viernes, 8 de julio de 2016

UN POEMA DE:

Mariana Rodríguez  ( 1975 )

Hoy firmé los papeles de divorcio

vestías una remera blanca
una que no conozco
y los mismos ojos verdes
pero distintos

no pude mirarte hondo
como solía
y me tragué el nudo espinoso en seco,
como una de esas píldoras inmundas
recetadas por el médico

pude haberlo intentado,
haberte dicho
algo parecido al asombro
con el que te toqué tantas veces
el mismo
con el que inauguramos a las hijas

pude decir temblando que no sé
si algo como eso se repite
que me pone de rodillas el miedo
de que no regrese nunca

pude haber buscado en las cajas
(en las de fotos viejas y ombliguitos caídos
abrochados en rosa)
mi credencial vencida de cenicienta
o la tuya de príncipe azul
haber esgrimido noches en que soñaba muerte
y despertaba cuando me salvabas
abrazando tan tibio

pude haber sacado el recorrido:
cómo crecimos juntos
las primeras arrugas los brindis los lunares
sabidos de memoria

Pero no dije nada.
Tomé la lapicera
firma,
aclaración
y documento.

Así se lacra el final
se sella se certifica
que nosotros estamos muertos
que nosotros perdimos
que ahora estamos vos y yo
dos monos de zoológico
repentinamente sueltos en esta ciudad
tan vasta
tan salvaje.


Y si la lluvia

esta lluvia mansa, tímida
que moja en puntas de pie

si sus agujitas sin embargo heladas
monótonas, como esos besos
indiferentes, dados de memoria

si esta lluvia, decía,
cayera ahora sobre mi cuerpo
tendido, supongamos, en la acera
o colgado entre medias y camisas
en alguna terraza desconocida

si yo como piedra me dejara llover:
miles de lengüitas de serpiente
paseándose por la piel viscosa
por una piel al fin muda
de deseos y de penas

esta lluvia hipodérmica
sirena rota en mi ventana
para purificarme

¿alcanzaría, me pregunto,
para lavar los errores:
por lo que hicimos
y lo que dejamos de hacer?


Hoy el gato nos trajo

una paloma obesa
latía apenas
entre sus dientes orgullosos.
No agradecimos el regalo,
en esta casa
somos seres compasivos.
No confesamos
que nos molestaba
esa catástrofe de plumas
en nuestro piso brillante.
El gato indiferente
metió su trofeo agónico
en nuestro baño.
Nosotros nos miramos
y nos dijimos:
no podemos salvarla.
Y cerramos la puerta.

Aunque hablamos bien alto
de la ley natural,
los último aleteos
sacudían las paredes.
Cuando todo acabó
limpiamos a conciencia
lo descabezado, lo tibio
del asunto.

Y reímos por no llorar
salpicados de muerte,
sin atrevernos a pensar
qué será de nosotros cuando
una mano, un soplido, una ráfaga
nos cierre la puerta
de este lado.


Qué puedo darte hoy

qué puedo darte
si no un alma que duele al caminar
como piedra metida en el zapato
si no este escudo de sombras que llevo en la piel
como un caparazón translúcido

qué puedo darte que venga en colores
que tenga la levedad de la inocencia
la emoción de un regalo bien envuelto
en las manos del niño

si mi carne se ha vuelto hoja crujiente
en las páginas grises del otoño

no hay dulzura que no traiga pena en mi lengua
no le creas
a la hiena farsante
que invita en mi sonrisa
a mis piernas anzuelo
a esta sangre sirena
que se emperra en cantar

que yo no puedo darte
un barrilete, un abecedario, una postal de vacaciones
un hijo
ya no
no puedo darte

ya no hay bichitos de luz
en mis noches de verano
hubiera querido mostrarte
tu mano en mi mano

nada que estrenar


Detrás de la puerta podría encontrar

los ojos de mi madre
ya huecos de preguntas
podría encontrar los huesitos roídos
de esos hombres que amé con tanta hambre
los restos de las pieles que he mudado
y una guirnalda muy poco festiva
de mariposas muertas

detrás de la puerta podría encontrar
la bóveda de la infancia
con sus muñecas rotas con sus cicatrices
podría encontrar un cementerio de botellas verdes
tantas
como las respuestas que no adivino
encontraría las barajas a las que aposté y perdí
y el pasaje siempre abierto
hacia mi patria de sombras

detrás de la puerta podría encontrar
la fila peluda de arañas del insomnio
aguardando su noche
las babosas secas de los besos que di
y los malvones siemprevivos
espléndidos
del deseo

encontraría un campo de margaritas nuevas
encontraría las ganas nuevas de deshojarlas
y la enredadera azul de mis brazos que esperan
que siempre esperarán
la boca del beso siguiente
la boca que no conozco.


Mariana Rodríguez




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