En su obsesión por mantener el poder, Calderón no se da cuenta de que al utilizar el argumento de la intromisión del narcotráfico en las elecciones reconoce su propio fracaso
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A confesión de parte, relevo de pruebas. De ser cierto, las declaraciones recientes de Felipe Calderón señalando que el narcotráfico ha intervenido al grado de incidir en los resultados electorales (por lo menos en Michoacán) y que se corre el riesgo de que sea un factor que decida la sucesión presidencial significan el reconocimiento —en la práctica— de que su estrategia contra el crimen organizado es un fracaso. En su afán de convertirse en el jefe de campaña de su partido, de sustituir con el poder del Estado la debilidad de sus precandidatos, no se da cuenta de que se está poniendo la soga en el cuello. Porque no está hablando el dirigente de una organización no gubernamental. Tampoco un líder opositor que con un desplegado en la mano puede darse el lujo de levantar el dedo flamígero y acusar sin tener que presentar pruebas. Se trata del presidente de la República, del que hizo de esta guerra su motivo de gobierno, del que se ufana de sus logros en el combate contra el crimen organizado, del que defiende en todos lados esta visión como la única posible a pesar de que en el camino ha dejado tantos muertos, del que está obligado a presentar pruebas. Cinco años después el resultado es ominoso de acuerdo con el propio Calderón: “La intervención palmaria y evidente de los delincuentes en los procesos electorales”. El asunto, sin embargo, es muy delicado. En su obsesión por mantener el poder, no se da cuenta de que al utilizar este argumento habla de su propio fracaso, al tiempo que manda al diablo a las instituciones del Estado (como diría el clásico), que con ello estarían demostrando su profunda incapacidad y debilidad para contener esta injerencia. Porque si la situación está como la cuenta, surgen de inmediato las preguntas ¿es un desplegado la prueba contundente de su dicho? ¿Por qué no se ha actuado y detenido a quienes así han actuado? ¿Sus organismos de inteligencia capaces de impedir la entrada a México del hijo de Gadafi no han podido dar con quienes, según ellos mismos, han influido en las elecciones locales? ¿Por qué no hay un solo detenido con relación a estos asuntos? ¿La renuncia de candidatos en algunos municipios michoacanos prefigura un panorama nacional? El Presidente sabe que no. Su perspectiva no tiene que ver con los intereses nacionales, sino con una estrategia electoral en la que la procuración de justicia, los servicios de inteligencia, el aparato estatal, se pondrán de lado de su partido para enfrentar a sus adversarios. No es nuevo. Así actúa la derecha. Siembra el temor con el objetivo de ganar los adeptos que no logró con su ejercicio de gobierno. El problema es que con ello se vulnera la libertad. Porque nadie con miedo y en un escenario de polarización puede ejercer libremente sus derechos.
De ahí que sea imprescindible detener esta espiral irresponsable a la que quieren llevarnos el gobierno y su partido. Pretenden colocar en este terreno el debate porque es el que les conviene por cálculo electoral, sin importar el país. Es la manera también de no rendir cuentas. De no confrontar sus promesas de campaña con lo realizado en este quinquenio. Felipe Calderón ofreció empleo y lo que deja atrás es una estela de muerte, de violencia, y también de desempleo, de empleo precario e informal, de pobreza y desigualdad. Ésta es la deuda enorme que tiene con la mayoría de la sociedad. Por eso quiere desviar el debate. Su gobierno no ha dado resultados. No ha transformado la vida cotidiana de las personas. No se ha reflejado en el bolsillo, en el bienestar de los mexicanos. Dos instituciones dieron a conocer en estos días su demoledor análisis. Por un lado, la Cepal señalando que mientras en América Latina en general la pobreza extrema ha disminuido en los últimos 10 años, en México ha aumentado. Por otro lado, la OCDE diciendo que México es el segundo país más desigual de los que integran esa organización, pues sucede que 10 por ciento de los hogares más favorecidos perciben ingresos 26 veces superiores a 10 por ciento de los más pobres. Ahí está el origen de muchos de nuestros problemas, la asignatura pendiente que los gobiernos panistas no han sabido enfrentar. Por eso arremeten, atacan, polarizan. Sin escrúpulos. Sin pudor. No los tienen.
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