El Presidente Enrique Peña Nieto cumplió tarde una cita con la historia y la sociedad, pero finalmente llegó. En la promulgación del Sistema Nacional Anticorrupción admitió lo que durante casi dos años negó: que haber comprado su esposa una casa a través de un constructor amigo de él, era un conflicto de interés. “Reconozco que cometí un error”, dijo. “No obstante que me conduje conforme a la ley este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos; la entiendo perfectamente. Por eso, con toda humildad les pido perdón, y les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.
El episodio se le conoce genéricamente como la “casa blanca”, por el color de la ampliación que realizó su esposa Angélica Rivera a su casa original en las Lomas de Chapultepec, el elegante barrio de la Ciudad de México. La “casa blanca” fue un tema de interés público derivado de una investigación periodística del reportero Rafael Cabrera, difundida en el viejo programa de radio de Carmen Aristegui, que tuvo como antecedentes la indolencia del Presidente, la soberbia de su equipo, y el pésimo manejo de crisis en Los Pinos, que sólo ayudó a que se hundiera más la deteriorada imagen de Peña Nieto, que venía en picada desde noviembre de 2013 como consecuencia de la reforma fiscal.
La “casa blanca” pudo haber sido un problema de menor alcance de habérsele dado un trato serio, frío y responsable en la toma de decisiones. La propiedad, que iba a ser un anexo a la que tenía la señora Rivera, fue adquirida mediante la operación inmobiliaria del Grupo Higa, propiedad de su amigo, el constructor Juan Armando Hinojosa, quien cuando Peña Nieto se lo planteó, él mismo dijo que era un error hacerlo de esa manera. El entonces Gobernador del Estado de México no le hizo caso, y con la frivolidad en la que a veces incurre, rechazó cualquier observación que llamara a la prudencia. El segundo problema, tiempo después, vino por la soberbia en Los Pinos.
Tras abrir la señora Rivera en mayo de 2013 a la revista española del corazón ¡Hola! su nueva propiedad, Cabrera comenzó a indagar sobre la casa. Dos meses antes de que se difundiera, habló a la oficina de prensa de Los Pinos para pedir su opinión, pero nunca le hicieron caso. Luego de darse a conocer su existencia, la decisión en Los Pinos fue de avestruz. El Presidente escondió la cabeza, por sugerencia de sus colaboradores, y por medio de una recomendación del vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, al entonces jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, decidió que la única persona que daría la cara sería la señora.
Se le instruyó que explicara en un video colocado en YouTube cómo se había hecho de ella, y cómo la había pagado. Sola, con una escenografía austera y oscura, la dejaron hundirse y le provocaron heridas que aún no se le curan. Peor aún, la estrategia era equivocada. ¿A quién se le ocurrió que una actriz podría defenderse mediante un video? No consideraron que ese modelo de manejo de crisis nunca se puede aplicar con quien ha hecho su vida de la interpretación y el melodrama. El resultado, por si alguien no recuerda, fue desastroso. Casi ocho de cada 10 mexicanos no le creyeron, muchos se sintieron regañados por ella, y la aprobación del Presidente se hundió. Tuvo una pérdida de alrededor de 10 puntos porcentuales; es decir, cinco millones de mexicanos aproximadamente, se añadieron a quienes desaprobaban su gestión.
Peña Nieto perdió un valioso activo como era ella y tuvo que salir a dar la cara más adelante, con la insistencia de que no había violado ninguna ley. En ningún momento aceptó lo que la prensa subrayaba, que el conflicto de interés era claro y que como en muchos de estos casos, no era un asunto de ilegalidad sino de ilegitimidad. Entender la diferencia entre legal y legítimo, entre realidad y percepción, y aceptar que lo que se nutre de imágenes y símbolos en el imaginario colectivo puede convertirse en realidad y afectar acciones y decisiones, le llevó largo tiempo entenderlo. El lunes dijo que, en efecto, la “casa blanca” había afectado a la investidura presidencial, y su gestión de gobierno.
El Presidente pudo haber hecho muchas cosas en todo este tiempo, pero no lo hizo. El tiempo se le fue en vano y no supo corregir antes de que entrara en la espiral del descrédito. Su honestidad e integridad fue cuestionada y permitió que el tiempo, su inacción y su pasividad, profundizara las heridas en la sociedad, que reaccionó con irritación irreversible. Pedir perdón es un buen inicio, pero en las condiciones de su deterioro como Presidente, insuficiente. El perdón le recupera parte de la legitimidad perdida, pero tiene que actuar en contra de la corrupción, la de sus amigos, colaboradores, gobernadores o aquellos a los que protegió en estos años. Este es el siguiente paso en la escalera para recuperar su Presidencia, reinventarse como político y buscar que, cuando termine su gestión, no sea despreciado por los mexicanos y perseguido por los fiscales. Es decir, le faltan todavía varios pasos más para reivindicarse y redimirse.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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