Con un no llegué hasta aquí para hacer el ridículo, Marcelo Ebrard se declara listo. Quizá se tardó en llegar, quizá el brío de octubre ya no le sirva para alcanzar a Andrés Manuel López Obrador. Pero el jefe de Gobierno del DF hace sonar los clarines, da la orden de ataque y recibe el crucial noviembre con una carta titulada “¿Para qué deseo ser presidente?”
Más allá de la declaratoria de objetivos (“La candidatura es para competir ”, “Las elecciones son la mejor forma de protesta”), el texto es un enunciado de generalidades y buenos deseos que, en su sustancia, podría firmar cualquier precandidato.
Ebrard escribe que quiere “una alternativa en que todos los mexicanos podamos vivir mejor y ser felices”; transitar por “una ruta más segura y justa”; hacerlo con un programa “amplio, progresista e incluyente”; “construir la paz, porque la violencia está acabando con México”; enfrentar con un NO la guerra interna y poner el SÍ “en la reconstrucción del Estado constitucional y democrática en todo el territorio”.
Propone, en fin, lo obvio en corrupción, impunidad, empleo, salarios, competencia, monopolios, jóvenes... Pero se guarda de correr riesgos. ¿Policía nacional? ¿Operativos conjuntos de las fuerzas federales, como en Veracruz y Guerrero? ¿Impuestos al consumo, IVA en alimentos? ¿Flexibilidad en las leyes del trabajo? ¿Revolución en las inversiones en hidrocarburos? ¿Interrupción legal del embarazo en todo el país?
Me quedo con dudas de para qué quiere ser presidente. En todo caso, tan sencillo que habría sido construir una pregunta retórica y responderla con un tajante: para reproducir en la nación el gobierno que he hecho en la capital.
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