Me resulta realmente imposible abordar el tema del populismo sin recordar la definición con la que sentenció Henry Louis Mencken a esta política suicida que cuida tanto los pobres que los multiplica por doquier: “Populista es aquella persona que predica ideas que sabe falsas entre personas que sabe idiotas”. Claro está que en América Latina, en donde prevalece lamentablemente la ignorancia y todavía se dan millones de analfabetos ante el fracaso incontestable de la educación, es muy fácil engañar a los indigentes y a los desesperados con promesas que, de antemano, se sabe son imposibles de cumplir.
Aquí en México vemos a un López Obrador que promete erradicar la corrupción, facilitar el acceso a las universidades a millones de personas, acabar con la miseria, vender a Estados Unidos jugo de naranja para nivelar la balanza comercial y enajenar el avión presidencial para detonar el crecimiento económico, para así elevar al ser humano al mínimo nivel exigido por la más elemental dignidad humana. Prometer, podemos prometer todos: yo prometo, tú prometes, él promete, ellos prometen, nosotros prometemos, sí, pero yo incumplo, tú incumples, él incumple y todos incumplimos porque no podemos inventar el dinero, porque no podemos inventar la riqueza, porque no podemos inventar el bienestar y al final de cuentas es realmente imposible materializar el sueño populista que finalmente acaba en un auténtico desastre, en donde el vendedor de fantasías se convierte en tirano al querer imponer la felicidad y su voluntad a la fuerza. El populismo por lo general acaba un baño de sangre.
Los populistas escogen a un enemigo común, como bien puede ser una parte de la nación a la que se le debe aplastar, encarcelar o destruir. En el caso de México, López Obrador etiquetó a ciertos funcionarios o grupos de exfuncionarios, como “la mafia del poder”. Fidel Castro escogió a Estados Unidos, al imperialismo yanqui, como la gran amenaza contra la cual todos los cubanos tendrían que luchar, aunque después de Bahía de Cochinos ya no hubiera amenaza alguna. Castro invariablemente declaró que la quiebra de la economía cubana se debía el embargo comercial decretado por la Casa Blanca, cuando en realidad podía vender el azúcar, el tabaco o el ron en cualquier parte del mundo y si no lo venden es porque el marxismo leninismo stalinismo brejnevismo (uuufff) fracasó como la gran mentira del siglo XX.
Cuando alguien hace un regalo, alguien lo paga, ese es el caso del populismo chavista que obsequia la gasolina como si no le fuera a costar a nadie, y claro que cuesta, porque los populistas empiezan a endeudarse para financiar la demagogia, suben los impuestos a los ricos en lugar de multiplicarlos, nacionalizan las empresas supuestamente explotadoras del pueblo, se vacían los anaqueles, huye la inversión extranjera, se destruye la creación de empleos, aparece el desabasto en tiendas y comercios, surge la desesperación social, faltan medicamentos fundamentales, alimentos básicos que se deben importar ante la parálisis industrial que ellos mismos originaron. Se dispara la inflación, se descapitaliza el país, surge la violencia y la delincuencia a niveles insospechados, se imponen controles de precios que conducen a la quiebra al sector productivo, se instala un feroz control de cambios para estimular el mercado negro de divisas y cuando la ruina del país se avecina y las personas empiezan a cazar perros y gatos en las calles para poder alimentarse, entonces el populista acusa a “la mafia del poder”, a “los empresarios hambreadores del pueblo”, al imperialismo yanqui y a los capitalistas degenerados e insaciables de todo lo acontecido.
Un populista jamás será culpable de nada, en todo caso, siempre aducirá que todo lo hizo en beneficio del pueblo y que es un incomprendido.La realidad consiste en demostrar que el populismo es la antesala de la dictadura porque tarde o temprano las leyes de la economía se impondrán y dejarán expuestas sus vergüenzas demagógicas ante el mundo entero. Pero lo que no debe acontecer es que el populismo acabe en una cruenta revolución que bien puede conducir a la instalación de un nuevo populista que también prometerá lo que no puede cumplir… Es un perverso círculo infernal…
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