martes, 22 de noviembre de 2011

Estamos fritos Roberta Garza



Por un lado tenemos a un ejemplar de la era mesozoica y a un representante de la modernidad: digamos, de la época de la prohibición en Chicago. La institución de Peña Nieto y Beltrones es responsable del infantilismo de nuestra ciudadanía, de la debilidad e insolvencia de nuestras instituciones públicas y de la endémica corrupción a lo largo y ancho del país, y no sólo nadie recuerda que hayan pedido perdón por ello, sino que ésas siguen siendo prácticas vivas en el quehacer, por poner un ejemplito, de su jefe de partido. Si todo esto —y mucho más— es información perfectamente pública, ¿alguien me explica cómo es que van con una delantera tan marcada en las encuestas?
Por otro lado tenemos al antes peligro para México convertido hoy en rayito de amor y de esperanza: prometer solucionar Chiapas en 15 minutos es una tontería, pero prometer arreglar el país entero en seis meses es una genialidad, sobre todo cuando seis años no le bastaron para entregar la Ciudad de México a grupos clientelares electorales y enfrentar a sus críticos no con respuestas sino con una retórica tóxica por hostil. ¿Qué si el problema de México es uno de valores? Sin duda: necesitamos la honestidad de Ponce y de Bejarano, la fraternidad mostrada a los pirrurris y la verticalidad de quien, luego de haber sido el candidato por muerto, precandidato y finalmente candidato oficial con más exposición en los medios, rompe el “cerco informativo” de la mafia en el poder sentándose… con el principal vocero de la mafia en el poder para inaugurar su república cristiana y amorosa. ¿Alguien se acuerda de Jim Jones?
Y, a modo de colofón de 12 años insulsos y desperdiciados, donde los logros nunca fueron radicales sino gerenciales, tenemos a un partido en el poder cargado, como siempre, de buenas intenciones, pero no de mucho más; sus candidatos hoy ganan más escaños de los que sus fundadores pudieron jamás soñar, pero ninguno ha sabido o querido romper con los vicios estructurales de la dictadura ni ejercer esos gobiernos modernos, incluyentes, transparentes y democráticos que promete su literatura. Es indicativo de ese hueco, de esa enorme brecha entre discurso y resultados, el que el valor más reconocible de su candidata puntera sea el género.
¿Candidatos ciudadanos? No, y no sólo porque nuestro Congreso mezquino y estulto impidió el entramado legal que lo permitiera, sino porque, ¿de dónde vamos a sacar candidatos ciudadanos si ni siquiera tenemos una ciudadanía digna de tal nombre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.