martes, 2 de agosto de 2016

Arnoldo Kraus - Nostalgia

Nostalgia no implica dolor ni sufrimiento. No es enfermedad física o psíquica. No es sujeta de tratamiento médico ni condición genética. Extraviar algo, o experimentar pérdidas, es consustancial a la nostalgia. La pérdida de un grupo, de los recreos en la escuela –no de las clases–, de los compañeros de la calle, del café de la esquina y de las pláticas con los comensales amigos, no significa duelo ni implica, repito, enfermedad.

Por fortuna, ninguna aviesa industria farmacéutica ha creado medicamentos para tratar o interrumpir la nostalgia. Digo por fortuna, por la necesidad, para ellos, y para incontables personas, de medicalizar la vida. Y lo digo por otras razones: vivencias “del alma”, afines a la nostalgia, como melancolía y tristeza, humanizan a quien las experimenta y amplía el poder de los sentidos. Se mira, se escucha, se abraza y se toca desde otros rincones cuando una dosis de nostalgia y melancolía acompañan.










Saudade es una palabra recientemente incorporada al idioma español. Nostalgia, soledad y añoranza son los términos utilizados por la Real Academia Española para describir saudade. Aunque no son sinónimos, nostalgia y melancolía son tempos asociados. Una lleva a la otra. Se alimentan entre sí y comparten espacios, tiempos, personas. Saudade es un bello vocablo portugués que las condensa. La vieja definición (1660) de Manuel de Melo, escritor portugués, es hermosa: “Bien que se padece y mal que se disfruta”. Los “seres nostálgicos” –no me refiero al estado, sino a la persona, a la personalidad–, encuentran, con facilidad, motivos para alimentar esa vivencia, vivencia, siguiendo a de Melo, que alimenta, motiva, sensibiliza, construye.

Las nuevas formas de comunicación, correos electrónicos, mensajes de texto, WhatsApp y sucedáneos han suplido y casi sepultado la correspondencia por medio de cartas, de telegramas, o la de mensajeros portadores de misivas. Aguardar una carta no es lo mismo que aguardar un correo. El tiempo de espera entre ambos es diferente. Anhelar una carta, ilusionarse por la llegada del cartero, fomenta deseo y curiosidad. La rapidez de los WhatsApp, o de los correos electrónicos, resta emoción.

Pedro Salinas, el gran poeta, autor de “La voz a ti debida”, sintió el impulso de defender la escritura de cartas cuando leyó en una oficina de correos de Nueva York, al despuntar la década de los cuarenta del siglo pasado, el siguiente anuncio: “No escribáis cartas, poned telegramas”. Comparto dos noticias recientes, fuentes llenas de nostalgia, sucesos dignos de reflexión.

Leo en una vieja edición del periódico “El País” –25 de octubre de 2015– lo que todos sabemos: la muerte anunciada de los servicios de correo, la muerte vivida del fin de una época: adiós a las cartas. En “El cartero se quedó sin cartas”, Daniel Verdú, tras describir cómo se gastan las suelas de los carteros tras recorrer miles de kilómetros, habla del fin de una era: “Casi nadie manda cartas personales… han caído hasta las felicitaciones navideñas… Canadá prescindirá de la entrega de cartas y paquetes en los domicilios a partir de 2019 y en Reino Unido se ha privatizado Royal Mail, empresa pública desde hacía 500 años”. Poco a poco desaparecerán los servicios de correos en el mundo. Y con ellos las cartas escritas a mano, el papel escogido ad hoc, el sobre guardado durante décadas, la carta para que años después la lean hijos, nietos.

Y leo una nota de Nuria Barrios en una vieja revista (“El País Semanal”, 25 de octubre de 2015) sobre Cynthia Ozick, heredera del Holocausto, veterana escritora y eterna observadora de la vida, quien, a sus 87 años, sigue escribiendo. “En sus cuentos”, explica Barrios, “habitan viejos supervivientes del Holocausto que luchan por adaptarse a la sociedad norteamericana sin sacrificar una visión de la existencia, la suya, que sobrevive en el yidis… Esta lengua milenaria pasó de tener 13 millones de hablantes en 1930 a 3 millones en 2005”. Perder un idioma y una literatura es perder muchas historias. El tiempo no perdona nada, no se dispensa ni a sí mismo. Lo obvio, aunque obvio, inquieta: revive tiempos viejos, tiempos muertos, espacios donde la nostalgia prospera.

La nostalgia es un espacio esencial. En él florecen rincones escondidos, ávidos de palabras, plenos de vivencias.

Notas insomnes. Regresar no implica dolor. La nostalgia siembra y revive. ¿Sirve? Siempre es útil mirar hacia atrás.



Leído en http://www.vanguardia.com.mx/articulo/nostalgia-0



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