descubrimientos relacionados con las primeras reacciones químicas: la fermentación y la oxidación. Es una creencia generalizada que los comienzos de la elaboración del vino se ubica en una extensa zona situada al sur del Cáucaso: situado entre Turquía, Armenia e Irán. La uva primigenia era la vitis vinifera sylvestris y se han recogido numerosas evidencias arqueológicas en las inmediaciones de Turkmenistán, Uzbekistán y Tajikistan datadas en lo que va desde el neolítico hasta comienzos de la época de bronce. Es imposible saber quién fue el primer viticultor.

Posiblemente, el descubrimiento del vino, como muchos otros a lo largo de la historia de la humanidad, fuese un hecho casual. Uvas recogidas al final del verano, depositadas en un recipiente y olvidadas en algún rincón de una cabaña o cueva donde se produjo durante el invierno la fermentación.

Se han encontrado semillas de uvas con más de 12.000 años de antigüedad y en Zagros (Irán) se hallaron jarras de barro con vestigios de haber contenido vino hace unos 5.500 años. Es en la historia del vino, el documento arqueológico conocido, hasta la fecha, más antiguo.













Leyendas sobre el origen del vino

En la creación del vino está mezclada la historia y la leyenda, como en ninguna  otra creación del ser humano.

Leyenda Persa
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Había una vez, hace muchos siglos, un rey persa llamado Jamshid, apasionado por las uvas. Las mujeres de su harém le traían fuentes enormes y lustrosos racimos, de todos los tonos y fragancias imaginables, que él desgranaba, displicente, sólo atento a las sorpresas que podía depararle el ocio.

A fin de saborearlas todo el año, cuando concluía la temporada las guardaba dentro de unas vasijas en una habitación fresca de su palacio. Un día descubrió que las uvas habían estallado y que un líquido espeso manaba de ellas. Era un licor que olía fuertemente a una acritud que en nada recordaba la dulzura de los frutos. Jamshid, descorazonado, tuvo la certeza de que el jugo se había convertido en veneno y advirtió a sus cortesanas del peligro.

Una de ellas, habiendo perdido los favores del rey y, por lo tanto el sentido de la vida, decidió suicidarse y se deslizó en la celda de las ánforas. Bebió un sorbo de la extraña pócima y se sintió inmediatamente mareada. Las piernas le temblaban y su corazón empezó a rebosar dentro de ella. Su piel se estremecía y cada vez más su cuerpo probaba un llamado a la alegría y al deseo. Entonces tomó una jarra, la llenó del brebaje oscuro y se dirigió a la alcoba del rey cayendo a sus pies en medio de risas y rubores.

El rey no pudo contenerse ante una imagen tan plena de felicidad y probó aquella pócima que no era más que licor. De pronto había subido también a las estrellas. Danzaron, rieron y se amaron. Ella reconquistó a su amante y la humanidad ganó el privilegio del vino.

Leyendas Griegas y Romanas


Las leyendas griegas y romanas tienen como centro un mismo semidios, Dionisio para los griegos y Baco para los romanos.

Dioniso fue concebido por Zeus y Semele, hija de Cadmo, fundador de Tebas. Zeus le hizo el amor en forma humana, pero  la joven quiso ver al dios en su forma verdadera. Zeus sabía las terribles consecuencias que acceder a su deseo podía conllevar, pero no se negó a ello. Cuando Semele vio a Zeus en todo su esplendor quedó abrasada, pudiendo el dios salvar a Dioniso del vientre de su madre justo a tiempo. Hizo una hendidura en su pierna e insertó al pequeño dios en ella. De esta manera nació Dioniso poco tiempo después.

Dioniso fue criado por las ninfas en el bosque, donde Dionisio descubrió el secreto del vino que luego extendió por todo el mundo.

Otra  leyenda  helénica cuenta que en Etolia, región de Grecia, un pastor llamado Staphylos (Estafilo), observó que una cabra se apartaba del rebaño y llegaba más tarde al corral. Un día la siguió y vio que la cabra comía un fruto que él no había probado nunca. Llevó un racimo a su amo,Oinos , quien tuvo la idea de exprimir los frutos convirtiéndolos en suave jugo que ofreció a Liber Paterun visitante que resultó ser el mismo Baco ( el dios de la viña, del vino y del delirio místico. ). Liber para premiar a Oinos, le reveló sus misterios, y llamó “oinos” al vino y “staphile” a la vid.

Los romanos heredaron la afición al vino de los griegos. Sin embargo, en la época romana, fueron los galos quienes hicieron una aportación básica: las barricas, que ellos usaban para la cerveza. César, en su campaña por las Galias sustituyó las ánforas para el transporte del vino, por las barricas galas de madera.





Leyenda cristiana

La embriaguez de Noé
En las Sagradas Escrituras, en Génesis 9:20-26 dice: “Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña; y bebió del vino, y se embriagó, y estaba descubierto en medio de su tienda. Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera… Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, y dijo: Maldito sea Canaán; Siervo de siervos será a sus hermanos”.

Maldición que, según algunos traductores, se cumple cuando Israel (de origen Semítico) somete a los Cananeos, si bien permite que algunos, como los habitantes de Gabaón, continúen con vida a cambio de ser siervos. Posteriormente, el propio Israel, incluyendo a los descendientes de los cananeos supervivientes, llegan a ser siervos de pueblos que nacieron de Jafet, cumpliendo así la profecía de Noé.  Esto nada tiene que ver con el origen del vino, pero esta relacionado con las consecuencias de la resaca de Noé.

Asímismo ,Jehová, el  Dios de Israel, promete a su pueblo una patria, que no solo incluye las viviendas y la libertad, sino incluye las viñas y sus productos. Así podemos apreciar la importancia del vino que hasta se ofrece como ideal de vida y promesa divina.

En otro episodio bíblico, en el Nuevo Testamento se menciona el primer milagro de Jesucristo,en las bodas de Canaan, convierte el agua en vino que según la narración, es mejor que el que tenía el anfitrión.

En otros episodios dijo "Yo soy la Vid" (Juan 15:5). Así mismo, en los momentos más críticos de su existencia terrenal, cuando se despide de sus discípulos en la última Cena, les da su carne y su sangre simbolizados por el pan y el vino.






Los Egipcios 

No podemos dejarde mencionar a los egipcios, el primer dato sobre el vino se remonta a 7000 años antes de Jesucristo, murió un faraón, cuyo nombre se ignora, y fue enterrado conforme al rito de los muertos. Al lado del real despojo, unas estatuillas representaban los esclavos dispuestos a servir una .jarra de vino. Esto es el mas antiguo testimonio palpable de la existencia del vino. Entre los egipcios fue Osiris quien reveló a los hombres el modo de hacer vino, aunque la bebida común en Egipto era la cerveza (preparada con cebada, trigo, candela y dátiles), el vino era reservado para prácticas curativas y antisépticas, espirituales, ceremoniales y también sociales. Pero el vino no faltó. Hasta lo etiquetaban, en esta incluían año, viñero y nombre del vinicultor en las jarras. También lo diversificaban en sabor añadiendole esencias aromáticas de frutas o flores, y para su conservación utilizaban como sellador brea o miel.

Oriente

También los orientales eran buenos para el chupe, perdón,  para el arte de fermentar la uva, la palabra vino en la cultura china, como en la japonesa, hace referencia a cualquier bebida alcohólica, tanto fermentadas como licores, por lo que se suele acompañar con la referencia al origen (vino de arroz, vino de uva, etc.). Aunque el vino (vino de uva para los chinos) no es una bebida tradicional, contrariamente a lo que se pueda pensar en Occidente, el vino chino tiene una larga historia.

La viticultura y la producción de vino en China empezó en la dinastía Han, en el siglo III. En los siglos VII a X, durante la dinastía Tang, la producción vitivinícola se expande, y se hace referencia al mismo en poemas chinos clásicos. En la dinastía Yuan, fundada por los invasores mongoles y que se dio en los siglos XIII y XIV, alcanza su máximo desarrollo, tanto en producción, calidad y cultura enológica. Al final de la dinastía Qing, a principios del siglo XX, la industria enológica china se moderniza y empieza a abrir nuevas rutas comerciales. A finales de 1950, se realiza una plantación masiva de viñas en la región del Río Amarillo, abriéndose paralelamente una serie de bodegas y empezando una nueva época en la enología china. Actualmente, China es el sexto mayor productor de vino del mundo.

El primer viñedo


Vitis vinífera
Como se ha dicho, es probable que se produjeran viñeros accidentales en todas partes donde hubiese a la vez uvas en estado silvestre y población humana. Pero ya algo planeado con el cultivo de la vid para ese fin los arqueólogos han determinado su ubicación en el descubrimiento de semillas cultivadas y mejoradas (Vitis vinífera) en el Cáucaso, al este del mar Negro, con una antigüedad de más de 7000 años. Así, puede decirse que el primer viñedo planeado fue plantado con toda probabilidad entre los actuales territorios de Turquía, Georgia y Armenia. Además coincide con que en esta zona  tanto el clima, y el terreno son particularmente propicios al cultivo de la vid.








Vino: elemento clave en la civilización occidental

El aspecto que hizo que se preservara el vino en el desarollo de la civilización occidental es su asociación con usos religiosos y rituales,  los chinos conocian el vino pero no lo usaban sistemáticamente, en cambio los griegos y romanos (cuna de nuestra civilización) era básico, y la práctica y las creencias cristianas descienden en linea recta de los rituales griegos y romanos. El empleo del vino en forma sacramental esta ligado directamente con el judaísmo, claro sustituyendo aspectos paganos (bacanales) por cristianos, como siempre, una religión modifica la establecida e impone la propia. La historia la escriben los vencedores, pero tanto los vencidos como los vencedores le entraban con gusto al arte de fermentar la uva, por ello fue imposible deshacer la asociación vino-sacramento, era tanto como querer dar misa sin sacerdote. Y gracias a ese nicho sagrado el vino sobrevivio a la decadencia de Roma y a la decadencia de todo, entre más decadencia más Salud!!!. Ja ja. y Amén.

Pero el cultivo del vino no solo es placer o eucaristía, también  supervivencia, es trabajo y comercio debido a la demanda, y todo negocio tiende a perfeccionalizarse. 




Las regiones vitícolas de la antiguedad mediterránea

Los egipcios, los sumerios y los romanos daban un nombre a sus viñedos y discutían para establecer cuáles eran los mejores vinos. El país que la Biblia llama Ganaán —tal vez Fenicia o Siria— era famoso por su vino. «El vino de los lagares de Daha es tan abundante como el agua viva», escribió un cronista egipcio. Daha se encontraba en alguna parte del país de Canaán, donde los egipcios compraban madera para sus construcciones y, desde luego, vino. Según la Biblia, los hebreos habían traído de Ganaán un racimo de uvas tan grande que fueron necesarios dos hombres para transportarlo. El Antiguo Testamento está lleno de referencias a viñedos. Los romanos dejaron esmeradas definiciones de los mejores vinos de Italia. En el más alto rango se situaba el de Falerno, localidad al sur de Roma, que estaba considerado como el mejor de la época, seguido de los vinos de Alba (los montes Albanos de la actualidad). En Pompeya, gran puerto vitícola de la Italia romana, un comerciante en vinos se hizo tan rico que pudo mandar construir a su costa el teatro y el anfiteatro de la ciudad. Los romanos apreciaban también los vinos de España, de Grecia y —en la época imperial— los de la Galia, el Rin y el Danubio.

Los monjes y el vino

El vino estaba estrechamente relacionado con el estilo de vida mediterráneo. Al norte de los Alpes, las actividades sedentarias —como el cultivo de la vid— estaban en peligro frente a las oleadas de temibles invasores. Solamente la Iglesia, que necesitaba vino y era capaz de garantizar una continuidad de consumo, permitió la supervivencia de la viticultura. Cuando Europa consiguió salir de esos tiempos tempestuosos, los viñedos se encontraban precisamente alrededor de monasterios y catedrales.

Los monjes no se contentaron con hacer vino: lo mejoraron. En la Edad Media, los cistercienses de Borgoña fueron los primeros en estudiar el suelo de la Cóte d’Or, en transformar los viñedos seleccionando las mejores plantas, en experimentar con la poda y en elegir las parcelas no expuestas a las heladas, que eran las que daban las uvas más maduras. Rodearon sus mejores viñedos con muros: los dos que sobreviven, aunque sólo sea a través del nombre, son una prueba de la perspicacia de estos monjes viticultores. Los cistercienses de Kloster Eberbach hicieron lo mismo en el Rheingau.

Todos sus esfuerzos tendían a producir un vino destinado no solamente a la misa, sino a la venta, ya que los monjes desempeñaron un papel esencial en el comercio de vinos durante la Edad Media. El paulatino retorno a una cierta tranquilidad permitió la expansión de los viñedos y reanimó el comercio.

El vino nunca había perdido completamente su valor de bien de cambio: durante la alta Edad Media (del siglo V al X aproximadamente), por los mares occidentales surcados de piratas, los navíos mercantes zarpaban discretamente de Burdeos o de la desembocadura del Rin rumbo a Gran Bretaña, Irlanda o más al norte todavía. Cualquier jefe bárbaro regaba sus fiestas convino; el ermitaño más aislado siempre lo necesitaba para la comunión. Con esta resurrección del negocio aparecieron las grandes flotas del vino: centenares de barcos iban hasta Londres o los puertos de la Hansa. Los ríos también se convirtieron en importantes rutas comerciales: las barricas repletas de vino eran pesadas y difíciles de mover, por lo que el transporte por barco resultaba el más indicado.

Para el hombre medieval, el vino o la cerveza no eran un lujo, eran una necesidad. Las ciudades ofrecían un agua impura y con frecuencia peligrosa. Al desempeñar el papel de antiséptico, el vino fue un elemento importante de la rudimentaria medicina de la época. Se mezclaba con el agua para hacerla bebible. Pocas veces se tomaba agua pura, al menos en las ciudades. «El agua sola no es sana para un inglés», escribió en 1542 el erudito británico Andrew Boorde. Grandes cantidades de vino circulaban en aquella época. En el siglo XIV las exportaciones de Burdeos hacia Inglaterra eran tan importantes que su media anual no fue superada hasta 1979. El rey Eduardo II de Inglaterra encargó el equivalente de más de un millón de botellas con ocasión de su boda con Isabel de Francia, en 1308. Bajo el reinado de Isabel 1, casi tres siglos después, los ingleses bebían más de cuarenta millones de botellas de vino por año para una población de poco más de seis millones de habitantes.



El aficionado al buen vino

La demanda de vinos de consumo diario ocupó a los viticultores y bodegueros durante muchos siglos. Pero hacia finales del siglo XVII apareció en el mercado una nueva exigencia: se pedían vinos que procuraran una experiencia estética. Los romanos de la antigüedad ya habían buscado las mejores añadas del imperio, del mismo modo que los reyes y los abades de la Edad Media exigían también lo mejor. Pero la novedad, en Francia y naturalmente en Inglaterra, fue la emergencia de una nueva clase social con dinero y buen gusto que estaba dispuesta a pagar lo que fuera por un gran vino.

En Francia, los cortesanos de la Regencia (1715-1723) reclamaron —y obtuvieron— grandes cantidades de champágne de mejor calidad y más efervescente. En Inglaterra, durante la misma época, los grandes personajes del reino, encabezados por el primer ministro Robert Walpole, buscaban los mejores vinos tintos de Burdeos. A esta generación debernos el concepto de «gran vino» tal como lo conocemos en la actualidad. Hasta entonces, el vino se bebía dentro del año de la cosecha; cuando se acercaba la nueva vendimia, el precio del vino «viejo» caía.

En 1714, un comerciante parisino reclamaba a su corresponsal en Burdeos «buen vino, vino fino, menos negro y aterciopelado». Naturalmente ya se sabía criar y mejorar el vino. Comenzaba la era de los vinos de calidad. Se atribuye generalmente a Arnaud de Pontac, presidente del parlamento de Burdeos hacia 1660, el mérito de haber inaugurado esta búsqueda de la calidad. Propietario del Cháteau Haut-Brion, se puso a producir un nuevo tipo de vino empleando métodos que más tarde serían corrientes: bajo rendimiento, selección esmerada, rigor en la vinificación y añejamiento en bodega. El objetivo era evidentemente crear una reputación que justificase un precio elevado.

En Londres, los vinos de Haut-Brion llegaban a triplicar el precio de otros buenos vinos. En una generación, otras denominaciones bordelesas —con Latour, Lafite y Margaux a la cabeza— se habían incorporado a esa corriente. Los refinamientos se sucedían: selección de las mejores variedades, drenaje de. los viñedos, precisión creciente en la crianza y en las operaciones realizadas en la bodega. Empezaron así a producirse vinos finos en grandes cantidades. Francia tuvo que esperar la revolución industrial para que la producción de vino de mesa alcanzase un volumen equivalente. El desarrollo de las ciudades, en las que la población obrera no cesaba de crecer, fue el factor que multiplicó la demanda de vino barato. El ferrocarril permitió satisfacerla —gracias a los amplios y soleados viñedos del Midi.

Las plagas de la vid

Precisamente en el Midi francés apareció por vez primera, en 1860, la más devastadora de las plagas de la vid: la filoxera, un pulgón del tamaño de una cabeza de alfiler que provocaba la muerte de la vid al nutrirse del jugo de sus raíces. Había llegado accidentalmente de América del Norte cuando los barcos de vapor comenzaron atravesar el océano lo bastante rápido como para que el parásito, presente en las plantas importadas, pudiese sobrevivir al viaje. Toda Europa se vio afectada: casi ninguna vid pudo escapar de la plaga. Al cabo de cuarenta años de estragos se encontró la solución: las vides injertadas en pies americanos eran inmunes. Pero la filoxera no fue el único problema: dos enfermedades, el oídio y el mildiu, atacaron las viñas europeas en la misma época. En muchas regiones de Europa, numerosos viñedos arrasados por la filoxera nunca se han vuelto a replantar.






El gran desarrollo del siglo XX

Es innegable que el mundo del vino tuvo que dedicar una buena parte del siglo XX a reponerse de la crisis atravesada en la segunda mitad del XIX. Después de la Primera Guerra Mundial, el consumo europeo alcanzó nuevos récords, pero el vino, procedente del Midi francés, de La Mancha o del norte de Africa, era mediocre. Incluso los grandes vinos —de Burdeos, de Borgoña, del Riny del Mosela— se vendían a bajo precio: sus consumidores, en otro tiempo prósperos, se habían visto afectados por las guerras y las crisis. Los viñedos más favorecidos fueron los del Nuevo Mundo: al oeste de Estados Unidos, en Australia, en Sudáfrica y en Nueva Zelanda, inmigrantes llegados de Europa plantaban en suelos vírgenes para aplacar la sed de otros colonos.






La busqueda de la autenticidad

Los esfuerzos llevados a cabo para superar las consecuencias de la filoxera y las crisis económicas incluyeron el desarrollo de la legislación vitícola. Se intentaba también combatir el fraude: vinos ordinarios etiquetados bajo grandes nombres, vinos adulterados, etc. De esta forma nació el sistema francés de denominaciones de origen (AOC) y las reglamentaciones que se han inspirado en él, aunque sea parcialmente, en casi todo el mundo. Los tumultos protagonizados por los viticultores de Champagne en 1911, debidos a los bajos precios de sus vinos, constituyeron el episodio más señalado de una larga serie de protestas. Después de la Primera Guerra Mundial, el gobierno francés aprobó la mencionada AØC, que se convirtió a partir de ese momento en un sistema de garantía de autenticidad. Variedades, límites territoriales, métodos de poda: todo está reglamentado.

El descubrimiento del control

La ciencia empezó entonces a desempeñar un papel importante y se desarrollaron programas de investigación sobre la vid, la fermentación o la crianza en bodega. Con el conocimiento llegó el control: los rendimientos se hicieron mucho más previsibles y elevados. Paralelamente, el consumo de vino se convirtió en un fenómeno que se puso de moda en el mundo entero. Los viñedos famosos consiguieron estar a la altura de la demanda gracias a excelentes y abundantes vendimias (la década de los 80 fue particularmente notable en este sentido). Por otra parte, los mejores vinos del Nuevo Mundo comenzaron a rivalizar en calidad con los mayores clásicos europeos. Para los productores, el fin del siglo XX marca un período de prosperidad; para los aficionados al vino, una edad de oro, con abundancia de buenos vinos a precios relativamente razonables. Las víctimas de esta evolución son sin duda los productores de vinos baratos. Sin duda nuevos países productores van a acceder a un mercado en buena medida saturado. Las técnicas actuales permiten mejorar rápidamente los vinos de las regiones menos famosas, como lo demuestran los resultados de las inversiones realizadas en el Languedoc-Rossellón. Para el consumidor, el porvenir inmediato promete vinos mejores y mayores cantidades. En cuanto a los productores, se verán enfrentados a un duro reto por la competencia internacional.

La vitivinicultura en América

Históricamente, se comprueba en América, la inexistencia de cualquier tipo de cultivo y producción vínica hasta 1492. Con la llegada de los españoles y más tarde de los portugueses se inicia el cultivo de la vid, al ser pueblos que tenían tradicionalmente incorporado el vino en su dieta. Asentados los descubridores en las nuevas tierras incorporadas a las Coronas de Castilla y Portugal, solicitaban también importantes cantidades de vino para el consumo, que eran difíciles de satisfacer por las dificultades de la navegación en aquella época y la lejanía de los puertos de origen. Después de tan largas travesías y condiciones poco adecuadas para la conservación , el vino escaseaba. Ello determinó, que, en donde las condiciones del suelo y del clima parecieran propicias para el logro de la vid y posterior obtención del vino, se intentase su cultivo. Esencialmente, el factor determinante para su implantación, fue el desarrollo de las misiones religiosas, ya que necesitaban el vino para las misas, en las mesas y con los enfermos. Como el vino no se vendía, se originó la idea de cosechar las uvas en las propias tierras. Por todo ello, la Casa de Contratación en Sevilla recibió órdenes en el año 1564, de enviar en cada barco que partía hacia las Indias, cierto número de vides para su implantación y desarrollo en el Nuevo Mundo, iniciándose así, el origen del cultivo de la vid en América.

Los españoles realizaron los primeros intentos de cultivo en la Isla La Española, hoy, República Dominicana. De allí, tres fueron los centros de irradiación del cultivo de la vid en América : dos españoles en Nueva España (México) y en Perú, que se extendieron a países limítrofes, coincidiendo con las campañas de Hernán Cortés y de Pizarro, y otro complementario portugués de la tierra de Santa Cruz, nombre con el que se bautizó a Brasil.

Dos fueron los problemas que en esta etapa inicial, para la implantación de Vitis vinífera; uno el material empleado para su establecimiento y segundo, las condiciones climáticas extremadamente cálidas para su cultivo. El primer material utilizado y el más generalizado fueron sarmientos de vid, cuando su implantación se realizaba en el hemisferio Norte, donde se inició y expandió su cultivo. Cuando los sarmientos se enviaban al hemisferio Sur, las cosas se complicaban más aún. Los sarmientos cortados en España en las vides de invierno, brotaban durante los largos viajes, al pasar por latitudes más bajas y cálidas. Al llegar a destino se plantaban en época inapropiada.

Luego se comenzó a llevar el material en macetas, para solucionar estos problemas, pero también aquí se presentaron problemas en el transporte. Se sabe que también se sirvieron de semillas de uva para la formación de aquellos primeros viñedos, con el inconveniente de no reproducir los caracteres varietales y perder uniformidad en las nuevas plantaciones. Este sería el origen de numerosas variedades "criollas" que poblaron el viñedo colonial.

El vino en México

Las flotas que salían de Sevilla o Cádiz con destino a las Indias Occidentales, como solía designarse a las tierras recién descubiertas en el continente americano, transportaban un considerable número de dichas barricas. A este particular asienta Luis Hidalgo en su ensayo Notas históricas sobre los orígenes españoles del cultivo de la vid en América: “El vino constituía en los siglos XV y XVI un complemento indispensable en la dieta del pueblo español, y por ello, desde el primer momento está su presencia en los bastimentos de las expediciones del descubrimiento y colonización de América. Se hacía necesario e imprescindible para los tripulantes, gentes de armas y colonizadores que tomaban parte en las mismas, pues el vino se consumía como alimento, como medicina y como reparador de fuerzas”.Amén del necesario para que los frailes evangelizadores.

Juan de Grijalva es considerado el primer europeo que bebió vino acompañado de varios señores aztecas en tierras que hoy llevan el nombre de México.

En un texto periodístico de 1992, publicado en Revista de Revistas, Jorge Laso de la Vega menciona que “La Nueva España se convirtió en el principal destino para los vinos y licores de la península ibérica. Tan sólo durante el gobierno de Cortés dieciséis barcos hispanos llegaban cada año procedentes de Cádiz cargados hasta las bordas con Jerez de Chiclana y Puerto Real y licores de Sanlúcar de Barrameda y Sevilla... Se ha establecido con certeza que no menos de cincuenta navíos de alto bordo, cargados con toneles de vinos arribaban cada año a la Villa Rica de la Veracruz, además de las dieciséis embarcaciones de Cádiz”.

En América, y sobre todo en las tierras llamadas la Nueva España, los colonizadores encontraron uvas silvestres, diferentes de la Vitis vinífera europea, la especie apropiada para producir vinos de grato sabor. En las Indias Occidentales había especies diferentes del género Vitis, como la Vitis rupestris, Vitis labrusca, Vitis berlandieri, con las cuales se elaboraban vinos en los primeros tiempos del periodo colonial, ásperos y muy poco gratos al paladar. 

Hernán Cortés
Corresponde a Hernán Cortés el mérito de haber sido el primer promotor del cultivo de la Vitis vinífera en México, el primer sitio del continente americano donde comenzó a ser cultivada regularmente la vid.
El método empleado fue el de sembrar en las vides silvestres la vitis vinífera propiciando la injertación para favorecer la producción.  Se cree que los primeros viñedos de la Nueva España fueron Puebla, Michoacán, Guanajuato, Querétaro y Oaxaca.

Hacia 1531 el emperador Carlos I de España y V de Alemania ordenó que todos los navíos con destino a las Indias llevasen “plantas de viñas y olivos”, pues se consideraba conveniente que los viñedos y olivares se multiplicasen por doquier en la extensa superficie de las colonias hispanas en América. Por esta razón se mostraba muy prometedor el cultivo de la vid en la Nueva España, cuyos principales propagadores eran los misioneros, quienes requerían de las uvas para elaborar el vino necesario para oficiar las misas. De tal modo los viñedos crecieron en torno a los conventos en forma semejante como había ocurrido en Europa siglos atrás.

Fueron los misioneros jesuitas quienes llevaron el cultivo de la vid a tierras bajacalifornianas a finales del siglo XVII. Fray Juan de Ugarte trasladó parras de Vitis vinifera a la Misión de San Javier en los primeros años del siglo XVIII y desde allí los religiosos de esa orden difundieron esta actividad agrícola a regiones más septentrionales, donde fundaron ocho misiones.

Miguel Hidalgo y Costilla
Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador de la guerra de independencia, promovió la vitivinicultura en la Intendencia de Guanajuato. Durante su gestión como párroco del poblado de Dolores, de 1803 a 1810, fomentó el cultivo de la vid y la consecuente producción de vino. Cuando Agustín Iturbide fue emperador de México trató de fomentar la incipiente industria vitivinícola nacional, para lo cual en 1824 –tres siglos después del decreto expedido por Hernán Cortés–, ordenó que se aplicasen impuestos hasta de 35% a los vinos importados como una forma de estimular la producción en México. En 1843 Antonio López de Santa Anna, atendiendo las recomendaciones de Lucas Alamán, ministro en su gabinete, fundó la Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo, desde donde se procuró favorecer la difusión de las viñas en territorio mexicano.

En 1870 se fundó la Bodega de San Luis Rey en la población de San Luis de la Paz, Guanajuato. Las Bodegas de Santo Tomás se remontan a 1888 y fueron establecidas en el sitio donde, en 1791, José Loriente fundó la Misión de Santo Tomás de Aquino. Y en 1907 un grupo de familias venidas de Rusia se asentaron en un predio de la ex Misión de Guadalupe, fundada en 1834 por fray Félix Caballero con el nombre de Misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte, y allí sembraron trigo para después cambiarlo por vides. Éstos fueron los iniciadores de la producción de vino en el Valle de Guadalupe, ubicado a corta distancia al noreste de Ensenada, área geográfica donde se elaboran algunos de los mejores vinos de México. Otros de estos caldos etílicos de señalada calidad, finura y exquisito sabor se producen en los valles de Parras y de Tequisquiapan.

Abelardo L. Rodríguez
A partir de la tercera década del siglo XX comenzó cierto auge en la vitivinicultura nacional. Abelardo L. Rodríguez, presidente de México de 1932 a 1934, compró las Bodegas de Santo Tomás e instaló en la ciudad de Ensenada una planta vinificadora. En 1936 se establece la Vinícola Regional y un italiano llegado a México, Angelo Cetto, comienza a elaborar vinos de calidad en el Valle de Guadalupe.

De aquellos  tiempos a nuestros días la industria vitivinícola mexicana ha sorteado infinidad de obstáculos y superado numerosas vicisitudes hasta consolidarse de una manera ostensible. La finura y excelencia de los vinos elaborados en nuestro país son reconocidas tanto nacional como internacionalmente. Las numerosísimas medallas de oro, plata y bronce alcanzadas en concursos internacionales por empresas como Casa Madero, L. A. Cetto, Bodegas Santo Tomás, Monte Xanic y Domecq, entre otras, constituyen el mejor testimonio del reconocimiento que en otras latitudes se le otorga a estos néctares báquicos.



Los licores

Inicialmente los licores fueron elaborados en la edad media por físicos y alquimistas como remedios medicinales, pociones amorosas, afrodisíacos y cura problemas. La realidad era que no se detectaba su alto contenido alcohólico y así permitía lograr propósitos poco habituales.

La producción de licores data desde tiempos antiguos. Los documentos escritos se lo atribuyen a la época de Hipócrates quien decía que los ancianos destilaban hierbas y plantas en particular por su propiedad de cura de enfermedades o como tonificantes. Esto en parte era cierto, dado que, hoy día, es reconocido que el kümmel o la menta ayudan a la digestión. De estos factores, que los licores son asociados a la medicina antigua y a la astrología medieval. A través de los siglos fueron también conocidos como elixires, aceites, bálsamos y finalmente como licores.

Existen tres tipos distintos de licores: Aquellos con una sola hierba predominando en su sabor y aroma. Los que están elaborados a partir de una sola fruta, por ende sabor y aroma. Los producidos a partir de mezclas de frutas y/o hierbas. A nivel de su producción, existen dos métodos principales. El primero, que consiste en destilar todos los ingredientes al mismo tiempo, y luego siendo esta destilación endulzada y algunas veces colorizada. O el segundo que consiste en agregar las hierbas o frutas a la destilación base. Este segundo método permite conservar el brillo, frescura y bouquet de los ingredientes; y es logrado utilizando bases de brandy o coñac, resultando estos ser los de mejor calidad. Los licores son conocidos por sus nombres genéricos, su sabor, color y graduación alcohólica.



El Champagne

Dom Pierre Pérignon  ( 1638 - 1715 )
El champagne tiene su descubridor. Fue el monje benedictino Dom Pierre Pérignon quien a finales del 1.600 administraba las cavas y la producción de vinos, quien un día encontró minúsculas burbujas danzando en las botellas de su preciada bebida y lo que advirtió como un error en su proceso. Fue así la presentación de una inusitada puerta al placer de los vinos espumantes que hasta hoy adoramos. Estas burbujas son el resultado de un proceso natural debido al clima fresco de la región y a la corta temporada de crecimiento de la vid. La cosecha en los últimos días del otoño garantiza uvas repletas de azúcares que las levaduras no llegan a transformar en alcohol.









Vinos Espumantes 

Llegada la primavera, la historia continúa dentro de las botellas, inventando estas burbujas de dióxido de carbono que buscan liberarse de su envase. Después del primer asombro, Dom Pérignon trató por todos los medios de frenarlas en ese proceso, pero  no lo logró. Su temor a una explosión en la bodega benedictina lo llevó a embotellar a este vino en botellas más resistentes fabricadas por ingleses y a adoptar los corchos provenientes de España para reemplazar los tapones de madera embebidos en aceite que hasta entonces utilizaba. Su descubrimiento tuvo desde entonces esa peculiar manera de presentarse y deleitar paladares asombrados, enseñándonos que a veces un error, lejos de ser una mala experiencia, llega a convertirse en lo mejor que nos puede suceder




Non facit ebrietas vitia, sed protrahit.
La embriaguez no hace vicios, sólo los evidencia.


Buen fin!!!



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